No más profesionales cómplices de la indiferencia
La indiferencia puede ser uno de los males más graves que azota hoy en día nuestras sociedades: cada quien por su camino y el sálvese quien pueda, nos llevarán a destinos no deseados si seguimos regidos por pensamientos así. Una vida es muy larga como para no aprovecharla y hacer algo valioso con ella, no por nosotros, ni por nuestros seres queridos, sino por el mundo en general; ¿por qué no nos desvela dejar un legado, marcar la diferencia respecto a una problemática, ser autores de un punto de inflexión en la historia de la humanidad o muchos otros objetivos que catalogamos como utópicos? quizás es por eso: La famosa, desgastante e inalcanzable utopía.
Como raza humana nos hemos rendido, cualquier objetivo que apunte a un cambio lo creemos imposible y puede que así sea para la mayoría, pero si nos dedicamos a buscarlo y a cumplirlo habremos avanzado en nuestro camino por llegar a él y ese avance, cuenta. No es necesario que todos seamos versiones de Nelson Mandela, Martin Luther King, ni mucho menos de la Madre Teresa, pero podemos hacer algo valioso con nuestra vida si dejamos la indiferencia y el egoísmo. Abogados, doctores, artistas, filósofos, ingenieros, maestros y todo tipo de persona que tiene un rol en la sociedad, está llamado a garantizar que el mundo sea un mejor lugar para vivir; siempre y cuando se entienda que la lógica de la vida, no se puede centrar en el modelo que nos han vendido: estudiar, trabajar, ascender, tener una familia, comprar casa, carro, tener hijos y mascota, viajar (lujosamente la mayoría de las veces) y dedicar la vejez a disfrutar una pensión en un club o en una casa de campo esperando la visita de los nietos.
Estamos llamados a trascender, ir más allá de la sociedad de consumo que nos han vendido, ver el mundo, con una mirada más crítica, preguntarnos qué podemos hacer y aportar. Y no me quiero referir a los extremos de revolución social y económica, de rebeldía y protesta por la igualdad de los derechos –porque nos hace falta revolucionar la revolución- sino a la postura “ética” de actuar siempre bien y esforzarnos porque los males que conocemos y tanto criticamos, sean atacados, en alguna medida, por nosotros mismos, sin esperar que un político o un filántropo intervengan. Y todo esto es alcanzable sin dejar a un lado los lujos y hábitos que tanto nos venden y agradan: viajar, comprar, disfrutar, invertir lo que nos hemos ganado en nosotros mismos, simplemente garantizando que cada una de nuestras acciones tengan un impacto interno (beneficio propio), como externo (beneficio colectivo, fuera de nuestros círculos sociales).
Por eso me atrevo a reafirmar que el mundo necesita más personas que amen lo que hacen, porque se necesitan personas que desde cada disciplina den lo mejor de sí, no por una remuneración sino por pasión; así poco a poco eliminaremos el egoísmo y el hábito de capitalizar todo y a todos los que nos rodean. Dejaremos de buscar beneficios directos en cada cosa que hagamos y podremos empezar a hacer el bien desinteresadamente y garantizar los derechos de cada una de las personas a nuestro alrededor. Dejaremos a un lado los pañitos de agua tibia, las soluciones sintomáticas de tanto problema social, tanta campaña de caridad –que a pesar de que no están mal, no hacen nada relevante- garantizaremos, por medio del trabajo profesional, calificado, cualificado y ojalá, especializado, el diseño y la implementación de estrategias para solucionar de manera contundente y sostenible los problemas del mundo y la sociedad en que vivimos, porque como dijo Bertolt Brecht: Nada debe parecer normal, nada debe parecer, imposible de cambiar.
Daniel Zapata Castro
Presidente Capitular Aneiap – Capítulo UTP