El siguiente es un mensaje enviado por el profesor Guillermo Aníbal Gärtner Tobón, Profesor Asociado - Departamento de Humanidades.
Frente al hecho de la muerte
Nuestra actitud frente al hecho de la muerte entendida como desaparición física, inhumación o incineración del cuerpo que marca nuestra identidad personal, resulta compleja y contradictoria. Intelectual o racionalmente podemos repetir que es lo más natural pero afectiva y emocionalmente cuando se trata de una persona querida, cercana, familiar, objeto de nuestro amor o amistad, la situación es otro y se requiere de valor o resignación para aceptar el hecho radical de su despedida.
Como expresión de mi sentimiento y condolencia con ocasión del sorpresivo transito a través de la oscura portada emprendido por nuestra compañera de trabajo en la UTP, Sonia Amparo Mejía deseo compartir estos apuntes con sus parientes y amigos.
Según narran cronistas e historiadores, en la antigüedad griega parece que llegó a predominar en alguna época un sentimiento verdaderamente trágico de la existencia.
Así cuenta por ejemplo Jacobo Burckhard de Aristóteles, quien sin embargo haber declarado que la vida es un bien deseable, dejó las terribles palabras:
"¿Qué es el hombre? Marca de debilidad, presa del momento, juguete del azar, símbolo del cambiante destino, entregado unas veces a la envidia, otras arrastrado por la desgracia; todo lo demás es moco y bilis. Los animales son más felices y, en el fondo, más sensatos que el hombre; el tan maltratado asno, por ejemplo, no se inflige a sí mismo daño alguno."
Julián Serna, profesor universitario, ha sabido en libro recientemente publicado expresar claramente esos principios en lo que a la muerte se refiere:
"Las divergencias entre semitas e indoeuropeos respecto al fenómeno de la muerte, se refleja en sus prácticas funerarias. Si bien ambos reconocen la existencia de un más allá, entre los semitas -al menos en un comienzo- se trataría de un mundo subterráneo, en donde las almas de los difuntos llevarían un tipo de vida cualitativamente inferior a la vida presente, cuando perderían la conciencia de su identidad personal; los indoeuropeos, en cambio, reconocen la autonomía de la vida espiritual, y en particular su oportunidad de optar por un plano de existencia superior luego de la muerte. Mientras los semitas inhuman los cadáveres -la vía del atajo al mundo subterráneo-; los indoeuropeos, en cambio, practican la cremación -en términos de liberación del alma en tránsito a otros planos de existencia. La antítesis entre inhumación y cremación no es un fenómeno incidental ni mucho menos. De allí por ejemplo que los judíos ortodoxos hayan prohibido la cremación y que el cristianismo no la permitiera hasta el siglo XVIII."
No dudo en afirmar que el consuelo principal frente a la desaparición física de nuestros seres queridos, puede encontrarse en la exaltación de la afirmación y amor por la vida como algo mucho más trascendente que el simple "apego a las condiciones mundanas" siempre relativas, pasajeras.
Personas que han sido construidas de amor, de la comprensión, de la responsabilidad y el valor, tienen vocación de eternidad y se memoria siempre viva y afirmativa constituye la prolongación de un ser en sus descendientes y en quienes han sido objeto o beneficiarios de esa existencia pletórica de valores afirmativos. Por eso es coherente afirmar que solamente morimos cuando nos olvidan y este no es el caso de quien como integrante de la comunidad universitaria, siempre ha de estar en nuestro recuerdo y vida afectiva.
Guillermo Aníbal Gärtner Tobón
Profesor Asociado - Departamento de Humanidades