Carta enviada por la profesora Susana Henao a la comunidad académica.

Creo que este es un buen momento para expresar algunas reflexiones sobre situaciones de orden social alrededor del paro.

En primer lugar debo lamentar la actitud de las partes en conflicto con respecto a sus contradictores: la ministra de educación acusa a los estudiantes de mentirosos al engañar a la población sobre el sentido de la Reforma a la Ley 30, y los trata como personas incapaces de analizar seriamente la problemática de la educación superior colombiana. Por su parte, los estudiantes tratan al gobierno y las autoridades universitarias como personas corruptas al servicio de intereses mercantilistas. Así, a los ojos del otro, el contradictor está descalificado: sus argumentos se desconocen, sus motivaciones se desestiman, y se ponen en una especie de palestra para el escarmiento público. Esa es la costumbre nuestra porque no toleramos la diferencia ni la disidencia, ya que hemos naturalizado la creencia de que quien no está conmigo está contra mí. Heredamos la imagen del mundo en blanco y negro y ejercitamos la fuerza para mantenerlo así.

En segundo lugar, como buenos aprendices de los modelos científicos, tenemos esa otra costumbre de simplificar al máximo los hechos para poder analizarlos y entenderlos. Simplificamos los conflictos, de donde resulta santificada una de las partes y satanizada la otra. Creemos que este conflicto alrededor de la Ley 30 convoca dos posturas, las que están en contra y las que están a favor de la reforma, si acaso, alcanzamos a vislumbrar la postura de la indiferencia de aquellos a quienes no les importa o luchan por sus propios intereses. Pero yo creo que las posiciones en conflicto son más numerosas y las razones para ellas más complejas. Cada grupo de actores converge en el escenario del problema con toda su carga existencial, con todas sus necesidades, y las potencialidades derivadas de su fuerza dentro de los juegos del poder. Las directivas dejan desgastar las posiciones porque necesitan mantener en funcionamiento al menos una mínima parte de la universidad para poder reportar los indicadores del semestre y obtener unas migajas de más en el presupuesto nacional. Los profesores van a clase porque se aferran a su derecho al trabajo para poder sobrevivir. Otros profesores van a la asamblea porque se aferran a ese mecanismo para no desaparecer como colectivo en una época donde no se reconocen sino los derechos individuales. Los estudiantes van al paro porque necesitan defender el derecho universal a la educación, y aún, un grupo de agitadores profesionales se infiltra en el movimiento porque existen sólo cuando hacen de la protesta una oportunidad para la guerra.

