La Inteligencia Institucional
En la columna anterior hice referencia al Big Data como un fenómeno creciente que usa la gran acumulación de datos que se van produciendo y almacenando en la sociedad, para descubrir a través del análisis matemático, patrones y formas de funcionamiento que pueden ser utilizadas con determinados propósitos.
Hoy quiero aproximarme al mismo concepto desde lo que está ocurriendo en las universidades, sin ser exclusivo de ellas, pero que va marcando un camino que va a ser irreversible. Me refiero a la gran acumulación de datos que va dejando en el tiempo la automatización de procesos, tales como: inscripciones, matrículas, notas, titulaciones, resultados saber pro, deserción, producción docente, resultados grupos de investigación, presupuestos, inversiones, nóminas, costos, etc., etc.
Datos de esta naturaleza permiten ser utilizados a través del análisis para adoptar decisiones estratégicas en la gestión, que sin ellos sería muy difícil. Las universidades nos hemos movido por sentido común, por prueba y error, por replicación de modelos aprendidos de otros, y en poca extensión por el examen analítico de lo acontecido a través de los datos históricos acumulados.
Hay una corriente creciente en el mundo de las universidades que empieza a usar los datos de manera estructurada y analítica a través de lo que se ha dado en llamar Inteligencia Institucional y que no dista mucho de lo que se suele conocer como Inteligencia de Negocio.
Finalizando el año anterior apareció un libro que aborda el fenómeno de manera profunda, conocido como el libro Blanco de la Educación Superior que me permito recomendar.
https://www.dropbox.com/s/aiy50f2769tkhdt/INTELIINSTITUC.pdf
Hace poco nos deteníamos en la UTP a examinar en las diferentes facultades y programas el comportamiento en el tiempo de variables tales como cancelaciones en las diferentes asignaturas, número de créditos tomados por los estudiantes, asignaturas y calificaciones asociadas, asignaturas críticas, duración de los estudios, entre otras. Descubrimos las enormes diferencias entre los programas académicos y nos atrevimos a pensar que a lo mejor los reglamentos estudiantiles pudieran ser diferentes para cada uno. Como una primera decisión, definimos involucrar estos análisis a la comisión de reglamento estudiantil. Pero afloraron muchas otras cosas, entre ellas la necesidad de desagregar aún más los datos para llegar al nivel de detalle.
También en la UTP y hace muy poco, a raíz de los exámenes de clasificación de inglés que le hemos hecho a los estudiantes que ingresan a primer semestre y con la información de la situación en que se encuentran los estudiantes próximos a graduarse, concluimos que había que replantear el modelo de formación en inglés que veníamos utilizando pues no era posible tener éxito. Se determinó la implementación de un semestre cero para aquellos estudiantes que llegan con bajas competencias, que son la mayoría, en el que se dedican al estudio del inglés más una complementación en matemáticas y lectoescritura.
Narro estos hechos para mostrar como en las universidades ya lo venimos haciendo de manera muy incipiente y quizás sin adoptarlo como un propósito. Lo que nos recomienda el libro es crear las unidades de Inteligencia Institucional de manera formal para lo cual brinda una metodología completa que parte de un autodiagnóstico para evaluar el grado de madurez en que está cada institución.
Advierte que no es un asunto tecnológico y que son los usuarios de la información en la gestión los que deben involucrarse en demandar los productos que requieran en coordinación con los equipos técnicos para disponer de un acceso autónomo y sostenible a ellos.
El espacio me obliga a terminar sin agotar el tema, ya habrá tiempo después.
Luis Enrique Arango