Siente orgullo por la UTP. Es un hombre muy reservado y no hace alarde de lo que es con dos maestrías y tres doctorados. Amante del fútbol, hasta se mostró en tres equipos profesionales. Se ensaya como comunicador, le encanta el periodismo. Lleva en su pecho un corazón donado que palpita todos los días cuando se encuentra con sus estudiantes en una clase de matemáticas.



José Gerardo Cardona Toro llegó oficialmente a la Universidad Tecnológica de Pereira en 1991 como profesor catedrático. En 2004 obtuvo el concurso que le permitió quedarse como docente de planta. Pero su historia con la UTP es más larga: comenzó en 1982, cuando era un joven estudiante de la licenciatura en matemáticas y física, por entonces adscrita a la Facultad de Educación. “Esta universidad siempre ha sido una gran universidad”, repite, recordando lo que era el claustro, que alcanzaba apenas hasta el edificio que hoy ocupa Ciencias de la Educación, ah hasta el lejano edificio que se levantaba para medicina al lado de las de las canchas canarias donde se jugaban los torneos de fútbol de la época.
El campus, para él, siempre fue un mundo propio. Un espacio donde se estudia, se conversa y se crece; donde se juega fútbol y se hacen amistades. Un lugar que se ha transformado, expandido y embellecido, pero que conserva algo esencial: un sentido profundo de lo humano y de conservación ambiental..
La vida que le negó la cancha y le abrió otros caminos
Antes que matemático fue futbolista. O mejor: lo fue en paralelo, en la dualidad que sostuvo buena parte de su juventud. Jugó muy bien y lo sabían quienes lo veían. Se probó en el Once Caldas, en el Atlético Nacional, en el Deportivo Cali. Entrenó junto a jugadores que luego serían historia: Hernán Darío Herrera, Pedro Sarmiento, Carlos “el Pibe” Valderrama. Compartió la cancha con esa generación brillante que atestiguó su talento y también su infortunio.
El sueño se frenó por un soplo en el corazón que pocos conocían y que más tarde evolucionaría hasta dañarle la válvula aórtica. Alcanzó a jugar algunos partidos, incluso un preliminar de 25 minutos en Pereira. Después vino la sentencia del médico: “Usted se nos puede morir en la cancha”.
Un día cualquiera recorriendo las calles de Pereira, en la Séptima con 23, el destino volvió a tomar forma de balón cuando el profesor Ángel Chávez lo invitó a jugar en las divisiones menores del Deportivo Pereira. Jugó tres años, sabiendo que esa vez el fútbol sería solo un lugar para disfrutar y no para aspirar a lo imposible. Un tiempo después, ya por fuera del profesionalismo, llegaría la otra prueba: la cirugía. Diez horas de quirófano y un corazón nuevo, donado por una familia antioqueña que él sigue nombrando con gratitud.
“Ese corazón me tiene vivo”, dice. Y en esa frase cabe toda su vida posterior, que no ha sido otra cosa que una sucesión de agradecimientos.
El maestro que nació entre aulas y voces de radio



La elección de estudiar matemáticas llegó después de descartar la ingeniería electrónica y tras un intento fallido de ingresar a la Universidad del Cauca. En la época, además del regionalismo marcado, esa ingeniería en la universidad del sur, requería que sus estudiantes hicieran los primeros dos semestres en cualquiera de los programas de ingeniería, requisito difícil de cumplir para Gerardo. Pereira lo recibió en su universidad para formarse en la licenciatura Matemáticas y Física, título que le permitió ingresar a la docencia y así, en 1991, la UTP le da como profesor.
La docencia se mezcló pronto con otra de sus pasiones: el periodismo. Participó en programas radiales como Pase la Tarde, con José Alberto Giraldo; en Todelar con Marino Sánchez; en Colmundo Radio con Héctor Céspedes; y más tarde en RDQ Radio, la primera emisora virtual de Pereira. Allí hablaba de ciencia, matemáticas, historias y curiosidades. También hizo parte de programas deportivos y ha mantenido un vínculo estrecho con técnicos y jugadores profesionales, desde Andrés Ricaurte hasta José Heriberto Izquierdo.
