Intervención del Rector de la Universidad Tecnológica de Pereira, Luis Enrique Arango Jiménez, realizado para el evento Vendimia 2010, el pasado 12 de noviembre en Villa de Leyva. Visualizar video en www.vendimia.rudecolombia.edu.co





LA UNIVERSIDAD DEL SIGLO XXI EN LATINOAMÉRICA

Pereira, 12 de noviembre de 2010


Cuando se plantea el interrogante de imaginarnos la Universidad del futuro en Latinoamérica, surge inevitablemente la necesidad de volver sobre la misión de las universidades; ellas deben ser el espacio para que las ideas y el conocimiento florezcan de manera libre y aporten al progreso de la humanidad con equidad, en armonía con la naturaleza y de manera sostenible. Un lugar donde se ejerza la crítica de manera natural.

Las universidades no son cuerpos astrales, deben ser conscientes de los impactos que generan en lo positivo y en lo negativo, en su gestión deben procurar por fortalecer lo positivo y mitigar lo negativo: Las universidades no son neutras, como cualquier organización producen efectos que deben ser valorados; consecuencias en las personas de adentro y de afuera, consecuencias sociales y consecuencias en lo ambiental.

Las universidades deben formar los ciudadanos que requiere la marcha social con las competencias y los valores que hagan posible los máximos ideales humanos. Ello implica formar ciudadanos éticos que sepan moverse con responsabilidad social entendiendo que su progreso está atado al progreso de los demás, que no se puede actuar desde un individualismo craso. Que la sociedad debe ser sostenible en lo social y en lo ambiental.

El papel de las universidades es cada vez más complejo y decisorio. No sería explicable, que reconociendo el conocimiento como el factor esencial para el desarrollo humano, los sitios donde éste se produce, recrea y difunde, no ejercieran un influjo mucho más profundo. Las universidades deben transformar.

El quehacer de las universidades debe estar ligado a las realidades de los contextos en que actúan y en Latinoamérica; ellos, en lo predominante reflejan realidades con profundas inequidades sociales. No hemos podido encontrar las claves del desarrollo humano con equidad, a pesar de los diversos ensayos que en materia política se han puesto en práctica.

A las universidades hoy se les pide mucho más que formar profesionales o crear conocimiento, están conminadas a iluminar, a proponer y a resolver. Este nuevo rol, con base en el conocimiento con responsabilidad social, tiene mayor realce cuando se reconoce que las universidades conservan un sitial de confianza para las mayorías; son creíbles, se les acepta como instituciones respetables que pueden actuar al margen de los intereses creados.

Para jugar este papel trascendente, cuentan con algo que difícilmente existe para las demás instituciones; la autonomía. Una autonomía que no puede entenderse como la oportunidad para la apropiación o para la privatización en términos corporativos o políticos.

La autonomía debe elevarse a una categoría muy superior y entenderse como el fundamento para que se pueda mover el conocimiento con libertad, sin peligro y sin censura. Que permita la crítica y la propuesta sin cortapisa, pero que sirva de suelo fértil para la construcción de futuro.

No puede ser una autonomía referida sólo a los asuntos del gobierno por el gobierno, debe ser una autonomía para hacer, no para obstruir. No puede ser una autonomía para excluir, debe ser incluyente, respetando todas las vocerías de la sociedad.

Una universidad como la estoy visionando tiene que estar financiada preponderantemente por el Estado; con la masificación de la educación superior es imposible que los ciudadanos y sus familias puedan financiarla. Esto no significa que no deban concurrir en la medida de sus posibilidades, significa que no puede ser motivo de exclusión social el carecer de recursos para acceder a ella. Hay que encontrar la forma para que de manera real la educación superior sea un derecho; tal y como estamos operando en la mayoría de países no lo es. Lejos estoy de militar en la idea de que el Estado tenga que aportarlo todo, esta postura suena muy bien para la propaganda política, pero es inviable y además no nos lleva a ninguna parte.

Hay que salirse del dogmatismo y aceptar que la educación superior debe financiarse desde lo público y desde lo privado con mecanismos que garanticen que ella no está vedada para las poblaciones vulnerables o menos favorecidas en lo económico.

No hay un modelo único, hay que abrirse a modelos híbridos. Hay que combinar lo público y lo privado. La Universidad Tecnológica de Pereira siendo pública, al lado de las ofertas subsidiadas, hay ofertas autofinanciadas para los jóvenes trabajadores que tienen ingresos.

No me escandaliza un sistema de recobros contra los ingresos futuros de los egresados, si ellos se dan. La sociedad debe ser solidaria y no sólo contestataria.

