Para los docentes de pregrado y de maestría que imparten cursos en las  llamadas “aulas alternativas en guadua” pareciera  ser que la experiencia ha resultado desafortunada en las primeras semanas de 2017.  Lo que se dice en un salón, se comunica a todos los otros, convirtiéndose las horas de clase en una verdadera babel de voces que crecen, se multiplican y vuelven imposible el ejercicio de una clase. 

 

Entre salón y salón hay por la parte superior una comunicación a través de la cual circulan con libertad los sonidos, y las ventanas de vidrio están cerradas, concentrándose y aumentando más la algarabía y confusión.

 

En regiones lluviosas como la nuestra, los techos se transforman en un nuevo factor de imposibilidad, pues los aguaceros  vuelven difícil  el ejercicio de la clase, como aconteció con los recientes aguaceros que han asolado la ciudad.

 

El gran drama de esta infraestructura, es que desconoce el significado del ejercicio docente: cada salón debió estar aislado, propiciar la ausencia de ruidos, pero también favorecer la iluminación a la hora de escribir o de oscuridad para realizar proyecciones. Sería bueno que los arquitectos conocieran aulas modernas en Manizales o Riohacha, para poner dos ejemplos distintos, de manera que entiendan  que los salones de clase corresponden a algo muy simple: orientar de la mejor manera procesos de conocimiento.  Una alternativa a futuro, sería que se hicieran pruebas didácticas donde se garantizara la calidad de un aula y se pudiera contar con la presencia de profesores y estudiantes que son en últimas, los habitantes de esos espacios.

 

Aplaudimos la posibilidad de contar con salones nuevos, pero este aplauso sólo se puede ofrecer, no con la bella estética de  aulas vacías, sino luego de dar las primeras clases y estar seguros de que las garantías para el ejercicio docente se pueden realizar bajo los mejores estándares técnicos.

 

Pereira, 19 de abril de 2017

 

 

JUNTA DIRECTIVA ASPU UTP