Texto enviado por el Licenciado en Etnoeducacion y Desarrollo Comunitario, Cecilio Gaitán Ocampo, integrante de la Asociación de Padres y Madres de Familia de la Universidad Tecnológica de Pereira, a la comunidad universitaria.



País congelado

Recuerdo, cuando niños jugábamos en diciembre a las apuestas de aguinaldo, y entre una de ellas estaba estatua, comparado el juego con lo que sucede en la realidad nacional, parece que a Colombia y por supuesto a los colombianos nos aplicaron el ya casi desaparecido juego.

Lo anterior lo traigo a recuerdo observando las ya tradicionales y repetitivas escenas e imágenes que cada año los medios nos muestran para conmemorar los 60 años de la desaparición de un líder político nacional, en lo que se puede llamar crónica de una muerte anunciada.

En muchos espacios de opinión se repite cada año la historia desde los mismos con las mismas, que opinan sobre lo conocido, y en sendos relatos a manera de anécdota narran los imaginarios que quedaron en sus mentes indelebles, pero lo que todo el mundo necesita oir aún no está desclasificado.

Pues bien, cumpliendo 60 años de la desaparición física de Gaitán, sus seguidores, que aún son muchos, no aceptan su desaparición espiritual, su ideario popular esparcido por toda la geografía nacional. Se niegan a finalizar un recuerdo que permanece en el fondo del subdesarrollo nacional, y en la violencia que a todas luces continúa entre nosotros.

Pueblo frustrado como el de hoy 60 años después, es parte de la historia nacional, el estado permanece capturado por un grupo de hombres y mujeres que apoltronados en un sector de los partidos decimonónicos, se preparan generación tras generación para combatir todo lo que signifique progreso para la mayoría del pueblo, para evocar un vocablo predilecto del hombre de la conmemoración.

Por la restauración moral, contra la oligarquía, eran las frases cargadas de un impactante contenido social, donde el líder rechazaba las prácticas de la clase política y que hoy 60 años después, se hacen más evidentes, más marcadas y más reaccionarias.

Los pobres son los más orgullosos, y ese recuerdo lo exhiben con altanería cada año de conmemoración, no de celebración, que se celebraría si aplicáramos ese verbo, todos seríamos presuntos implicados, digo entonces, celebraríamos el inicio de una época que marca el derrotero de las clases dueñas del poder político y económico en Colombia, la violencia y la instauración de un régimen que desaparece cualquier propuesta desde la otra orilla, catalogándola de subversiva, lejana al propósito nacional y a nuestra idiosincrasia.

El proyecto de vida de la mayoría de los colombianos sigue aplazado, refundido, y lo que es más preocupante, el pueblo que Gaitán quería dignificar se transforma en escéptico y apático, huye ante la realidad cruda, pierde su capacidad de asombro ante la realidad nacional, algo espeluznante, si tenemos en cuenta que puede ser el inicio de otra época, que como las anteriores, estará marcada con más profundidad por la inequidad y la poca movilidad social será el detonante, hoy determinada como nunca por el éxito a cualquier precio, situación de deterioro social que amenaza a todos los colombianos sin distingo de clase.