Es un valluno  al que una visita técnica que hizo a La Rosa, le puso el futuro en sus manos. El puente de guadua de la UTP tiene su huella. Fue docente de la primera promoción de estudiantes de Administración Ambiental. Vivió la construcción paulatina  de lo que hoy es la Facultad de Ciencias Ambientales. 

Es Diego Paredes Cuervo, un docente consagrado de la UTP quien llegó a serlo sin que el ser profe hubiese estado en sus planes. Es oriundo de Buenaventura, estudió Ingeniería Sanitaria en la Universidad del Valle y su formación lo llevó a trabajar en una empresa caleña, la misma que le puso una misión en comestibles la Rosa. 

La voz firme pero tranquila y nivelada de Diego Paredes tiene una carga de gratitud y orgullo por lo hecho hasta hoy. Habla con soltura mientras recuerda su llegada a Pereira y posteriormente a la Universidad Tecnológica de Pereira —18 de julio de 1994, en eso es exacto, sin titubeos tal vez porque se podría percibir que ese día no fue solo el inicio de una vinculación simple al ganar un concurso: fue el comienzo de una historia de vida. 

Llegó cuando la Facultad de Ciencias Ambientales apenas estaba tomando forma como escuela de formación. Apenas un año de clases , un puñado de profesores, un programa nuevo —Administración Ambiental— y un grupo de estudiantes que aventuraban en un programa universitario que era único en el país. A Diego lo movió una mezcla de intuición y valentía: dejar un cargo estable en la Corporación Autónoma Regional de Risaralda, renunciar a un salario mejor y aceptar un reto que nadie podía garantizar.
“Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león”, le dijo una profesora suya de la Universidad del Valle cuando lo llamó a pedir consejo. Y él le hizo caso. Por eso está aquí.

La ruta a Pereira

Antes de ser profesor, Diego fue un joven ingeniero sanitario recién egresado del Valle, enamorado del estudio y de los retos técnicos. Su primer vínculo con el Eje Cafetero ocurrió por casualidad: supervisaba un trabajo en Comestibles La Rosa cuando conoció a un colega de la Carder, Abelino Arias. Esa conversación, tan breve como decisiva, abrió la puerta para que lo contrataran como profesional especializado en recursos hídricos. Y así, sin haberlo previsto, la vida lo fue dejando en Pereira.

De Buenaventura trajo la raíz pacífica, el gusto por el calor humano y una sensibilidad que hoy aún se le nota. De Cali, la disciplina académica. Y del Eje Cafetero, la certeza de una vida bien llevada.

Llegó a la UTP a los 28 años, sin experiencias previas como docente, y se encontró con una cohorte inaugural de estudiantes que lo obligaron —y también lo impulsaron— a crecer con ellos. Los acompañó semestre a semestre mientras él también aprendía a ser docente. Con los años lo entendió: no solo era él formando a la primera generación de administradores ambientales; también eran ellos formando al profesor que sería por las próximas tres décadas.

Lo que se encontró 

Cuando Diego habla de los inicios, aparecen nombres que ya hacen parte de la memoria institucional: Luis Fernando Gaviria — creador  de la facultad y primer decano—, Alba Lucía Domínguez, Diego Aguirre, Marta Leonor Marulanda, Luis Gonzaga, entre otros. Eran pocos y lo hacían todo: construir cursos, llenar vacíos, idear metodologías, pensar en los ajustes naturales a un programa que apenas empieza y que el país aún no comprendía del todo.

Esa raíz es la que hoy le da sentido al orgullo: haber contribuido a convertir una idea en una facultad consolidada, un programa experimental en un referente nacional, y un grupo de investigación incipiente —el de Agua y Saneamiento— en uno de los más sólidos de la Universidad y la región.

“Más de 25 años tiene el grupo ya”, dice. Su trabajo conjunto con Jhoniers Guerrero y Juan Mauricio Castaño permitió articular con el entorno. La cooperación internacional, proyectos con la GTZ alemana, pasantías a Europa, dobles titulaciones y oportunidades que transformaron a decenas de estudiantes. Muchos de aquellos que viajaron —12, 14 en una sola cohorte— hoy tienen doctorado, trabajan afuera o lideran instituciones. “Eso a uno lo llena”, agrega. Y es cierto. No suena a vanidad, suena a cosecha, porque en todos esos procesos participó. Y hasta se benefició, porque esa cooperación internacional con la  GTZ, le permitió tener formación posgraduada en el exterior. Fue de los primeros profesores de la facultad que se formaron en doctorado.