Tampoco me parece pecaminoso que el Estado aporte los recursos contra resultados, siempre y cuando el objeto de aplicación se conocerte con las universidades; no faltaba más que fuera una manera de hacer nugatoria la autonomía vía la entrega de recursos. Siempre será posible encontrar acuerdos entre Gobierno y universidades, mucho más si las discusiones se dan de cara a la sociedad.

La universidad y la educación están obligadas a repensarse. A juzgar por los hechos, lo que estamos haciendo dista mucho de ser lo ideal. Empezando por quienes llegan a la universidad.

No solamente es el aspecto financiero lo que excluye, los sistemas de ingreso están pensados en la vieja lógica de ser para las élites. Sólo pasaban los mejores académicamente, era una educación filtro. Eran tan pocos que no se notaba la imperfección del sistema. En una educación de masas, ¿cómo determinar los mejores? ¿Las pruebas utilizadas en el ingreso son exhaustivas para descalificar? ¿Donde está la inteligencia múltiple? ¿Se descubre y se potencia el talento? ¿Cómo juega lo social?
¿Cómo vamos a manejar la discapacidad física y la cognitiva? ¿Cómo les vamos a proteger el derecho real para que puedan ingresar a la universidad? ¿Cómo debemos aportar en la universidad para situaciones de conflicto y posconflicto desde el ingreso?

En Colombia la Constitución Nacional nos permite favorecer en el ingreso a los sectores en debilidad sin romper el derecho a la igualdad, lo que se llama discriminación positiva. Pues bien, algunas universidades la estamos usando para proteger y darle ciertos cupos a las minorías sociales y también a los jóvenes que vienen de zonas apartadas con sistemas educativos precarios. No es mucho, pero algo estamos haciendo. Es imperativo avanzar.

Desde el ingreso se modela la universidad que queremos; ella puede ser incluyente, promotora de talento, academicista, elitista; en fin, el ingreso determina en gran medida el carácter de la universidad resultante.

Pueden haber universidades para las élites, pero lo público encarna responsabilidades que obligan a pensar diferente. Y ello no impide que busquemos la excelencia y la calidad en lo que hacemos.

Lo curricular también debe entrar a cirugía mayor, lo que se enseña y cómo se enseña. El papel central del docente se ha desplazado; el estudiante es el centro del proceso educativo. Ello tiene enormes implicaciones. Alguien decía que la educación se quedó en el siglo XIX y los estudiantes están en el siglo XXI. La información ya no es privativa de nadie, está distribuida y al acceso de todos a través de las redes.

Hay que enseñar a buscar y a usar la información y educar para el ser y el conocer, pero también para el hacer.

El docente ya no deslumbra con sus conocimientos, los buscadores de internet y demás herramientas tecnológicas como los wikis y los blogs lo tienen derrotado. El docente logra desplegar su potencialidad en la medida que seduzca y eso no se logra sino en la medida que se actualice tecnológicamente, que sea capaz de estar entre iguales en términos de comunicación y que aporte en lo pedagógico. La red está llena de conferencias magistrales en videoconferencia en todos temas y para todos los gustos como el caso de la nueva herramienta en asocio con YouTube llamada UTubersidad el cual recoge contenidos académicos de la más alta calidad en español y catalogados por temáticas los cuales pueden ser utilizados dentro y fuera de la clase como herramienta de aprendizaje. El uso en la formación de las TIC no es una excentricidad es una necesidad.

Lo curricular debe conectar con lo práctico, con la vida y con la sociedad. No es de poca monta los retos que debe asumir la educación actual, ni que decir de la futura.

Quizás lo primero que hay que decir es la necesidad de que los docentes tengan claridad sobre lo ético; quienes forman a los ciudadanos deben formarse a su vez en la responsabilidad social. Deben enseñar a ser éticos y predicar con su ejemplo.

Se requiere un docente que asuma su papel de educador. Que se conecte con sus estudiantes, que se preocupe por ellos, que comprenda sus dificultades. Un maestro de verdad.

Debe ser un educador que trascienda el aula que oriente, que participe en lo político, en lo intelectual en lo social, que ejerza liderazgo. Estos son los rasgos del educador Latinoamericano que se requiere. Las Universidades deben velar por formarlo.

La deserción estudiantil, fenómeno acelerado por la masificación de la matrícula, requiere para mitigarla de un mayor compromiso del maestro en el aula. Es imposible separar el aprendizaje de las circunstancias concretas del aprendiz.

Las universidades deben asumir el tema social en el terreno estudiantil de una manera integral, no solamente como una caja de auxilios para socorrer; hay que anticiparse a las dificultades en el campo académico, sicológico y de salud.

