Doce años cumple este primero de marzo La Cuadra, el proyecto que mes a mes toma aliento para convocar a los ciudadanos de Pereira a un encuentro con las manifestaciones más plurales y abiertas del arte y la cultura.

Doce años que, sin duda, dan cuenta del largo trasegar de una iniciativa de intervención cultural, en una ciudad indiferente y poco hospitalaria como esta, en la que los gestores, además de crear las propuestas y consolidarlas como acciones públicas, tienen que cargar con ellas, reinventarlas y sostenerlas, a expensas de una dirigencia política y cultural incapaz de darles la dimensión que requieren para insertarlas un plan de cultura amplio, articulado e incluyente.

En estos doce años de reencontrarnos mes a mes con los promotores de La Cuadra, hemos sido testigos de una discusión reiterativa que ha dejado en evidencia las afugias que genera trabajar con un presupuesto casi inexistente, para atender las actividades que se planean. También hemos visto a los responsables de las instituciones culturales hacerse los de la vista gorda, esquivando la tarea de entenderla naturaleza del proyecto, como primer paso para reconocer en él y en el impacto que ha tenido en la comunidad, su potencia cohesionadora, su capacidad para seducir y congregar a ciudadanos de todas las condiciones sociales y culturales en torno a un objetivo común: reconocer en el hacer desinteresado y plural de las artes y la cultura, el lugar propicio para hacer comunidad, para la práctica de la alteridad.

Hoy La Cuadra se debate en un gran dilema de orden práctico: continuar reinventándose y “rebuscando” recursos  para responder a la demanda de un público, en esencia joven, que ve en este espacio la posibilidad de redescubrir la ciudad a partir de otros imaginarios, o reconocer que, en efecto, hay proyectos que tienen un ciclo, cumplido el cual, si no se ha logrado despertarla voluntad política y la determinación colectiva para continuarlos, se deben clausurar.

Algunas instituciones de la ciudad han sido solidarias con La Cuadra y gracias a esa suerte de simpatía con las iniciativas que allí se gestan, se sintonizan tácitamente con un ejercicio en el que “todos ponen” algo para que el evento no se detenga: para haya qué compartir, para que se publique una postal, se difunda la convocatoria, se disponga del sonido para los conciertos, se haga el cerramiento del espacio, se garantice la seguridad de los asistentes, se ofrezca un refrigerio a los músicos, se disponga del transporte para los equipos, etc, etc. Buena voluntad de parte de todos; lo que es clave para que un proyecto como este se cargue de motivaciones para seguir construyendo su ruta. Sin embargo, no es suficiente para su sostenibilidad.

Es hora de que esa buena voluntad de los amigos y vecinos de La Cuadra anime decisiones políticas de fondo, que garanticen la continuidad del proyecto, de tal manera que desde otras instancias podamos acompañar a sus gestores en la planeación de propuestas que sigan transformando esta ciudad que tanto lo necesita.