Por considerarlo de interés general la Vicerrectoría Académica envía a la comunidad universitaria el artículo Hacia dónde debe ir y qué universidad requiere el país, esa es la cuestión publicado en la edición N. 531 del Periódico Alma Mater de la Universidad de Antioquia.



Hacia dónde debe ir y qué universidad requiere el país, esa es la cuestión


• El escenario actual de mundialización ha puesto en entredicho la concepción clásica de universidad.
• El troquelado mental del docente, en buena medida, todavía sigue anclado a la mera transmisión de conocimiento y no a la promoción de formas autónomas de aprendizaje del estudiante. Una reforma universitaria debe empezar por el profesorado y por una reformulación de la política salarial que impida la erosión intelectual de los centros de educación superior; además, debe insistir en superar la concepción de la universidad como «dictadura de clases»…



Lo que está en juego no es la modernización de la gestión, ni el cambio del organigrama, ni solamente distribuir cargas y funciones dentro de la organización contemporánea. Lo que está en juego es el concepto mismo de universidad, que debe replantearse en el escenario mundial globalizado si no se quiere perder identidad cultural en ese contexto generador de intereses políticos.

Este es uno de los puntos de partida de la reflexión presentada por el profesor Luis Orozco Silva, quien en una reciente charla con directivas del Alma Máter, en el marco de las discusiones que se vienen adelantando con miras a definir el plan de desarrollo para los próximos años, analizó lo que ha sido, lo que puede ser, y los desafíos que enfrenta la universidad como institución.

Con ese trasfondo (retomar esos escenarios que hoy hacen inviable la institución), el profesor esboza el nuevo perfil de prioridades que surge para las universidades.

«Cuando uno mira una universidad en singular –dice–, el rostro propio se define por tres dimensiones sustantivas. Una, la relación con el conocimiento. Dos, la relación con la sociedad. Y tres, la relación con la persona humana. En relación con lo primero –explica–, porque después de todo la universidad es una empresa del conocimiento, ya sea que lo produzca –investigación–, o lo reproduzca –docencia–, o lo recree y critique por el impacto social.
En cuanto a lo segundo, asegura, ha habido un cambio sustantivo entre lo que acontecía antes y lo que ahora. «En las obras de Jaspers, Fichte, Schelling o Von Humboltd, los pensadores clásicos del mundo universitario en Berlín, en 1811, no se encuentra la relación universidad-sociedad, y por tanto, tampoco temas como el de la pertinencia, de la equidad o el apoyo de la universidad al pago de la deuda social; y no está porque tampoco estaba en el contexto social de la Alemania de entonces», apunta. En contraste, anota, la relación universidad-sociedad es un tema de hace unos quince años. Lo interesante, señala, «es que no hemos sido los filósofos los que pensamos esto para mostrar un horizonte de sentido de esa relación, sino el Banco Mundial y el BID, y ahí hay una diferencia entre la aproximación del banquero y la de Jaspers, Fichte, Schelling y Von Humboldt. Aquí se nos plantea un desafío: si los universitarios no nos apropiamos la reflexión sobre qué ha de ser la universidad para el futuro, entonces nos la van a definir los bancos o los organismos de crédito internacional».

Y en relación con la tercera dimensión –observa-, la función de la investigación y la función de producir soluciones y de articularse creativamente a la problemática del país pasan por los procesos de formación. En último término, explica, lo que la universidad hace es tratar de formar personas en las cuales imprime en su carácter y personalidad un esquema básico de vida y una capacidad ética para emitir juicios sobre la sociedad en que vive, esto es, la formación integral. «Allí es, a mi modo de ver, en donde descansa la finalidad última de la institución, y hoy en día hay preguntas muy sustantivas de la juventud respecto a su futuro y a la sociedad, porque no quiere seguir viviendo sin esperanza, y la universidad debe poder dar algunas respuestas a esas inquietudes fundamentales que traen los estudiantes».

Vértigo de adecuación

El profesor de la Universidad de los Andes llama la atención también sobre la existencia hoy en día de una especie de vértigo de adecuación, plasmado en tres frentes sustantivos. Uno de ellos es el cambio de escenario: ya no estamos en una universidad colonial, ni en una sociedad esclavista, sino en un mundo de economía global, en el cual las interdependencias son crecientes, no sólo en cuanto al capital financiero, sino también en el ámbito social, político y cultural.

