Mensaje enviado por Guillermo Aníbal Gärtner Tobón



Iniciado el 2006 el primer correo llegado a mi buzón fue la selección noticiosa del periódico alemán Welt am Sonntag (1.1.06) y una de las informaciones destacadas refiriéndose a la "novedad" del concepto de expertos recomendando como cura efectiva contra el guayabo la ingestión de otra dosis de alcohol, llamó especialmente mi atención.

No obstante lo interesante del tema que se hace ostensible al ver pasar por frente de mi casa a los resistentes borrachitos de la noche anterior que con pasos nada articulados desfilaban posiblemente con rumbo a sus casas para enfrentar allí con cantaletas o sin ellas, los efectos terribles de la resaca, encontré que en Colombia décadas atrás Alfonso Castillo Gómez se había adelantado al "descubrimiento" de los europeos del cual da cuenta la presentada edición de Die Welt.

En efecto, con el título EL ETERNO GUAYABO, Castillo Gómez presentó sus puntos de vista concluyendo que la mejor cura estaba en el jugo de whisky, literalmente: "la única terapéutica para el guayabo consiste en ingerir "el jugo de media botella de whisky".

En el bachillerato la química me dio mas duro que el golpe que cualquier tapetuza guarniana o jugo de cabuya pueda producir, no obstante, el escrito en Welt am Sonntag http://www.wams.de/data/2006/01/01/825338.html condujo a refrescar algunas nociones que no considero del caso repetir ahora como si me parece pertinente reproducir en extenso el escrito de Castillo el cual además puede ser "bajado" de la red desde la siguiente dirección:

http://diarionocturno.com/selecciones/clasicos/guayabo.htm

EL ETERNO GUAYABO
Alfonso Castillo Gómez, 1964
http://www.ciudadfutura.com/diarionocturno

Guayabo = Resaca, malestar que el que ha bebido con exceso padece al día siguiente (Nota de El Diario Nocturno)

Hace unos dos meses, el director de Magazín Dominical nos envió con carácter urgente un artículo aparecido en "The American Weekly" y bajo el título de "The Morning After" y el subtítulo, obviamente importantísimo para muchos caballeros de: "Lo que usted puede y no puede hacer con un guayabo". El autor es un señor Richard Gehman, quien a juzgar por sus conceptos, ha manoseado el tópico tanto, por lo menos como Burton el jamonero de Liz Taylor. (Antes de proseguir, permítasenos hacer la célebre pausa que refresca, pues se trata de formular una indispensable advertencia. El aludido escrito no nos lo remitieron a modo de amistoso servicio a atención personal, sino para verterlo del inglés al hermoso idioma cervantino. Quizá de paso, también porque el director de este semanario se encuentra interesado en el tema, ya que no hay día en que no nos llame telefónicamente para reclamar la útil obra. Esto es, cuando sus llamadas "caen", ¡cosa harto difícil de lograr en Bogotá!

Después de repasar a la ligera el artículo, concluímos que no era el caso de traducirlo literalmente por motivo a que el señor Gehman sólo alude en él al hangover originado en las tradicionales celebraciones del primero de mayo, y resulta que conforme a opiniones de tratadistas en la materia a quienes optamos por consultar antes de entrar a este trabajo, hay guayabos muchísimo más agudos y sostenidos, como los que siguen a las festividades navideñas, a la boda de una hija única, a la Semana Santa y a la salida de un tío de la cárcel. Sólo el Creador, en su sabiduría infinita y únicamente comparable a la del General De Gaulle, debe estar al corriente de por qué el susodicho señor Gehman ha tomado como punto de referencia y comparación el segundo día de mayo. Lo único que se nos ocurre pensar es que se trata de un mártir laboral, que aprovecha el ocio forzoso del Día del Trabajo para autopromoverse una juerga de bandera durante la cual, de ello no nos quepa la más minúscula duda, desbarra contra su gerente, tildando de "that bastard" y otros calificativos con los cuales los gringos suelen aludir a quienes les hacen poca gracia. Sea como fuere, de ahora en adelante nosotros, y tal vez muchos de ustedes lectores también, no dejaremos de dedicarle cada 2 de mayo, un tierno recuerdo a Gehman, sobretodo si es casado y de contera trabaja en contabilidad.

