La Docente, Margarita Calle, Directora de la Maestría en Estética y Creación, adscrita a la Facultad de Bellas Artes y Humanidades publica la siguiente columna en el diario La Tarde de Pereira.

Por estos días de agitación política, nuestro paisaje cotidiano se ha visto drásticamente alterado por la propaganda política.

 

Apostados en vallas, afiches y spots publicitarios los aspirantes a los diferentes cargos públicos se juegan su propia imagen, propagan su presencia sin ningún reparo, invadiendo espacios comunes, vías públicas y pantallas, con estrategias visuales y recursos retóricos bastante similares. La lucha de todos es por la espectacularización del cuerpo, por su mitificación y repetición pública en valores icónicos y simbólicos de fácil recordación y consumo. Como resultado de tal sobresaturación nosotros, la gente del común, los vemos a todos iguales o casi iguales, apenas reconfigurados por el estrecho margen de adecuación que les posibilitan los simulacros experimentales de cada campaña. No olvidemos que la política es dinámica y algunas veces pinta a los jugadores de colores primarios y otra los mezcla, ensayando posibilidades.

Impostados en gestualidades y poses estereotipadas, los candidatos le apuestan a la invención de un modelo explícito de sujeto, que pronostica y profetiza el futuro de las colectividades, con la misma ligereza con la que reproduce y serializa su imagen pública. Pose, gesto y eslogan apuntalan un mismo repertorio mediático, son índice de un mundo jerárquicamente escenificado, en el que la conciencia de lo ausente actúa como principio orientador del deseo y la aspiración pública.

Basta con mirar el panorama de la ciudad para entender de qué estamos hablando: candidatos que exhiben una presencia que no tienen, es decir, simulan ser otros, se inventan una identidad física, ideológica y moral que están lejos de tener. Por alguna razón saben que ni su presencia real ni su pasado generan confianza, ni credibilidad y mucho menos votos, por eso se someten a cambios extremos en los que, por arte de la estética, la cosmética y la demagogia, abultan de manera consciente su imagen pública, la cargan de artificios engañosos, políticamente y estéticamente «correctos», para suplir la superficialidad de sus ideas.

Estética de figurín y cosmética de revista farandulera de bajo presupuesto. Imágenes de pantalla frágiles e inexpresivas, creadas en apretadas sesiones de retoque digital, que nos despliegan el sentido con el que el célebre filósofo Jean Baudrillard señalaba que en la base todo poder se anima siempre el dominio de un espacio simulado; que la política no es una función, un territorio o un espacio real, sino un modelo de simulación cuyos actos manifiestos no son más que efecto realizado.

Por eso la simulación y el disimulo se convierten en las estrategias regeneradoras preferidas por los candidatos para alimentar la histeria compulsiva del momento; pero nada tienen que ver con la realidad. Son meras máscaras de ocasión, construidas para comparecer públicamente, bien exhibiendo lo que no se tiene, o bien fingiendo no tener lo que se tiene. Ese es nuestro panorama de la política.

Información disponible en: http://www.latarde.com/opinion/columnistas/48756-la-emergencia-del-engano.html