Es obvio que para aquellos que nos movemos dentro de campo actual de la educación la postura más limpia, pertinente y defensable es la de los estudiantes porque es fácil entender la justicia de sus reclamaciones, sin embargo la estudiantil no es la única causa justa presente: la de los profesores transitorios, por ejemplo, que no podemos sumarnos a ninguna causa, así la creamos válida, mediante la participación en el paro, y, por tanto, reclamamos el derecho al trabajo. La de los estudiantes que invocan su derecho particular al estudio para graduarse y dar continuidad a sus compromisos y proyectos de vida. La de las directivas que deben garantizar la supervivencia de ese reducto de universidad pública que es la UTP. Al menos quiero creer que esa es su tarea. Son tareas parecidas pero distintas, impulsadas en distintas motivaciones, con distintos intereses y por eso es fácil que nos volvamos unos contra otros. Por eso ahora parecemos enfrentar otros conflictos: profesores en clase contra estudiantes en paro, profesores en asamblea contra profesores en clase, profesores transitorios contra profesores de planta, jefes de departamento contra profesores y profesores contra jefes. No me gustaría saber que cuando este paro termine esas contradicciones prevalecerán y harán que caminemos por los pasillos de la U. con una marquilla que dice reaccionario, revolucionario, malo, terrorista, bueno. Habremos hecho historia en este evento de la lucha por la educación pública de maneras más o menos pertinentes, más o menos adecuadas, pero lo que sí quiero reclamar es que cumplamos nuestros roles de manera clara y transparente. Las directivas de la universidad han sido ambiguas y han mantenido en la desinformación a la comunidad universitaria y a la de Pereira. Como profesores transitorios en clase debemos convocar a los estudiantes, pero las declaraciones del rector desautorizan nuestra convocatoria, ya que su voz es mejor escuchada que la nuestra. Así que ni incurriendo en los gastos necesarios para acudir a clase, ni convocando estudiantes, ni presentándonos al puesto de trabajo logramos hacer evidente nuestro derecho al trabajo. En este momento el desempeño del profesor se logra si gana la carrera loca sobre la desinformación y el miedo para pescar al menos un estudiante para dictar la clase. Si el estudiante no acude todo está perdido para el profesor. Así nuestra contratación es el resultado de una pesca azarosa cuya categoría depende de la habilidad para aprovechar el río revuelto. Por eso pido a las directivas aclarar nuestro panorama laboral antes de comenzar el mes, no al final, pues no es justo con nosotros saber al final del mes si podíamos tomar o no un taxi para ir al trabajo, si podíamos contratar una determinada guardería o un determinado colegio para nuestros hijos. Ustedes saben que nuestra remuneración de 9 meses debe estirarse para vivir 12 meses y no es justo que ahora ni sepamos de antemano lo que pudimos haber gastado o no. Es importante que conozcamos nuestra situación laboral con claridad, pues resulta muy oneroso para nosotros intentar trabajar en semejantes condiciones y sin ninguna garantía. De buena gana hemos continuado en nuestras tareas, esas que al final del semestre nos son evaluadas y a través de las cuales garantizamos nuestra continuidad en el trabajo y el fortalecimiento de la Institución. Tales tareas de investigación, extensión y administración no se reconocen ni se exigen en el Estatuto Docente, pero en la práctica determinan nuestra permanencia porque dicen como nos insertamos en las dinámicas de las unidades administrativas y académicas de la U. Es decir, realizamos las tareas en acuerdo con equipos de trabajo, bajo la aprobación de los jefes y decanos, y bajo la aprobación de las autoridades de la U. porque hacen parte de nuestros planes de trabajo, pero no están reguladas legalmente. Es hora de hacerlo, si en verdad somos un estamento que importa a la autoridad universitaria.

También quiero pedirles a los estudiantes que clarifiquen sus métodos, que desenmascaren a los encapuchados, y que antes de señalar enemigos del movimiento evalúen desde los propios zapatos de los actores del conflicto las razones de sus decisiones y actuaciones. A los profesores de la asamblea les pido también considerar de manera concreta las circunstancias reales del problema, pues creo que si no logran convocar un buen número de profesores, es porque enmarcan toda lucha en las mismas causas y se detienen más en la problemática del marco que en la complejidad de los hechos particulares. Mucho de lo que sigue en este movimiento depende del Consejo académico mañana, porque representaran el poder, aunque es posible que aparten de ellos ese cáliz y continúen manteniendo la ambigüedad y el simulacro de una universidad en funcionamiento. Pero también depende de que nosotros queramos actuar con honestidad y transparencia. Tal vez sea hora de que los profesores transitorios renunciemos a la pesca y nos agrupemos para exigir el respeto a las particularidades de nuestra situación. Personalmente siento el desgaste en la fuerza de mis decisiones y en mi ánimo, porque a pesar de seguir al pie de la letra las directrices trazadas, los estudiantes también están confundidos, incrédulos y cansados y empiezan a no asistir a clase, máxime cuando volvieron a retirar el apoyo a los subsidios y con eso nos quitaron los peces más seguros del anzuelo. Por favor, ¡que alguien con autoridad y responsabilidad dicte normas claras y se acuerde de que existen decisiones políticas y no sólo decisiones legalistas! Que tener la universidad abierta no sea un chiste, un tecnicismo sino una acción verdadera, reglamentada claramente y sin ambigüedad.

Susana Henao M

Profesora transitoria del Departamento de humanidades

 

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