El grande humorista Robert Benchley declaró una vez que, si se exceptúa la muerte, no resta ninguna otra cura para el guayabo. Prueba ésta de que él pertenecía al desdichado grupo de individuos que a "la mañana siguiente a la anterior", no pueden precisar si lo que les piden el cuerpo y el alma es un trozo de carne con picante, un kilo de helado, un confesor, una actriz italiana o media docenas de vasos de ginebra. Pero, claro, en este terreno, como en todo hay dosificaciones. Y así lo reconoce el propio Gehman cuando advierte que a las diferentes personas las afectan distintos tipos de malestar corporal y espiritual. Algunos individuos apenas logran permanecer acostándose en silencio y odiándose a sí mismos. Otros se incorporan y proceden a entregarse a frenéticas actividades, como si con la acción pudieran -¡Cándidos!- ahuyentar el mal. Los de más allá experimentan una invencible necesidad de pelos de la misma perra, lo cual si hemos de atenernos a la autorizada creencia de Gehman, aceptada aunque no practicada por ciertos parroquianos habituales de "El Automático", es excesivamente peligroso, ya que una copa a menudo conduce a la siguiente, esta a una tercera, de allí a la cuarta y finalmente a una turca que a su vez proporciona un guayabo nuevo, solo que de peores características que el anterior, si cabe. Y por último están aquellos a quienes el guayabo los induce a tomar las más extravagantes resoluciones. "Jamás en mi vida, volveré a probar el maldito trago". "Te juro, mija, que la de anoche sí fue la última". "De ahora en adelante me limitaré, en los cocteles a tres tragos máximo, y en seguida a casita". "He sido un completo irresponsable, pero ya verán, ya verán...". Todas estas formas de afrontar los guayabos, y todas esas declaraciones, son majaderías. Raro es el hombre o la mujer que, habiendo padecido un guayabo, nunca cae en otro, asumiendo que no deja la bebida en seco. Existen dos explicaciones de lo que es un guayabo, según Gehman. La primera algo que le sucede a uno cuando ingiere demasiado alcohol. La segunda, más completa: el alcohol es un alimento, pero a diferencia de los otros no contiene minerales, vitaminas ni proteínas, y no se digiere antes de colarse a la corriente sanguínea. Antes de entrar allí, sin embargo, el organismo resuelve todo lo que debe hacer, con sus componentes. Nos deshacemos de quizás un 20% mediante eliminación y exhalación; y la oxidización dispone el resto.Desafortunadamente para todo el mundo, este proceso oxidizativo comienza en el hígado, órgano que, como el doctor Lauro, parece posar una mentalidad muy propia y muy terca. El hígado -todos los hígados- no es capaz de despachar más de una onza de alcohol, en licor, en una sola hora. Si usted, amigo que nos lee, puede controlar su bebida a una onza de vodka, ginebra o whisky por cada sesenta minutos, tendrá luz verde para beber toda la noche sin amanecer al otro día hecho un infeliz. ¿Quién, por lo demás, logra realizar semejante hazaña, especialmente en la capital colombiana, donde hasta la más encopetada señorona se acomoda en una hora suficiente de licor como para hundir una batea? Pero el hígado no es el único ofensor. El alcohol irrita, al igual que el cobro de impuestos, y suscita toda suerte de conmociones en el estómago, los intestinos y las entrañas mismas, para no ocuparnos por ahora de las que origina en el santo seno hogareño. Y por ser un alimento, expele en el estómago jugos digestivos, los cuales, no teniendo nada más que hacer, se ponen a causar una novedad llamada gastritis, que lo hace sentir a uno como una mezcladora de concreto o lo mismo que si se hubiera tragado un par de emboladores. Como si todo lo anterior fuese lo suficientemente horrendo, y por lo tanto capaz de alejar de la copa hasta un marinero en vacaciones, veamos ahora el aspecto realmente aterrados. El alcohol reemplaza parte del oxígeno en la corriente circulatoria. La zona del cerebro que contiene el sistema nervioso central, vive sanamente hambrienta de oxígeno y no consigue funcionar normalmente sin este elemento vital. En realidad, la corteza obra como un borrachito, causando bamboleo, torpeza en el hablar, incapacidad de sostener objetos en el marco, como el cigarrillo o el esferógrafo, y otros síntomas de chabacanería generalmente mal mirados por las señoras y los ejecutivos de empresas.

El alcohol también da lugar a una desviación del agua en el cuerpo, aunque los hombres de ciencia aún no han podido establecer el por qué de semejante fenómeno. Las células pierden parte de su normal complemento de agua, y de ahí que los pobres enguayabados experimenten una sed equiparable a la que afecta comúnmente a las vacas de la Guajira.

