Información enviada por el profesor Escuela de Tecnología Mecánica, Carlos Alberto Romero, a la comunidad universitaria.



CUANDO FALLA LA JUSTICIA, TAMBIÉN FALLA LA FE

“En otra ocasión, cuando los hijos de Samuel, constituidos por su padre como jueces de Betsabé, recibieron presentes y emitieron un fallo injusto, el pueblo de Israel rehusó seguir teniendo a Dios por su rey, de modo distinto a como era rey de otro pueblo; y por ello exigieron de Samuel que les eligiera un rey tal como lo tenían en otras naciones. Así que, fallando la justicia, falló también la fe, hasta el punto que los israelitas depusieron a su Dios de la soberanía que tenía sobre ellos.

Al implantarse la religión cristiana, cesaron los oráculos en todos los lugares del Imperio romano y creció portentosamente, día por día, el número de cristianos, por la predicación de los apóstoles y evangelistas; una gran parte de este éxito puede atribuirse razonablemente al desprecio que los sacerdotes de los paganos de aquel tiempo habían merecido por sus impurezas, por su avaricia y por su condescendencia con los príncipes.

Así, también, la religión de la iglesia de Roma fue, por la misma causa, parcialmente abolida en Inglaterra y en algunas otras partes de la cristiandad: en efecto, cuando falla la virtud de los pastores, falla la fe del pueblo. En parte se debió a la introducción de la filosofía y de la doctrina de Aristóteles en la religión, por los escolásticos, pues de ello se derivaron tales contradicciones y absurdos, que el clero cayó en una reputación de ignorancia y de intención fraudulenta, lo cual hizo que el pueblo propendiera a rebelarse contra él, bien fuera contra la voluntad de sus propios príncipes, como en Francia y Holanda, o con su aquiescencia, como en Inglaterra.

Por último, entre los puntos declarados por la iglesia de Roma como necesarios para la salvación, existen tantos que manifiestamente van en ventaja del Papa y de sus súbditos espirituales que residen en los territorios de otros príncipes cristianos, que si no hubiera sido por la pugna entre tales príncipes, hubieran podido excluir toda autoridad extraña, sin guerras ni perturbaciones, con la misma facilidad que ocurrió en Inglaterra. Porque ¿habrá alguien que no advierta a quién beneficia el creer que un rey no tiene su autoridad de Cristo sino sólo cuando un obispo lo corona? ¿Qué un rey, si es sacerdote, no puede contraer matrimonio? ¿Qué si un rey ha nacido o no de un matrimonio legal, es asunto que deba juzgarse por la autoridad de Roma? ¿Qué los súbditos puedan verse liberados de su promesa si la Corte de Roma juzgo al rey como hereje? ¿Qué un rey pueda ser depuesto por un Papa, como el Papa Zacarías, sin causa alguna, y entregando su reino a uno de sus súbditos? ¿Que el clero secular y regular esté exento, en lo criminal, de la jurisdicción de su rey? ¿O, no se advertirá en provecho de quién redundan los emolumentos del altar y de las indulgencias, con otros signos de interés privado, suficientes para matar la fe más viva, si, como ya he dicho, no estuvieran más sostenidos por el poder civil que por la opinión sustentada acerca de la santidad, sabiduría o probidad de sus maestros?

“Los hombres que tienen una firme opinión de su propia sabiduría, en materia de gobierno, son propensos a la ambición, porque el honor de la sabiduría se pierde si no existe empelo público en el consejo o en la magistratura. Por esta causa los oradores elocuentes son propensos a la ambición, porque la elocuencia aparece como sabiduría a quienes la tienen y a los demás.

La elocuencia, unida a la adulación, dispone a los hombres a confiar en quien la tiene, porque la primera simula sabiduría, y la segunda bondad. Si a ello se añade la reputación militar, dispone los hombres a la adhesión y a someterse a quienes la poseen.

La falta de ciencia, es decir, la ignorancia de las causas (por bien informado que se esté no es lo mismo ciencia que información, pues quien bebe sólo de la información sólo parasita de otros), dispone a un hombre a fiarse de la opinión y autoridad de otros. En efecto, todos los hombres a quienes interesa la verdad, cuando no confían en sí mismos, deben apoyarse en la opinión de algún otro (el gurú de turno, generalmente, el más apalancado por los grandes medios) a quien juzgan más sabio que a sí mismos, y en quien no ven motivo alguno para ser defraudados.”

Así, puede atribuirse todos los cambios de religión (partido) en el mundo a una sola y única causa, es decir, a los sacerdotes incompetentes.”

Agradezco su atención al presente mensaje


Carlos Alberto Romero
Profesor Escuela de Tecnología Mecánica
Universidad Tecnológica de Pereira