Su crecimiento

Diego Paredes leyó a tiempo las demandas del nuevo profesor, dl nuevo formador y entendió que debía mirar hacia adelante en términos deformación, eso lo motivo para hacer la maestría en Gestión en Manejo de Recursos Hídricos y Ambiente en el IHE en Delft de Holanda y posteriormente el Doctorado en Ingeniería en la Universidad Martín Lutero de Alemania 

Un profesor que cambió con las generaciones

Diego sabe que hoy no es el mismo profesor estricto de los años 90, aquel que exigía y esperaba una dedicación absoluta del estudiante, como la que él mismo tuvo en su pregrado en Cali.

“Los estudiantes de hoy son distintos: llegan con otras fortalezas y otras fragilidades. Hay que saber leerlos para aprovecharlos y guiarlos como se debe”, dice. Tal vez por eso ahora enseña con una mezcla de rigor y empatía. Sabe que educar es administrar carencias, pero también potenciar capacidades. En eso se le nota la experiencia y la calma que dan tres décadas viendo a los jóvenes cambiar.

La universidad que vio y ayudó acrecer

Diego vio pasar la UTP de 3.500 estudiantes a casi 20.000. Vio construirse cada edificio nuevo, vio expandirse el campus. Y también puso sus manos —tal cual— en proyectos que hoy hacen parte del paisaje institucional.

Uno de ellos, quizá el más simbólico, es el puente de Guadua que une Medicina con el resto del campus: una estructura nacida de un sueño casi insensato, impulsado desde la cooperación alemana y convertida en un ícono de ciudad. Diego coordinó su construcción como si fuera un proyecto personal: buscó financiación, organizó un  seminario formativo, defendió los pilares del diseño, debatió con George Stam, y celebró —como todos— cuando la Guadua se convirtió en arco y el arco en puente.

También fue clave en los sistemas de tratamiento de aguas residuales del campus, cuando imaginaron que una universidad con jardín botánico no podía seguir vertiendo sus aguas sin tratamiento. Se logró instalar dos plantas una en el área de deportes y otra en un costado de Bellas Artes. Fue una victoria técnica, sí, pero también ética.

Pero su aporte a la UTP no solo ha sido en el salón de clases, ni en el laboratorio, también tuvo la oportunidad de ser director de departamento, fue decano encargado de la facultad y representante de docentes ante el Consejo Superior de la Universidad.

La facultad que piensa el país

Su mirada crítica no ha disminuido con los años. Al contrario. Cree que la facultad debe repensarse, como lo hizo al inicio, preguntándose qué necesita hoy el país en materia ambiental.
Lo que fue novedoso hace 30 años —Administración Ambiental— hoy lo incorporan muchos programas de Ingeniería Ambiental. Es hora de imaginar nuevos énfasis, nuevas alianzas, nuevas preguntas.

Las ciencias ambientales, dice, permeaban todo; ahora pertenecen a todos. Ese tránsito implica redefinir el rol, actualizar rutas, dialogar con los otros programas de la UTP, con ingeniería civil, por ejemplo, fortalecer turismo sostenible, expandir la visión. No lo dice con preocupación, sino con esperanza. Es el entusiasmo pausado de  él que  aún, no está cansado de construir.

Una vida hecha en la UTP

Diego no llegó casado a la universidad, pero aquí formó su familia. Conoció a María Eugenia Vélez en la universidad, siendo ambos jóvenes estudiantes. Sus dos hijas —Ana María y Alejandra— nacieron y crecieron mientras él echaba raíces en la UTP. Y ambas son egresadas de aquí. Esa es una de sus mayores alegrías.
“Pereira nos lo ha dado todo”, afirma.

La UTP significa todo

Cuando se le pregunta qué significa la UTP, Diego respira “uff” y acude a sus recuerdos vividos: “La universidad me ha dado todo. Estoy en deuda con ella”.

Sn embargo si e ha retornado servicios a la Universidad: con formación de estudiantes, con proyectos que transformaron el campus, con grupos de investigación que posicionan a la institución, con cooperación que abrió fronteras, con la coherencia de quien cree que la reciprocidad también es un acto de amor.

Hoy, cercano a una jubilación que no pronuncia en voz alta, reconoce que algún día deberá sentarse a escribir lo que ha hecho, como se lo recomendaron en Talento Humano,  para que no sean otros quienes lo cuenten cuando ya no esté en su oficina, o en el aula, o en el laboratorio, o en alguna reunión de Consejo de Facultad. Pero mientras llega ese momento, sigue aquí: caminando los pasillos, leyendo a los estudiantes, ajustando proyectos, soñando facultad. Porque en el fondo Diego Paredes no solo ha trabajado 31 años en la Universidad Tecnológica de Pereira. La ha habitado. La ha construido. Y esa es una forma profunda, silenciosa y auténtica de amar una institución.