Ha hecho carrera en el debate público apelar a la descalificación del adversario como persona, a fin  de confrontarlo políticamente.

Las Universidades no han podido sustraerse a la pandemia, a punto que hoy en día es bien difícil encontrar un pronunciamiento que no esté adobado con insinuaciones calumniosas o maliciosas, cuando no ultrajes directos a quienes no piensan de la misma manera o simplemente a  quienes ostentan los cargos de dirección y autoridad.

Es tan nocivo y contraproducente este proceder, que las personas poco reparan en analizar los argumentos de fondo cuando se detienen a leer estos textos. Más bien, con algo de morbo o indignación, están  pendientes de qué barbaridad se agregó al debate, para hacer de ella lo importante. Otros se afanan en difundirlos o en ocasiones a ampararlos  en colectivos como si fueran joyas de la  dialéctica cuando apenas alcanzan a calificar en la categoría de diatriba. Es apenas obvio que las consecuencias de este desenfoque para polemizar  provocan que se pierda la argumentación y todo quede reducido a una polarización estéril donde es el insulto y el agravio lo que separa y no las ideas.


Esta escuela del agravio ha ido ganando adeptos, no es de extrañar que cualquiera se sienta autorizado para hacer su respectivo aporte; haciendo caso omiso de que la libertad de expresión no licencia  para ejercer la violencia desde la escritura con afirmaciones injuriosas, como tampoco para  hacerlo con torpeza, descuido y  grosería.


Creo que si queremos avanzar en un verdadero debate debemos procurar ser muy precisos y justos en lo que afirmamos, solo así estaremos formando comunidades  diestras en hacer de la polémica una oportunidad  para difundir las ideas.
Lo otro, lo contrario, solo produce irritación y  falsa división; al final no se sabrá siquiera la causa  del enfrentamiento, sólo el resentimiento y la ofensa habrán  ganado la partida.   


Extraño los debates de otrora, cuando nos esforzábamos en enriquecer la discusión política con argumentación inteligente, buscando vencer al oponente con la fuerza de la razón, procurando tomar distancia de la ofensa personal. Cómo hace de falta volver a este sí principio inmutable, básico de convivencia: “Duro con la ideas y suave con las personas.”


En  columna anterior me referí a los anónimos; ahora lo hago con otra forma de controversia escrita, que aunque  revele el origen es igualmente censurable.

 

Información disponible en La Tarde