Las tardes de muchos de los estudiantes de la UTP empiezan a las 11:30. El Galpón desde esa hora se ve casi a tope porque las filas de personas no se hacen esperar. Tal vez sea el olor a almuerzo que desde las 11 y pico se puede sentir en los alrededores del lugar, o quizá sea otro el motivo de filas tempraneras.

Luisa Fernanda, una estudiante de ojos vivos y voz dulce, dice que ella viene temprano a hacer fila porque la hora del almuerzo es súper importante para ella, ya que su organismo funciona como un reloj, y si a las doce en punto no almuerza, puede sufrir alguna enfermedad que no quiere lamentar. Ella calcula que a esa hora se demora entre 10 y 15 minutos en la fila mientras llega por los platos.

La aguja del reloj sigue dando sus pasos medidos: sin afán y sin lentitud, siempre justos, y a su vez la fila va avanzando, aunque no se vea cambiar de aspecto, es más, crece y crece. El ambiente se va llenando de ruido: voces por todas partes empiezan a chocarse contra las paredes, contra las mesas, las sillas y otras personas creando un zumbido constante, donde para poder entenderse con el otro los gestos se hacen indispensables.

Los trabajadores sirven y sirven sin fijarse demasiado en la fila o en la hora, parecen entrenados para alimentar miles de personas. Mauricio no lo piensa así. “Si usted se fija bien, el servicio no es de la mejor calidad. Por ejemplo, hay bandejas y utensilios aún mojados, incluso varias veces me ha sabido el jugo a jabón”

En la tecnológica hay más de 17 mil estudiantes, de los cuales una gran mayoría almuerza en la cafetería central. Uno de los factores que se le suman a la masiva asistencia es el bajo costo del almuerzo. Angélica, otra joven prefiere no complicarse la vida como los demás, pues dice ella que todos se quejan por todo y nada les gusta. “Como no, pelao –dice Angélica–. Somos muchos estudiantes para esta cafetería, antes mucho que los almuerzos salen ricos. Mire el arroz y verá, ni mazacotudo, ni salado. Además, mire que por dos mil cincuenta, sale muy económico, dígame si no”.

El punto de más tráfico se da entre las 12 y las 2. La fila se alarga tanto que tiene puntos donde se ancha como una gran culebra que alberga dentro de si a varias personas que esperan un almuerzo. El ambiente no disminuye, las mesas no se desocupan. Personas se quedan hablando, jugando cartas o mirando los televisores, mientras otros con las bandejas en las manos tratan de encontrar alguna silla vacía para así poder comer.

Andrés es alto, delgado, de mirada fuerte y voz nasal; se encuentra acompañado de otras tres personas que dicen ser sus amigos. Él prefiere llegar faltando media hora para las dos porque según él, ya la mayoría debió de almorzar y algunos puestos habrán desocupados para sentarse con sus amigos, pues es el momento donde conversan sobre sus “pasiones y problemas”. No obstante, todos me miran y me dicen que ni así se puede ver el Galpón vacío y que el almuerzo a esa hora, no es el mejor que les puede tocar porque casi siempre esta frío.

La fila y las mesas se van perdiendo con el correr del minutero. Servilletas y envolturas van quedando debajo de las mesas. Alguna que otra persona termina su almuerzo con paciencia, mientras que otros tratan de comer lo más rápido posible porque sus clases los esperan y lo más probable es que lleguen tarde. Hasta que solo un par de personas sigue habitando el galpón y la tarde se haga más tarde.