El segundo frente de vértigo, se refiere a que tal contexto de mundialización tiene significativos impactos en la educación superior, que están llevando a una tesis muy fuerte, según la cual los países no van a poder moverse en el escenario mundial, en términos de mantener productividad, si no tienen la capacidad de generar innovación en procesos y productos, y para eso necesitan formar el capital humano de acuerdo con el desarrollo científico y tecnológico contemporáneo, y eso significa –explica– que las universidades salen a la palestra como una estrategia fundamental del desarrollo, entendido este a la manera de Amartya Sen, de crear mayores condiciones de libertad en donde la gente pueda escoger un futuro que considere valedero para sí y que le permita inscribirse con dignidad en los escenarios laborales.

«El reto, entonces, es que tenemos que replantear la política de formación del talento humano nacional para mantenernos con dignidad en el escenario mundial, en el marco del TLC, el ALCA, etc., etc.», concluye Orozco Silva, para quien es claro que las universidades deben preguntarse si pueden mantener un puesto digno en el campo internacional, si persisten en las estructuras académicas que durante décadas han sostenido, o si por el contrario se impone un cambio fundamental que permita formular preguntas tan radicales como la que, por ejemplo, se interroga por cómo se encuentran los planes de estudio en relación con los niveles de avance de las disciplinas. «Pidan a los profesores los programas, y en cinco minutos podrán identificar cuándo les dio infarto intelectual», sostiene, y por eso, agrega, es trascendente que asumamos los nuevos escenarios con un cambio académico interno.

Un tercer frente relacionado con el vértigo de adecuación son las dificultades que se presentan, una de las cuales la constituye la persistencia de estructuras organizacionales casi medievales, y que dan pie para preguntarse cómo es posible mantenerse al día en el mundo de la ciencia contemporánea y sus esquemas de producción si la estructura es tan pesada, tan vertical, tan llena de ires y venires que casi imposibilita ser creativo. «Resulta interesante pensar que haya una organización social encargada del conocimiento en la cual las estructuras parecen hechas para que no haya conocimiento», subraya, mientras confirma que por más esfuerzos que se han hecho, aún no se superan problemas tan crónicos como el de la calidad, la pertinencia, la legitimidad, y –añade– todavía el sector productivo mira con cierta sospecha, en parte porque aún está en el imaginario social que el trabajo intelectual no es profesión y que la vida académica es simplemente un uso del ocio, cuando en los países desarrollados el quehacer académico intelectual es profesión, en el sentido más auténtico y antiguo de su expresión, esto es, profesar, dar fe, ser testimonio de quien ha dedicado la vida a la cosa intelectual. «Pero, cuántos de nosotros damos fe o más bien vivimos de la fe del otro, lo que hace pensar que no todos los que estamos en la universidad somos universidad», asevera.

Y plantea que estas situaciones son las que han propiciado que haya diferentes discursos sobre la educación, mientras la mayoría de los gobiernos se orienta por la literatura actual que proviene del BID, del Banco Mundial y de la Unesco, «y, naturalmente –reitera– las preocupaciones de los bancos no siempre son tan académicas». Así, por ejemplo, el Banco Mundial insiste en que los gobiernos no han tenido criterios para la asignación de los recursos, que los presupuestos se asignan de manera inercial, premiando la mediocridad; además, que hay una fuerte dependencia de las instituciones de educación superior del presupuesto central. En tanto que el BID llama la atención sobre el carácter autorre-ferencial de las universidades, y que por tanto deben abrirse al medio externo –sector productivo–, inter-nacionalizarse y crear nuevas modalidades de educación, lo cual obedece a la necesidad de crear nuevas carreras. «A su vez, las universidades suelen decir que no abren nuevas carreras porque no hay demanda, pero –reflexiona– la tarea de la universidad no es solamente ser funcional a la demanda, sino también entender la dinámica de la sociedad y ser capaz de orientarla hacia las necesidades sociales, así no haya una percepción inmediata de las mismas».

