Se trata del evento más genuino de ejercicio cultural que vive la Universidad Tecnológica como expresión de la diversidad que en ella existe y que es reflejo del reconocimiento del carácter pluriétnico de la nación colombiana, lo cual muy seguramente los estudiantes han aprendido en su curso obligatorio de Constitución Política. Esta ceremonia celebrada ya por octava ocasión, es por lo tanto la puesta en práctica de lo que teóricamente se les exige a los estudiantes, por lo que se supone es un acto de coherencia de la institución entre lo que predica y lo que practica.

Esta ceremonia constituye pues un acontecimiento eminentemente formativo de ciudadanía que va más allá de la mera instrucción sin efectos en la práctica en la que no puede quedarse la universidad. Por ello el papel que cumple en la formación de los ciudadanos como se deriva de una auténtica pedagogía constitucional, implícita en la constitución misma, supera con creces toda teoría ética, política y aún los cursos teóricos y desafortunadamente virtuales sobre la Carta Magna.

Como puede verse, el sentido que alberga la posesión que por octava oportunidad se realiza del Cabildo indígena de la UTP, se encuentra implícito ya en la cultura misma de la comunidad universitaria haciendo parte de su ethos, esto es, de su base ética y política, no decretada oficialmente por código alguno sino surgida de la composición misma de la sociedad. De allí que nuestra constitución de 1991 al establecer el carácter pluriétnico y pluricultural de la nación no hace más que reconocer una realidad ya existente.

Pero además de la connotación ética inherente a este evento y de sus implicaciones políticas y pedagógicas, lo que él contiene en su base es la intuición que los ciudadanos ya poseen de su igualdad y por lo tanto de sus culturas diversas, que como tales deben ser reconocidas, ante todo las culturas minoritarias. La connotación de este reconocimiento ya no es simplemente ética sino moral, pues implica nuestra capacidad para considerar al otro como igual y por ende a su cultura. Si admitimos que aún hasta este punto pueden llegan las consecuencias y los fundamentos de este evento aparentemente simple e incluso ignorado institucionalmente, ello puede servirnos como parámetro de autoevaluación de nuestra labor formativa.