Su energía la hace imparable. Es parte de las nuevas generaciones de docentes en la UTP. Sus raíces están ancladas en el corregimiento de la Florida, por eso su sensibilidad ambiental. Su formación postgraduada la hacen sensible con lo ancestral. Una clase suya es una narración que cautiva de principio a fin.

A Sara Gaviria Piedrahíta la mueve una mezcla muy suya de raíces, sensibilidad cultural y una terquedad luminosa por entender cómo se comunican las comunidades. Por eso, aunque apenas lleva tres años como catedrática de la Facultad de Ciencias Ambientales, siente que ya ha cimentado una forma particular de llegar con sus clases a los estudiantes y fortalece un terreno propio: un espacio donde se cruzan generaciones, oficios y esas preguntas que ella no se cansa de hacer.

“Estoy feliz con lo que estoy haciendo en la Universidad Tecnológica de Pereira, porque mi perfil cuadró apenas con la materia”. Se refiere a la cátedra que orienta: Comunicación para el desarrollo, una asignatura que necesita mirar lo ambiental, lo social y lo comunicativo a la vez. Esa clase que también impartía el profesor Hugo López y que, por su salida, dejó un vacío. Él fue quien le abrió la puerta para entrar a la UTP.

Y así llegó, con una discreción única, pero con la claridad de lo que quería hacer, con la certeza de que había un lugar donde podía sumar.

Su versatilidad

Sara es una de las docentes más jóvenes de la facultad, que entiende que esa condición le permite hablar los dos idiomas del campus: el de sus compañeros docentes y el de los estudiantes que vienen detrás.
“Estoy traduciendo entre dos universos”, dice. Dos universos que ella habita con soltura porque lo ambiental —igual que la comunicación— le ha permitido acercarse a muchas formas de ser.

En ese cruce ha encontrado un espacio para crear, investigar, escuchar y provocar conversaciones nuevas.

Una vida marcada por la naturaleza

Antes de ser comunicadora, antes de estudiar antropología en México, antes de dar clase, Sara fue una niña que recibió toda la influencia del corregimiento de La Florida. Allí creció, entre un colegio rodeado de verde, con un parque nacional natural, al lado y un territorio que la formó más de lo que sospechaba.

“Desde que nací estoy conectada con la cuenca del río Otún, un territorio que me enseñó tanto, más que el salón de clases, fue mi aprendizaje temprano para entender el mundo”, señala.
Hizo estudios básicos en el colegio de la zona y terminó el bachillerato en el INEM Felipe Pérez.

Comunicadora – antropóloga

Se graduó como comunicadora social–periodista en la Universidad Católica de Pereira. Para ese entonces ya trabajaba en cultura: en la emisora cultural, en proyectos locales, en Ciudad Cultural, un periódico temático impreso, y luego fue México.

E ese país hizo la maestría en antropología social, en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Ciesas, ubicado en Oaxaca, un estado y una ciudad étnicamente muy diversa.  Fue un gran reto que despertó sus ambiciones investigativas en comunidades indígenas, y lo hizo a partir de la comunicación. Venció las barreras normativas, idiomáticas y culturales. Se involucró en emisoras indígenas y eso le permitió ser visible en esos mundos, construyó una elevada confianza que le permitió llegar a rituales y espacios que son vedados para los mestizos. 

“¿Cómo lo logré? Con una mezcla de honestidad y trabajo de campo genuino: Empecé a hacer mucha radio. Que mi voz fuera familiar para ellos, esa fue la puerta de entrada, la radio como gesto de confianza”.

Gestionó 5 becas

Sostenerse en territorio extranjero no era fácil, pero las ganas de formarse la llevaron a ser creativa y a escuchar recomendaciones, por eso durante su estancia en México se postuló y ganó cinco becas. “La principal de ellas fue la beca CONACYT, que es una beca que te da el mantenimiento y ya luego pude acceder a otras becas que me ayudaban con viajes académicos, materiales, con el trabajo de campo y con las matrículas”, explica.
El consejo que recibió de un amigo —y que ahora repite— fue sencillo: buscar en lugares donde haya menos competencia.

Con ese apoyo sobrevivió, estudió y pudo hacer una etnografía profunda que aún hoy marca su visión sobre los medios comunitarios.

Estuvo allá casi tres años. Pero nunca pensó en quedarse.

Su proyecto de vida estaba —y sigue estando— en Pereira. Volver no era un dilema: era su decisión.

Su esencia de Comunicar para el desarrollo

Cuando habla de comunicación para el desarrollo, lo hace desde esa experiencia que cruza medios, comunidades y territorio.

“El desarrollo es cuando las comunidades pueden plantearlo en sus propios términos”, explica. Y pone la comunicación como herramienta, no como receta: una forma para que las voces locales ocupen su lugar.

Sueños y horizontes

A sus tres años como docente, Sara sueña con seguir vinculada a la universidad. Poder estar más tiempo, investigar más, cruzar saberes con otras facultades, compartir lo que ha aprendido afuera y recoger lo que se crea aquí.
Su sueño —como el de muchos catedráticos jóvenes— es simple y profundo:
Permanecer. Crecer en la escala docente y como investigadora y algún día, ser profesora de planta.

No lo dice desde la ambición, sino desde la claridad de saber que la universidad es un espacio donde se construyen ideas, donde las generaciones conversan y donde ella encuentra sentido.

La investigación

Sus temas de investigación siguen siendo los medios indígenas y comunitarios.
Este año presentó, con gran aceptación, una ponencia sobre educación y medios comunitarios en un encuentro de educación y ciudadanía en la UTP y también acaba de recibir un premio de la Secretaría de Cultura de Pereira por una investigación en patrimonio y saberes culturales. “Este galardón tuvo como punto de partida, ese archivo íntimo que he construido desde siempre: fotos, grabaciones, entrevistas, imágenes de la cuenca del río Otún. Su memoria personal convertida en investigación.

La clase que Sara imagina y pone en práctica

En el aula, Sara se mueve con energía. Este año ha tenido bloques de cuatro horas, y aun así insiste en que nadie debería pasar tanto tiempo escuchando sin participar. Por eso pregunta, provoca, nombra, señala, llama a cada estudiante.

Su método es simple: teoría corta, preguntas directas, un taller donde ellos hablen, otro bloque teórico, un nuevo taller. “La lúdica y la didáctica son necesarias”, afirma.

Pero también su experiencia en cultura le da otro recurso:
Para cada tema ambiental, tiene una película.
Para cada idea compleja, una referencia cultural.

Que los estudiantes recuerden. Que conecten. Que el conocimiento quede prendido en un lugar más profundo.

Y parece que funciona: los grupos se conectan, participan, preguntan. Se involucran.

Su esencia

Sara Gaviria es parte de una nueva generación de docentes. Su mirada mezcla lo ambiental, lo comunitario, lo cultural. Su voz trae ecos de Oaxaca, de La Florida, de la cuenca del río Otún, de los medios comunitarios, de la universidad.

Sueña con seguir creciendo aquí, en la UTP.
Sueña con compartir lo que ha visto, lo que sabe y lo que sigue aprendiendo.
Sueña, sobre todo, con formar estudiantes capaces de mirar el mundo con preguntas nuevas.

Y mientras llega todo eso, sigue dando clase, investigando, conectando ideas, recordándose que el conocimiento es un viaje y que ella aún está en plena ruta, que la representa en sus caminadas de todos los días por el sendero que más le encanta desde el puente de guadua hasta el parqueadero central.