El 24 de agosto de 1863 el presbítero Remigio Antonio Cañarte al tener conocimiento de la muerte de José Francisco Pereira, en la población de Tocaima, convocó a sus amigos, movido por un escrúpulo, para que cumplieran con la voluntad de aquel señor que había manifestado su propósito de reconstruir las ruinas de Cartago Viejo, donde permaneció muchos años huyendo del pacificador Morillo.


Francisco Pereira había muerto el 20 de agosto y cuatro días después, un “propio” trajo la fatal noticia. El padre Cañarte también acariciaba inofensivas supersticiones y estaba convencido de que la paz del alma de Pereira no se rescataba mientras no se buscaran las ruinas del convento de los padres franciscanos, y movido por aquella inquietud, emprendió aquel 24 de agosto la indescriptible hazaña.


El día 25 llegaron a las ruinas de Cartago Viejo dos sacerdotes: Remigio Antonio Cañarte y Francisco Pinilla. Los acompañaban ese día Félix de la Abadía, Sebastián Montaño,  Jorge Martínez, Jesús María Ormaza y Elías Recio, entre otros. Pero las ruinas del antiguo convento ya no existían, la inscripción que había enterrado en una urna especial el padre Francisco de Frías no apareció y las ruinas no resultaron en su sitio.


Diríase que aquello era una leyenda de no haber sido porque los documentos reales lo atestiguan y confirman, pues existe la seguridad que en este sitio, donde hoy nos encontramos, Cartago existió, vivió y palpitó durante 150 años, tres meses y once días.


El 30 de agosto de aquel año en la esquina de lo que hoy es la carrera 8ª con calle 19, sobre un rústico altar, el padre Cañarte celebró su anhelada misa para dar reposo al alma de don Francisco Pereira y tranquilidad y sosiego a la suya.


Durante los días siguientes aquellos próceres de nuestra epifanía hicieron una explanación en la misma esquina, construyeron una capilla de guadua y en ella, convocados los primeros pobladores, constituyeron la Junta Pobladora para dar cumplimiento a la Ley 82 de 1829 del Estado Soberano del Cauca.


Los historiadores dicen que fueron elegidos Laureano Carvajal, José María Gallego, Francisco Hernández, Elías Recio y Jesús María Ormaza. Estos hombres fueron los padres del civismo y los héroes de la contienda. A ellos la ciudad les debe el bronce para testimoniar su admiración y prolongar su ilustre memoria.


Ahora, cuando la ciudad celebra 153 años de vida, reverentes hacemos el recuento de las épicas jornadas protagonizadas por quienes jalonaron a golpes de civismo el promisorio futuro de esta tierra. Y si revisamos la parábola que ha recorrido la urbe, podemos confirmar que solo de la mano de conductores y guías como los que ha tenido Pereira, es posible alcanzar tamañas realizaciones.