El aflojamiento de los procesos digestivos y la ausencia de apetito son los factores que eventualmente dan paso a las enfermedades de las que fallecen los alcohólicos. El alcohol no cansa, de por sí, la desnutrición que a su turno acarrea, la famosa cirrosis del hígado, perturbaciones renales, neuritis y otras afecciones relacionadas con el alcoholismo. La persona que bebe y come regularmente no será presa de estos desórdenes, según sostienen los médicos. Pero ocurre que la mayoría de los adictos al copetín se encolerizan con quien ose brindarles un plato de comida y casi invariablemente acaban por nombrarle la madre y largarse para otro sitio. Casi no hay hombre que haya sufrido los rigores de un guayabo, que no afirme tener alguna fórmula mágica para erradicarlo.

Sólo que en gran parte tales fórmulas se basan en determinados menjurjes con cimiento alcohólico. El "Bloody Mary", o unas cuantas ostras con ginebra y limón, o el gin-fizz con salsa picante, o cualquiera otra preparación mañanera, puede que pongan a andar de nuevo los jugos digestivos, pero de allí no pasan.¡Ah!, dirá el lector ingenuo, pero en cambio si hay preventivos, como la costumbre de tomar un poco de leche o comer mantequilla antes de entregarse a la guasanga etílica. Pues no. Todo lo que logra cualquier sustancia grasienta en el estómago es demorar la absorción de alcohol en la sangre; pero es una breve dilación y el alcohol usualmente sale victorioso. La aspirina y otros compuestos adormecedores alivian el dolor de cabeza, es cierto. Los productos alcalinos evitan que el estómago se suicide, e inclusive algunas bebidas suaves proporcionan cierto alivio allí abajo.

Pero hasta ahora no existe ninguna píldora que todo lo cure, y parece que no la habrá jamás, según lo prevé con desesperante pesimismo el señor Gehman. Hace pocos meses, los periódicos publicaron determinados informes muy alentadores para los amigos de las libaciones. Se decía allí que varios fabricantes de bebidas se hallaban trabajando activamente en la producción de un licor garantizado para no originar ninguna clase de malestares. Es decir, que se empeñan en inventar un brebaje desprovisto de los elementos de desecho que el hígado se ve a gatas para eliminar.

Empero, como dichos elementos en sí mismo originan apenas una parte de los daños, resulta difícil ver como un whisky nuevo y supuestamente no enguayabador, sea capaz de ocasionar cosa distinta de guayabos. Si la ciencia médica se ingeniase un flamante tipo de hígado que pudiera ser empotrado en lugar del original que todos poseemos actualmente, quizás podría haber alguna esperanza. De otro modo no. En el moderno aeropuerto de Las Vegas, Nevada, EE.UU., dizque funciona una máquina expedidora de oxígeno, que puede utilizarse depositando -¡ni más faltaba!- una moneda de 25 centavos en la inevitable ranura. Pero de ahí a curar, lo que se llama curar el guayabo, hay un buen trecho, como lo comprobó un colombiano, que, luego de despilfarrar cerca de ocho dólares en aquel artefacto, comprendió, al menos para su caso, que lo único aconsejable era instalarse en el bar y dar golpes sobre la mesa mientras lo llamaban a abordar la nave aérea. Cuando esto ocurrió, cargaba dentro de su macerado esqueleto no menos de un litro y medio de buen escocés.

El tantas veces aquí citado Mister Gehman sostiene que lo único recomendable para el enguayabado es controlarse, si es que se puede. Habitualmente, cuando ha libado a las locas, cae en un profundo sueño tan pronto como su cuerpo y su cerebro se dan por derrotados; pero luego, después de unas pocas horas, se inicia un diálogo interno de esta guisa:- Estómago -dice el cerebro después de dormir -, ¿no crees que este hombre verdaderamente nos inflingió anoche un castigo inmerecido? - Así es -contesta el estómago-, ahora, despertémoslo a él merecidamente. Cosa que llevan a cabo sin contemplaciones. Sobre todo con sujetos como un amigo nuestro a cuyo modo de ver la única terapéutica para el guayabo consiste en ingerir "el jugo de media botella de whisky". ¿Qué opinan ustedes?

Ahora bien, si Uds., mis queridos y queridas contertulias, pudieron, pese a la trasnochada de ayer-hoy, llegar a este punto de la lectura (lo cual delata que no sufren de guayabo), entonces reciban mi deseo porque en lugar del jugo de lo que llamaría Jaime Fernández Botero, "locura embotellada" disfruten de asado con todas las de la ley, que puede ser la del llano o la de cualquier otra buena cocina.

Un abrazo cordial y la reiteración porque disfruten todos de un excelente año pródigo en salud, amor, curiosidad, voluntad, gozo, etc. Etc., todo bien terrenal y espiritual posibles.


Guillermo Aníbal Gärtner Tobón