La profusión de comunicados surgidos a propósito de los recientes actos de vandalismo en la UTP me ha servido para reflexionar sobre las curiosas formas de condenarlos. Hay una plena, que no tiene esguinces, que envía señales claras de rechazo, que no pendulea, que no relativiza, que va directamente a la médula, que no deja salidas. Pero hay otra, sinuosa, que da la impresión de estar guardando apariencias; tras censurarlos, a renglón seguido los justifica como una justa reacción a la arbitrariedad o a la opresión de las autoridades. Esta última, tipifica lo que yo llamo acción des-educadora de algunos adultos que, buscando pingües beneficios en las causas particulares, cuando no en los odios personales, dejan pasar el elefante.
La violencia y el terrorismo hay que bloquearlos sin dobleces; aquí no se aplica la máxima de que quien esté contra mi adversario es mi amigo. Aquí estamos frente a lo peor que les puede pasar a las personas, ser victimas del miedo. Nada bueno puede construirse en medio de estos códigos perversos.
Existen unos fundamentales que son básicos para la convivencia y que reclamamos como mínimos; desterrar el uso del terror y la violencia como recurso de acción política. No estamos hablando de cortejar lo políticamente correcto; hay que ser consistente y consecuente con la condena; lo otro puede significar una autorización velada que patrocine la acción violenta.
Qué puede pensar un joven que apenas se abre a la vida, si oye de labios de quienes inevitablemente deben actuar como modelos de buena conducta, conceptualizaciones dudosas y laxas, que en la práctica embozalan incitaciones al uso de la fuerza.
Argumentaciones muy parecidas a las que estamos criticando justificaron en su momento la lucha armada. A nombre de luchar contra la miseria y la pobreza, se han hecho muchas cosas terribles y abominables en Colombia. Y peor aún, se continúan haciendo.
Guardar silencio o criticar a medias, nos puede también conducir a lo que el dramaturgo y poeta Alemán Bertolt Brecht advertía que podría pasarle a los que eran insensibles con los atropellos de las dictaduras a los comunistas; algún día les tocaría a ellos y ya era demasiado tarde. Esta figura literaria que, se ha usado para tocar a la conciencia de los indiferentes, puede invocarse sin duda alguna en este caso. De no reaccionar enérgicamente y a tiempo, será tarde cuando vengan por nosotros a las aulas.
Estamos educando jóvenes, casi niños, no podemos inducirlos irresponsablemente a que sean víctimas de los instintos animales y además carne de cañón; la violencia sólo produce violencia.
De otro lado, desde cuándo es opresión que el Consejo Superior tome decisiones en el marco de la ley, decisiones que entre otras cosas son del giro común en todas las universidades colombianas; ¿acaso lo que hizo el Consejo Superior constituye una monstruosidad? ¿Por qué puede ser válido en la Universidad Nacional o en la Universidad de Antioquia, para citar sólo algunas, y aquí se volvió el paradigma del autoritarismo?
¿Quién dijo que el derecho del Consejo Superior, máximo organismo rector de la Universidad, de participar en la elección de las directivas universitarias significa acabar con la democracia universitaria?
¿Quién definió lo que es la democracia universitaria?
El poder se conquista con mayorías, no con tropelías.
Cordialmente,
Luis Enrique Arango Jiménez
Rector
Universidad Tecnológica de Pereira
_________________________________________________________________________________________