Cambio de galaxia y de paradigmas

Al recapitular sobre los que considera puntos neurálgicos de la universidad en relación con el conocimiento, la sociedad y la persona humana, Orozco Silva plantea que estamos pasando de la galaxia de Gutemberg a la galaxia del internet y, con Manuel Castell («La era de la información»), observa cómo la revolución científico tecnológica, marcada por el desarrollo de las teorías de la información y de las nuevas tecnologías de la comunicación, está representando una ruptura similar a las que en su momento significó la aparición de la imprenta, en tanto ha modificado no solamente las organizaciones productivas, sino también las organizaciones sociales, políticas, pero más que eso, la misma conciencia social, la experiencia humana.

«El computador y lo que ello significa en términos de nuevos valores, de acceso a la información, de modificación de formas de aprendizaje, de saber lo que sucede en el mundo en tiempo real, ha revolucionado todos los esquemas de comportamiento social y político de las comunidades humanas», dice, al tiempo que se pregunta qué tan cercana está la universidad de esa revolución con el uso de nuevas tecnologías de información en la docencia, que no se reduce, lógicamente, a contar con computadores, y que como lo sugiere un estudio de José Silvio patrocinado por la Unesco («La informática en la universidad»), el problema es de más hondo calado.

Dicho estudio señala que en las universidades de Latinoamérica hay poca capacidad de infraestructura tecnológica, altos costos para mantener al día la tecnología existente, poco conocimiento de los idiomas modernos por parte del profesorado, y dificultad en los docentes para cambiar su rol tradicional a un sistema basado en medios de comunicación. Entre tanto, la Unesco señala como una especie de obstáculo epistemológico el troquelado mental del docente, que está hecho con base en el mecanismo de transmisión de información, y no centrado en los procesos de aprendizaje del estudiante. «O sea –reflexiona Orozco Silva–, para muchos de nosotros es un cambio de paradigma muy fuerte que nos cambien el rol de quien enseña a un rol de quien acompaña a que otro aprenda. Son dos esquemas mentales completamente distintos», y plantea la necesidad de una revolución en los métodos de docencia que, unida al cambio de las estructuras académicas, revolucione, en últimas, la manera como se usa el conocimiento en la universidad y en la sociedad.

Retos

Por la misma razón, Orozco Silva reitera que el primer reto que enfrenta la universidad es el cambio de política en la formación del talento humano, máxime cuando lo que está en marcha son procesos de acreditación, currículos y estándares internacionales en todas las disciplinas. «La tendencia es a que seamos profesores internacionales, tanto que ya los estadounidenses clasifican a los profesores en internacionales, nacionales y guardianes de la casa», dice, y por lo mismo, complementa, las universidades van a tener que impulsar una política agresiva de formación profesoral, pues en cinco años se estima que aquel profesor joven que no tenga doctorado no podrá enseñar en una universidad acreditada internacionalmente, «o la universidad sigue autorreferenciada y cree que, mientras el mundo cambia, puede seguir siendo medieval en el siglo XXI», sentencia.

Otro desafío es el relacionamiento con el medio externo, puesto que –sostiene– si bien desde hace unos 25 años las universidades vienen reflexionando sobre este punto, no han podido crear una interfase con el sector productivo. «Desde luego –aclara– no es un problema para mirarlo sólo desde la universidad, puesto que tiene que ver con el desarrollo de la industria y de las empresas, pero a ellas corresponde un mayor impulso, dada la posición de los gobiernos respecto de la financiación de las universidades, de manera que hay que diversificar ingresos, lo cual significa abrir el potencial intelectual en investigación, consultorías y demás».

