Comunicado enviado por el estudiante Camilo Alzate González, a la comunidad universitaria.
Silencio y literatura
“Me duele tu silencio, tanto como la vida, tanto como el tiempo…”
Mahmoud Darwish, Poeta Palestino
Desde niño y durante el lapso que duró mi carrera universitaria he estado en contacto con una multitud de escritores, obras y posturas literarias. Una novela, una obra literaria es siempre una visión de mundo y la realidad que representa, imagina o reinventa, es una puerta abierta a la cabeza de alguien, en algún lugar y en alguna época. Puede ser una crítica o una posibilidad, no se limita a lo existente y muchas veces su finalidad es lo inexistente mismo.
Como estudiante, además de leer, escribía bastante y veía como mis escritos tenían inconscientemente juicios, opiniones sobre el mundo. Mi último escrito era precisamente, un ensayo sobre el Marqués de Sade y su concepción del bien y del mal. Sade, a diferencia de muchos pensadores toma partido por el mal y lo defiende con toda la convicción y la fuerza de su prosa. El ensayo giraba en contraposición con las ideas de Nietzsche quien ha pretendido ponerse “más allá del bien y del mal”.
¿Pueden los escritores estar más allá del bien y del mal? O dicho en otras palabras, ¿puede la literatura situarse más allá de los sucesos del mundo, de la vida? Porque el bien y el mal, aunque son categorías abstractas y subjetivas, obedecen siempre a los sucesos reales y objetivos del mundo, como la vida social, la vida natural o espiritual. Un asesinato estará atravesado por dichas categorías. Una catástrofe ambiental o un terremoto que afecte a hombres y mujeres, también.
Semejante discusión de carácter tan complejo y filosófico no ha empezado ayer, y se conoce desde que la historia del pensamiento humano tiene razón de sí. Y es la misma discusión que se plantea hoy, aquí y ahora, a raíz de los sucesos recientes en la universidad y el país, de algunas decisiones de la administración de expulsar estudiantes y de cierto juego político que está medio. Al igual que el señor K de El proceso, el tribunal del absurdo y lo ilógico nos retuerce los intestinos y nos consume, nos juzga y nos ejecuta. La literatura a veces, es también una puerta irreal a la realidad.
Muchas obras fundamentales de la literatura no han sido entendidas o valoradas en su época, escribir es, en cierta medida un oficio de incomprendidos, un oficio de resistencias.
Resistencia y reacción. Justamente la literatura en su conjunto puede definirse como un desarrollo de resistencia y reacción, de contravía a lo establecido ¿Por qué entonces querrían los escritores hablar de cosas irreales, de cuestiones inexistentes? ¿Por qué la literatura se empeña en pensar lo impensable, lo proscrito? ¿Cómo entender a Joyce, a Proust o a Virginia Woolf, padres de la novela contemporánea, sin descubrir el carácter trasgresor y revolucionario de sus obras? ¿Cómo leer el Quijote sin tomar una posición sobre las cosas que suceden en el mundo así sea para arremeter contra enemigos fantásticos? Toda la historia de la literatura es un cuento de rupturas e incomprendidos. No ha habido mucho espacio para los conservadores o vacilantes cuando su época o corriente los abandona, y el polvo de las bibliotecas y la tenaz crítica de las polillas se encargan de sus obras.
Algunos hemos asistido a la literatura no como un simple divertimento de eruditos, de sabios y contertulios sino como apasionados amantes, buscando en el imposible una salida a todas las posibilidades, en la ficción una opción de la verdad. La literatura puede ser un escape, una distracción o un juego de expertos, como evidentemente es para muchos, pero también puede ser, y eso depende de nosotros, una opción de vida. Y con ello no me refiero ni a la academia, ni al oficio de escritor, de lector o de licenciado. Me refiero a la vida, llevar la literatura a la existencia misma.