Hay problemas emergentes en los campus universitarios que requieren de nuevos abordajes; el alcoholismo, el consumo de drogas ilícitas, entre otras conductas inconvenientes, obligan a pensar y llevar a la práctica actividades y propuestas que seduzcan a los jóvenes y los atraigan a lo social, a lo comunitario. El uso del tiempo libre para la formación debe proyectarse hacia voluntariados que estimulen la solidaridad.

Cada vez hay que tratar que la formación lleve a los estudiantes y docentes a la intervención en los contextos. Las universidades deben buscar ser transformadoras.

La evaluación, otro elemento que a mi juicio está en cuidados intensivos. ¿La evaluación es un continuo o un hecho terminal?; ¿se evalúa para mejorar o para descalificar? La evaluación siempre tendrá un componente subjetivo y así debe entenderse. Hay que aprender a evaluar, que yo sepa en las universidades poco se habla de esto; más bien se da por descontado que quien sabe enseñar sabe evaluar. Cuánto daño se puede provocar desde el trono de la evaluación. Hay que profundizar en los métodos de evaluación y sobre todo formar para la evaluación.

La información debe ser un elemento central en la gestión universitaria, ya no podemos movernos por corazonadas; los datos y el seguimiento son esenciales para definir y enrutar la acción. En las universidades públicas a veces se suele viajar con el piloto automático, en una actitud pasiva montados en la disculpa de que si así ha funcionado no hay para que cambiar. Craso error, todo ha cambiado y está en movimiento. Hay que desconfiar de lo que se ha hecho. Hay que innovar y buscar nuevos caminos.

Hay que buscar la interacción y el contacto entre las disciplinas y los académicos. Está demostrado que es en los ambientes de contacto como se generan las nuevas ideas y los descubrimientos. Hay que luchar contra la compartimentación y los estancos que se incuban y reproducen de manera natural en las universidades. Hay que proveer las ocasiones de encuentro y de trabajo conjunto. A veces asombra verificar que no se conoce lo que se hace dentro de la misma universidad

El encadenamiento en redes de instituciones para la cooperación y la sinergia es hoy indispensable. Permite avanzar con mayor celeridad y hacer cosas que en lo individual sería difícil. Un buen ejemplo es la red que nos congrega hoy. Hay que aprender a cooperar en pie de igualdad, con desprendimiento, dejando en casa el afán competitivo mal entendido, que genera desconfianza. Si a la red le va bien a todos nos va bien.

La investigación es un elemento consustancial al sentido de universidad, la investigación debe estar presente a lo largo y ancho de la actividad universitaria; debe ser una actitud que invada la formación. La investigación formal debe buscar el impacto, no quedarse en las publicaciones sino trascender más allá de ellas. No puede ser la investigación para los investigadores; debe ser la investigación para los investigadores y la sociedad.

Los semilleros donde se preparan los jóvenes investigadores, y la cultura del emprendimiento deben hacer parte del paisaje natural de las universidades.

La investigación no se hace sin recursos. El Estado tiene una gran responsabilidad en su financiación. No hay país que pueda avanzar si no destina recursos importantes a la ciencia, la tecnología y la innovación. Hoy en día hay una conciencia creciente en esta materia. Las universidades debemos advertir esta favorabilidad y propiciar que ellas se aniden en la realidad. Hay que trabajar los procesos de emprendimiento y de transferencia de conocimiento como asuntos de primer orden en la gestión universitaria. Solo así la sociedad las justifica.

La sociedad debe instalar en el consciente colectivo a la educación y al conocimiento con responsabilidad social como la principal prioridad; las agendas personales, familiares, del Estado a todo nivel, de las organizaciones sociales, de lo privado, de la sociedad civil, en fin la sociedad en su conjunto, deben ser coherentes con esta urgencia.

La internacionalización es un imperativo; el segundo idioma y la movilidad deben ser los mínimos en esta materia. El segundo idioma en alguna extensión debe ser requisito de grado, por lo menos; el semestre fuera del país como parte de la formación debe ser un objetivo a acariciar. Debemos procurar construir un espacio latinoamericano en esta materia. Hay que destinar y gestionar recursos para este menester; es un asunto estratégico.

Hay que abrirle paso a las dobles titulaciones y aprender a flexibilizar los reconocimientos mutuos. A veces somos demasiado ortodoxos y dogmáticos en esta materia.

Finalmente quiero terminar este escrito, recalcando que las universidades en este siglo por virtud del conocimiento deben ser trasformadoras de la realidad y de las personas; pero lo más importante es que deben actuar. Ellas cada vez más, se convierten en una esperanza para la sociedad.


Muchas gracias,



Luis Enrique Arango Jiménez
Rector
Universidad Tecnológica de Pereira