Bajo este nombre tuvo lugar el día 3 de septiembre en la Universidad Tecnológica  de Pereira, una sesión  de trabajo de las universidades públicas colombianas, sobre un tema que  a pesar de su importancia, hace  parte de los culturalmente inabordables  que todavía sobreviven  en las universidades públicas.  Se ha vendido la idea desde algunos  sectores radicales, que el ejercicio de la autoridad y  la contención  de la violencia son  formas de violar la autonomía universitaria,  o  intenciones veladas  de  criminalizar la  justa protesta. Algo así como volver delito el derecho  a protestar. Bajo esta interesada interpretación,   en la mayoría de los campus  se ha hecho difícil la prevención y el control de  variados  hechos delictuales,  tales  como: venta de estupefacientes,  fabricación de explosivos, uso de explosivos, atracos  a miembros de la comunidad  dentro de los campus y en sus alrededores.

Las autoridades universitarias ante  nuestra impotencia, a veces caemos en el ocultamiento; despachando los eventos con  la trillada explicación de asignar la responsabilidad a los infiltrados extrauniversitarios. Más de una vez quedamos entre  la espada y la pared, cuando la comunidad nos reclama seguridad y  los imaginarios universitarios  son alérgicos a la presencia de la fuerza pública en los recintos universitarios.

Se han escuchado  voces que niegan la legitimidad de la presencia de la fuerza pública, arguyendo que los campus gozan de una pretendida extraterritorialidad, semejante a las embajadas de países extranjeros; otros incluso más temerarios hablan de la soberanía de las universidades, asimilándolas a cuasi estados, dándose el lujo de hablar de refundaciones o constituyentes  universitarias. Paradójico, rayando en la comedia,  el caso de una universidad del vecindario que a través de una “constituyente” destituyó al rector y a los directivos.

Debemos empezar por aclarar que las universidades no son islas dentro del Estado y que las leyes del Estado colombiano rigen en toda su  extensión, incluida la autonomía.  En particular el derecho a la seguridad. Cuando  hay actos  delictuales en curso dentro de las universidades que amenazan la seguridad  de los miembros de la comunidad, la presencia de la fuerza pública no solo es legítima, constituye una obligación. Otra cosa  es  cuando no median circunstancias de esta naturaleza y por supuesto, en estos  casos, como en cualquier propiedad, se requiere  de autorización del rector  para cualquier operativo, o en su ausencia, de la orden de  un juez. 

El encuentro  brindó la oportunidad de conocer distintos enfoques   de seguridad puestos  en práctica  en distintas universidades: control de accesos, vigilancia electrónica, reglamentaciones, campañas de prevención, etc.  Una cosa quedó muy clara, cualquier estrategia debe contemplar  el concurso de las áreas de Bienestar Universitario.  Muy especialmente en los casos  del consumo de estupefacientes y  en la invasión de los espacios públicos por actividades  de comercio; algo que ha venido complejizando los asuntos de la seguridad.

Descubrimos que se manejan pocas estadísticas sobre el particular y menos aún hay consolidados nacionales. Conocimos que algo similar ocurría en los Estados Unidos, hasta que una ley en 1990, volvió obligatorio llevar estadísticas y hacerlas visibles; ello ocurrió después de que un crimen atroz en alguna universidad despertó  una oleada de indignación nacional. Claro está,  que nuestra realidad nada que ver con  la de las universidades estadounidenses; para empezar ello tiene policías dentro de los campus que dependen  del rector, reciben formación similar a la de las policías locales, tienen  por ley facultades  para detener,  colocar partes, etc.  Nuestra realidad  dista como el día y la noche.

También quedó claro  que  las estrategias y  acciones para garantizar la seguridad  no pueden  horadar el respeto por los derechos humanos; ellos deben primar bajo cualquier circunstancia. Por ello se recomienda la plena vigencia de los comités de convivencia que  deben actuar dentro de las universidades de manera oportuna y sistemática.

Ahora que hablamos de una política de estado para la educación superior,  en esta materia la ausencia es total.

Luis Enrique Arango Jiménez