Bizot, quien estudió pantomima durante varios años en la escuela del reconocido maestro de este arte, Marcel Marceau, creó su propio estilo gracias a una educación autodidacta que le permitió experimentar hasta lograr su propia impronta: la que deja en los escenarios y la que transmite al público que lo ha posicionado como uno de los mejores exponentes del arte del silencio.

Luego de dirigir su propia compañía durante seis años, Bizot decidió recorrer el mundo en solitario. Esta tarea le toma cerca de ocho meses cada año, cuatro de los cuales los emplea en trabajar en Francia en la preparación de sus espectáculos y en el perfeccionamiento de un lenguaje universal que le permita comunicarse, en ausencia de las palabras, con personas de los cinco continentes.

Un viaje hacia el pasado En “Treinta años de silencio”, el mimo Bizot hace un viaje hacia sus antiguas historias y revisa las rutinas que comenzó a crear cuando tenía 18 años. Se trata de un viaje en el que da un vistazo a su propia búsqueda y ofrece la posibilidad a sus espectadores de recorrer el camino que lo condujo a la posición que hoy ocupa en el ámbito del arte francés.

"Treinta años de silencio” muestra a quienes la vean el ingenio del mimo Bizot y la magia transmitida en la “simplicidad” de un gesto perfecto que comunica más que mil palabras: se pasa revista a la tristeza, la alegría, el nerviosismo, la timidez, la espontaneidad y los encuentros con la niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez del mimo Bizot.

 

Estas situaciones transcurren en diferentes locaciones como la playa y el salón de clases o en diferentes contextos “Una Cita de amor”, “Un Día de cacería” o “La imagen”, piezas fundamentales de la pantomima magistralmente interpretada por el francés que logra causar no solo risas, sino también reflexión, en cada una de las partes que componen el montaje.

“Las emociones son universales y no tienen límites. Un mimo puede hacer que el público vea sus propias emociones comunes a todas las personas en todo el mundo”, ha dicho Philippe Bizot. Por esto, no es extraño que en “Treinta años de silencio” involucre a ese público y parta de esas emociones que circulan en doble vía entre él y quienes lo observan para crear un espectáculo apto para todos.

Silencio: sobreviviente en un mundo de palabras

En un mundo como el de hoy, en el que las palabras circulan a cada segundo y por un sinnúmero de plataformas escritas, digitales y sonoras, resulta interesante observar cómo el silencio puede volver a capturar la atención de los espectadores. Esto se debe, según Bizot, a que herramientas como la televisión “aburren y bajan el nivel cultural de los pueblos”.

Sin embargo, hay quienes están en busca de algo más que no encuentran en otras expresiones artísticas. La gente, dice Bizot, busca “momentos de intimidad, de reflexión, de silencio, de pausa, matar el ruido, las palabras inútiles”. En ese sentido, recalca el artista, el silencio se convierte en su música en la herramienta para hablar con el mundo entero y lograr que todos lo entiendan.

“El  silencio es universal. Cuando actúo es como un murmullo que toca la memoria individual de cada persona que me mira”, anota el francés para quien la cantidad de palabras que emite la gente son, de alguna manera, miedo a su propio silencio. “A veces digo: ‘Si quieres hablar, cállate’, así estructuras mejor lo que vas a decir. Hay que acostumbrarse de nuevo a escuchar el silencio”, concluye. http://www.mimebizot.fr/

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