Y puesto que es claro que, cuando se mira el desarrollo intelectual de los diferentes sectores sociales, la gente más talentosa está en las universidades, a éstas les compete asumir nuevas funciones que apoyen el proceso de mundialización del país, lo cual exige superar el carácter de organización autorreferencial, y salvar un obstáculo que está en la cultura de las universidades latinoamericanas y es que todas fueron hechas, fundamentalmente, para dictar clase. «Está en el arquetipo mental y los mismos directivos y consejos superiores conciben que la universidad es una dictadura de clase, y el docente se autoasume de profesión «profesor-dar-clase» y esa es una visión muy estrecha y por eso hay que redefinir lo que es ser profesor, ser académico, ser pensador, ser un hombre de ideas en un mundo transformado». Por lo mismo, sostiene, hay que redefinir el rol del profesorado en la institución, lo cual implica también redefinir las políticas salariales, porque –asegura– «mientras las universidades estén armadas para pagar profesores para dar clasecitas, es imposible que un talento intelectual pueda subsistir en una organización de éstas y por eso los mejores se los está llevando la industria, los laboratorios y las empresas farmacéuticas, y ahí tenemos una amenaza, a la cual hay que hacerle frente pronto para evitar una erosión intelectual, un empobrecimiento del talento humano».

En síntesis, se necesita una revolución metodológica en la enseñanza, promover nuevos liderazgos, asumir nuevas funciones y poner en tela de juicio, con honestidad intelectual, el modelo de universidad. En últimas, buscar un equilibrio entre la clásica universidad humboldtiana que está en crisis –la de los ideólogos alemanes de la primera mitad del siglo XIX, que fundaron la famosa Universidad de Berlín en 1811– y la que está surgiendo de facto por las dinámicas de la sociedad, la universidad de mercado, que está más en función de las demandas sociales, de descubrir nichos, de lo que le piden que haga aunque sea contradictorio con su ideal. W

Alcances y presupuestos del cambio

Hay que tener claridad sobre qué alcance se le quiere dar al cambio, porque según sea éste, serán las estrategias. Si el alcance es estructural, radical, pues la estrategia no puede ser de aguas tibias, dijo Enrique Orozco Silva, el primer invitado a la fase de redireccionamiento estratégico que inició la Universidad para definir el plan de desarrollo para los próximos años.

Según el profesor de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, para sacar adelante estos procesos de transformación se requiere voluntad política, sin la cual no hay nada qué hacer, y debe ser del Consejo Superior, de los decanos, del rector, de los profesores, porque el cambio es participativo, reflexivo y crítico, o no es cambio; y con un liderazgo institucional y académico muy claro, «si no será una delegación hacia abajo de una mediocridad andante que genera atolondramiento generalizado». Pero también, liderazgo de la tribu académica, porque la universidad se articula alrededor de culturas académicas, y éstas a su vez con base en los especialistas de los temas, éstos con base en paradigmas y los paradigmas explicitan valores, formas de conocimiento, técnicas, metodologías, instrumentos de análisis, visiones de la realidad e ideologías.

«Y si uno cree que va a ser un cambio organizacional de una universidad, integrada mayoritariamente por académicos, sin tener en cuenta el rol de los paradigmas en el cambio, es muy difícil la transformación, o el cambio se vuelve un asunto tecnológico y tecnocrático administrativo que, aunque parezca que sí, no toca a la universidad», dijo.

Consecuentemente, planteó que las reformulaciones básicas deben girar en torno a definir cuál es el perfil mínimo de la universidad que se quiere en pedagogía, metodologías de docencia, niveles de formación del profesorado, investigación, articulación con el medio externo, relaciones internacionales y con la cultura, puntos neurálgicos de la educación superior latinoamericana, lo cual implica redefinir visión y misión, que son formulaciones filosóficas que deben aterrizar en estrategias de intervención que permitan que la organización concretice las concepciones ideológicas, si no se puede quedar en esquema lógicamente cierto –discursivo–, y realmente falso.

«Si la formulación de visión y misión no encarna una transformación interior de la cultura organizacional no tiene sentido, y por tanto no puede hacerse redireccionamiento estratégico sin movilizar la cultura. De ahí la complejidad del cambio en la universidad, que al contrario de las organizaciones verticales, cuando arriba se dice hágase tal cosa, abajo se levanta un no esotérico, porque la racionalidad de la universidad es la racionalidad de la cultura y ésta se mueve en valores, no taylorista o fayolista», dijo, al tiempo que planteó que responder al problema de los fines es responder, siempre de manera provisional, para dónde voy, qué soy, «de lo contrario uno no puede saber si como va, va bien, entonces, frente al atolondramiento generalizado es mejor ir despacio, pero firme y con claridad intelectual».