Hay allí una contradicción, pero aclarémosla con una metáfora. Durante el último movimiento estudiantil en la universidad, cuando más crítico se hizo el conflicto entre la administración y los estudiantes, en un curso asistimos a una novela de Paul Auster en la que dos personajes encarnan precisamente las visiones opuestas de la literatura de las que hablo: hay un escritor que escribe historias; hay otro escritor que se hastía de escribirlas y decide vivirlas, ser el protagonista en la vida de una novela que no estará nunca sobre el papel porque él morirá representándola.
Creo que mi posición en el mundo ha sido la del segundo personaje, y el mundo es una gran epopeya – o una larguísima tragedia – de la que somos fundamentalmente personajes, no autores.
La novela de la que hablo es una excelente crítica novelada de la teoría del estado contractual de la ilustración, y más particularmente de “el Leviatán”, un tratado político escrito por Thomas Hobbes. Paul Auster arremete contra las ideas ilustradas de “igualdad, libertad y fraternidad” en una trama de hechos cruzados, personajes y líneas de devenir que confluyen en un impresionante caos ordenado, como son los estados modernos.
El estado, el imperio, “el Leviatán” que asustaba a Thomas Hobbes y que devora los hombres; la libertad a la que renunciamos, la que ha muerto y sus múltiples fantasmas que a veces nos asustan; Benjamin Sachs, el personaje central de la historia, pone bombas a las estatuas de la libertad para que la masa despierte y entienda que no puede seguir callada. Y aquí llegamos al silencio.
El silencio, dijo alguien una vez, dice demasiado. ¿Pero qué dice hoy el silencio? Al menos dice mucho de los que callan, de su papel en el mundo, de sus posturas e imposturas. Dice, casi siempre, que creen estar más allá del bien y del mal.
El silencio me estorba, me acuchilla más que las palabras de los que me detestan. No hay explicación a que una facultad, una carrera y unos profesores y estudiantes que trabajan con el lenguaje, que hablan todo el tiempo del lenguaje, cuyo oficio son las palabras, la lengua y la literatura misma que está hecha de palabras y lenguaje, no hay razón digo, para que callen. O al menos para que callen ahora.
El silencio corrompe los siglos, envenena la historia; el hombre es lo que es por el lenguaje no por el silencio. El hombre apalabra el mundo, escuché decir a muchos en muchas clases.
Apalabren pues los dolores, las angustias y los sucesos del mundo. No digo si es bueno o malo lo que pasa hoy en el país y en la universidad. Se dice que no hay argumentos científicos, sólo morales, para esclarecer lo bueno y lo malo, es posible aun cuando no lo comparto. Pero sea como sea, digan lo que digan, rompan el silencio.
Decir lo que pasa es ya un avance, en un país donde nadie dice nada, pero pasa demasiado.
García Márquez, Gunter Grass y otros escritores rompieron la mudez cómplice del mundo cuando el gobierno turco intentó encarcelar a Orhan Pamuk por su novela Nieve. Poco después mereció el premio nobel, por esa obra apasionada con la discusión y la lucha entre dos culturas. Jean Paul Sartre tuvo que hablar desde París hace algunas décadas para impedir que el gobierno colombiano matara al ya anciano y excelente poeta Luis Vidales, el verdadero padre del vanguardismo en Colombia: había sido detenido por militares en su apartamento en Bogotá en una oscura madrugada de 1979. Y el mismo Sartre, uno de los filósofos y escritores más importantes del siglo XX, se escondía cuatro décadas atrás de los alemanes que lo buscaban desesperadamente para asesinarlo durante la ocupación Nazi en Francia, a la par que participaba de la resistencia escribiendo y representando obras de teatro.
Nazim Hikmet fue el poeta en lengua turca más influyente del siglo XX, y Federico García Lorca ha sido tal vez uno de los más grandes de la lengua española. Escogieron ante todas las cosas, no callar nunca, no vender sus conciencias. La vida del primero y la muerte del segundo son un mismo símbolo de estos tiempos.
La literatura no está hecha de silencios. Y puede ser una puerta abierta, una escapatoria o un divertimento de eruditos. Pero no un mutismo. Que no se olvide: de mudos se ha rodeado la historia de la injusticia.
Camilo Alzate González