La biomecánica fue otra forma de continuar vinculado al fútbol desde la ciencia. Ese cruce entre números y movimiento lo ha llevado a trabajar con jugadores y equipos de diferentes categorás.
El investigador y el profesor que insiste en la ética
Ha investigado temas de enseñanza de la matemática, modelos estadísticos, biomecánica del deporte y consumo de oxígeno en futbolistas. Con el Grupo GIEE desarrolló un prototipo, hoy en proceso de patente, para medir de forma más rápida y confiable el consumo de oxígeno a partir del test de yoyo y el test del Léger. Un dispositivo que no existe aún en el mundo.
Con el grupo de la profesora Vivian Libeth Uzuriaga ha trabajado en didáctica de las matemáticas, especialmente en el álgebra lineal aplicada a carreras de administración y economía, uniendo los modelos abstractos con su uso real en la formación profesional.
Sobre la tecnología es enfático: no puede estar fuera del aula, pero tampoco puede ser usada sin ética. Observa cómo la inteligencia artificial se ha convertido para muchos estudiantes en una vía fácil para evitar esfuerzos y, en algunos sectores laborales, en un instrumento para reemplazar personas. Insiste en la necesidad de un código ético, tanto para proteger la dignidad humana como para enseñar a usar esas herramientas de manera responsable y no como sustituto del pensamiento propio.
La matemática como temor, como brújula y como vida
Para él, el temor hacia las matemáticas sigue tan presente como antes. “No se ha perdido”, dice. Recuerda un estudio mundial que reveló que el 72% de los jóvenes egresados de colegios no quiere saber nada de ciencias básicas. Para Cardona, esto tiene raíces profundas: malos tratos, pedagogías equivocadas, la vieja idea de que solo algunos “nacen” para los números.
Su respuesta ha sido insistir en la pedagogía, en la didáctica, en la dimensión humana del acto de enseñar. Tratar al estudiante con respeto, mostrarle que puede; recordarle la gratitud hacia sus padres y hacia él mismo; enseñarle la honestidad como valor académico; y darle confianza para decir “no puedo”, sin miedo.
Habla también de sus propios profesores, de la escuela La Rosa, del INEM al que ingresó tras ganar un examen, y especialmente del profesor Paulino Izquierdo, el español que les enseñó álgebra y cuyo rigor lo acompañó toda la vida.
La UTP como casa, refugio y destino
José Gerardo Cardona es un hombre que encuentra en la universidad un lugar de calma: la cafetería de Bellas Artes, los estudiantes que practican música, los caminos donde los animales se pasean tranquilos. Ha visto crecer el campus desde aquella universidad de 1982 —más pequeña y recogida— hasta esta del 2025, amplia, iluminada, llena de bloques nuevos y de vida.
“Para mí, la universidad lo es todo”, dice con una alegría que se le dibuja en su rostro. Le dio la oportunidad de ser profesional, de estudiar dos maestrías, de hacer un doctorado en educación y otro en estadística, y ahora de terminar un tercero en modelación y computación científica con la Universidad de Medellín. Un sueño que persigue en silencio, sin alardes, convencido de que un profesor debe estar siempre estudiando.
La vida afectiva y la compañía que sostiene
Su familia es un refugio. Dos hijas abogadas, dos nietos que nombra con ternura, una esposa —Luz María— a quien conoció en la universidad cuando ambos eran estudiantes de física. Ella estudió luego la maestría en matemáticas y juntos han construido una vida hecha de afinidades académicas, complicidades y cuidado mutuo.
Fue ella, junto a sus padres, quien lo acompañó en el momento más difícil: aquella cirugía de corazón que duró diez horas. De ese trance salió con una gratitud que aún lo define.
Ahora, lejos de las canchas profesionales pero no del fútbol, lejos del temor por la vida pero no de la conciencia de su fragilidad, se dedica a enseñar, a investigar, a leer sobre ciencia y política, a disfrutar de la música —las baladas, sobre todo— y a seguir pensando la universidad como un lugar para el encuentro humano.
Al final, cuando mira hacia atrás, reconoce que casi todo en su vida —los estudios, la docencia, la investigación, su familia— está ligado a la Universidad Tecnológica de Pereira. Y que, si algo lo mueve aún, es ese impulso de seguir aprendiendo, seguir enseñando y seguir agradeciendo.








