Dejó su pueblo natal para trabajar en un hotel de la ciudad. Su dedicación, responsabilidad, entrega y ganas de progresar la llevaron a ser su subgerente. Después de 28 años en ese hotel, decidió estudiar Turismo Sostenible por ciclos propedéuticos en la UTP. Luego se hizo docente.

Su historia empieza en Mistrató, el “pueblito más bonito de Risaralda”, como ella lo describe con orgullo. Allí nació y desde allí salió a la Universidad Tecnológica de Pereira, ese encuentro con la academia, se remonta a 1989, cuando ingresó a estudiar Tecnología Química. La experiencia duró apenas un mes: la ausencia de su hijo de tres años y la de su familia, que permanecían en el pueblo, la estaba agobiando. “Perdí como cinco o seis kilos en ese febrero”, expresó. Un día, parada en el parqueadero principal de la universidad, tomó una decisión. “Universidad usted no se moverá de acá, pero mi hijo me necesita, volveré a cumplir mi sueño”. Pasaron 16 o 17 años antes de cumplir esa promesa.

El regreso a Pereira

Un año más tarde y con las ganas de trabajar y de abrirse camino en la vida, Pereira la recibió, y en un hotel de gran prestigio, encontró el espacio donde se formó, trabajó y creció durante 28 años.

Ese lugar fue su primera escuela. Empezó como mesera, pasó por la recepción, ama de llaves, estuvo en la parte comercial, regresó a la recepción ya como jefa, y llegó a ocupar un cargo directivo como gerente de servicios. Recorrió toda la cadena de funciones, aprendiendo lo básico y lo complejo, lo visible y lo que ocurre tras bambalinas en la operación de un hotel. “Aquí aprendí todo”, dice, con orgullo y gratitud.

El deseo de estudiar, de tener un título profesional no desaparecía de sus pendientes. Su propósito siempre estuvo marcando territorio, como el segundero en la medición del tiempo.

De nuevo en la UTP

El regreso coincidió con la apertura del programa de Administración del Turismo Sostenible. Carmen se convirtió en parte de la primera promoción. Había conocido a Andrés Berrío, gestor de la carrera, en el SENA, donde había dictado cursos de administración del talento humano y competencias laborales. Por eso, cuando recibió el correo anunciando el nuevo programa, lo sintió como una oportunidad caída del cielo. La elección fue clara: no volvió a la química, optó por el turismo. Primero, por la facilidad de los horarios nocturnos que le permitían seguir trabajando de día. Y segundo, porque ya tenía experiencia en el área y quería validar y ampliar ese conocimiento.

Carmen se encontró en un salón rodeada de estudiantes de 16 o 17 años, que no entendían qué hacía una mujer con más de 20 años de experiencia laboral compartiendo clases con ellos. Ella les respondía con franqueza: “Yo quiero ser profesora en turismo”. Y ese objetivo fue marcando el camino.

Y se hizo docente

En medio del trabajo diario y las responsabilidades, la universidad se convirtió en un proyecto personal. Pero siempre llega el momento de tomar decisiones. “Uno no puede tener tantos novios a la vez”, dice entre risas. Tenía que elegir, si seguir en el hotel o apostar por la docencia. La decisión no fue fácil: dejó el hotel. Fue necesario el acompañamiento de un coach durante un año, porque desprenderse de casi tres décadas de vida no se hace sin dolor. Pero entendió que su futuro estaba en otro lugar, en un espacio donde podía ser más útil a la sociedad. “Creo que más bonito que ser profesora no hay otra carrera”. Primero enseñó en el nivel técnico, luego en la tecnología, más tarde en el profesional, y después de terminar su maestría en Planificación y Gestión Turística en la Universidad Externado, asumió nuevas materias en el ciclo profesional.

Esa transición entre el hotel y la universidad le permitió encontrar un equilibrio que no todos los docentes tienen. “Tengo muchas historias, embarradas, alegrías, tristezas. Entonces, cuando hablo de una teoría puedo poner ejemplos reales y los estudiantes se interesan más”. Para ella, la docencia se enriquece cuando se conecta la academia con la práctica, cuando el profesor puede hablar desde la experiencia y no solo desde el libro.

Su método de enseñanza tiene un principio: la empatía. Haber sido estudiante adulta la llevó a ser crítica con sus profesores, y eso la marcó. Aprendió que no todos los estudiantes aprenden igual, que hay que enseñar desde la mirada del otro y no desde la mirada propia. Esa idea la ha llevado a estudiar lengua de señas, a preparar materiales para estudiantes con discapacidad visual, a cuidar hasta los colores de su ropa cuando sabe que tiene en clase un estudiante sordo. Para ella, enseñar no es transmitir información, sino conectar con cada persona desde su manera de aprender.

En su práctica docente también ha integrado las nuevas herramientas. Habla con sus estudiantes sobre la inteligencia artificial, hace ejercicios con ellos, les muestra sus ventajas y sus riesgos. “La IA no siempre dice la verdad”, les recuerda, enseñándoles a cuestionar y a verificar.

La universidad, dice Carmen, es sinónimo de felicidad. Cada vez que escucha la palabra, sonríe. Y no es una metáfora: la UTP le ha dado bienestar personal, tiempo para compartir con su familia, apoyo económico para su maestría, aprendió también dos idiomas, inglés y francés, la posibilidad de que su hijo y su nieta estudien, y hasta la oportunidad de rehacer su vida personal. “Me dio un esposo”, cuenta con alegría.

Pero también le ha permitido retribuir. Como profesora, como investigadora, como presidenta del Comité de Ética en Investigación, como autora de libros. Y como puente entre la universidad y el sector hotelero, que aún la recibe con gratitud y en el que hoy sus estudiantes encuentran espacios para realizar prácticas. Recuerda con emoción el caso de Henderson, un estudiante sordo que hizo su práctica en el hotel donde ella trabajó tantos años y terminó contratado para liderar un programa de inclusión en la cadena Movich. “¿Qué me ha dado la universidad? Mucha felicidad”, repite, convencida de que esa es la mayor recompensa.

En sus clases, Carmen insiste en que el turismo no es solo “salir a pasear”. Es una ciencia que implica planificación, gestión, ética, cuidado de las comunidades y de los territorios. Enseña que servir no empieza en un restaurante ni en un hotel, sino en la manera como cada persona se cuida a sí misma y cuida a los demás. Y lo hace desde una convicción profunda: “En la educación, el conocimiento no basta; es necesario que te apasione lo que enseñas”.

Por eso sonríe todo el tiempo. Porque en cada historia, en cada estudiante, en cada clase, Carmen Márquez ha encontrado la felicidad.