Discurso ofrecido por Juan Guillermo Ángel en la cena de los 50 años UTP

Discurso realizado por Juan Guillermo Ángel, en el ofrecimiento de la cena de celebración de los 50 años de la Universidad Tecnológica de Pereira, el 1ro. de marzo en el Hotel de Pereira.


UTP 50 años
Esbelta, vigorosa, inquieta, curiosa, casi una niña, hace solo 50 años nació la escuela de altos estudios de ingeniería en Pereira, su Universidad Tecnológica, hija ella de un soñador y de un creador, de dos abogados que creían en la técnica como palanca para saltar al futuro.

Esta casa del saber arrullada por muchos, fue concebida en medio de una minga en la que se juntaron obispos y políticos, abogados y médicos, comerciantes y agricultores, viejos cultores del civismo, visionarios todos ellos quienes intuyeron, sin equivocarse, que el futuro sólo se podía conquistar recordando y creando.

Hoy venimos con alegría a celebrar su cumpleaños quienes la vimos crecer, quienes la hemos vivido, quienes en ella adquirimos saberes, destrezas y conocimos de experiencias que otros nos trasmitieron sin egoísmo y con entusiasmo; porque no hay duda que la historia de Pereira se empezó a escribir con mejor letra desde hace medio siglo, cuando se juntaron libros y profesores, alumnos y máquinas, cuando se empezó a esculcar la realidad con curiosidad científica, con paciencia de investigadores, cuando se empezó a trasmitir el saber y la experiencia, desde cuando aquí se guardan las cosas y la historia y lo que nos hace diferentes.

Sería en la sabia y vieja China donde hace ya 4000 años naciera la Escuela Superior Imperial Shang Hsiang, Grecia debió esperar 1.500 años para que Platón creara su Academia y 2500 años después, en el año 500 de nuestra era, en la histórica Persia, se creaba la muy famosa y quizás la primera universidad como la concebimos hoy, La Escuela de Medicina llamada Gondishapur, la misma que desde Bagdad, donde la guerra la llevara, adquiriera el nombre de la Casa de la Sabiduría y sirviera de asilo al sabio Al Razi.

En América la vieja cuca donde se preparaban los que serían los conductores de la tribu, debió esperar a la llegada de las naos cristianas para que en los años 1500 nos regalaran las Universidad de San Marcos en Lima, la Real y Pontificia Universidad de México o la Universidad de San Carlos en Guatemala, centros del saber que aún sobreviven a las inclemencias de los tiempos.

Joven es la nuestra, pero su corta edad no le impedido superar a muchas de las históricas y ya ha conquistado un puesto de honor entre las universidades de Colombia y de América, estamos en el tope de la tabla del prestigio y del reconocimiento de la sociedad y de la comunidad académica, hablamos ya en el mismo estadio con muchas de los más prestigiosos centros del saber del mundo, a tal punto que U- 4ICU el centro de investigación Australiano para International Colleges and Universities nos ubica en el cuarto lugar entre las universidades colombianas, hemos llegado a la madurez en medio de nuestra juventud y es así como ejecutamos un presupuesto de más de 70.000 millones de pesos para atender a 16.000 estudiantes, ofrecemos múltiples programas de maestría y cuatro de doctorados y ya tenemos a nuestro haber patentes y certificados de paternidad sobre técnicas y nuevas formas de transformar y tratar la materia.

Ingresé en la universidad hace casi cincuenta años, pero la viví desde mucho antes, porque este sueño que desveló a mi padre me hizo compañía, como que esta, que entonces era apenas una idea, hizo parte de la conversación y del estudio que en mi hogar se dio, era la Universidad por encima de todo, en su altar se entregó tiempo y fortuna que sin mezquindad alguna, mi progenitor puso como primera piedra una ley y los cafetales que aquí florecían, para que sobre ellos se edificara lo que hoy nos regocija.

Recuerdo los tres carros y el par de buses que aquí nos transportaron, la marcha a pié a Manizales a reclamar lo que nos pertenecía, las carrozas que desfilaron ufanas por la mitad del pueblo, recuerdo el aula 201 donde sin sudor nos acomodábamos todos, recuerdo a los profesores que apenas balbuceaban el español, no se me olvidan los equipos de futbol que jugaban sin suplentes, me parecer ver al rector Roa esculcando rincones, pasan por mi mente tableros y fatigas, también acuden presurosas las asambleas a las que asistí como estudiante y como rector, las luchas para conseguir los pesos necesarios para terminar el año, las fatigas para recaudar los recursos que nos exigían para poder aprobar la facultad de medicina, quizás el paso más discutido, atacado y el parto más complicado que recuerdo de mi paso por esta que es parte de mi vida, mucho de mi historia y dueña de mis afectos.

Recordar el pasado obliga a rendir homenaje a quienes a ella le dieron vida, a quienes la engendraron, a quienes la arrullaron, a quienes le enseñaron sus primeros pasos, a los románticos que ya se han ido: a los doctores Jorge Roa Martínez y Guillermo Ángel Ramírez, los precursores y primeros rectores, a Pablo Oliveros Marmolejo profesor y rector de la vieja guardia, ellos escribieron las primeras letras de nuestra institución; pero no me detendré en los recuerdos que muchos hacen con mejor memoria, de mi parte prefiero hablar de hoy y del mañana que nos espera, de nuestro compromiso con la ciudad, con la región y con la patria que nos da el sustento y son, al fin y al cabo, la primera razón de ser del claustro.

No es la Universidad solamente una forma de escalar en la estructura social, tampoco es la trinchera desde donde los que creen saberlo todo y por lo tanto en su nombre y en defensa de sus dogmas se abrogan todos los derechos y en la pira de su vanidad destruyen lo que con trabajo, desprendimiento y dedicación otros construyeron, bien decía Fernando Gonzales, el pensador paisa, que quienes se creen dueños y poseedores de la verdad revelada son animales peligros; no la Universidad es mucho más que eso, es un centro de educación donde se acumula el saber y el conocimiento, es un centro de investigación donde se esculca la realidad desconocida, es un depósito de la historia y de la cultura y se debe a una sociedad entera, no es patrimonio ni árbol caído del que pueden hacer leña quienes más cerca están de ella; el Alma Mater es fruto y es raíz, es un patrimonio colectivo y como tal esperanza de vida, fuente que alimenta los espíritus y templo de la inteligencia que como tal riñe con la vulgar fuerza bruta y con la agresión física que espanta y destruye la vida.

El reto está presente, la región espera que este centro del saber le sea cada vez más pertinente a sus anhelos, el ciudadano que paga para que nosotros podamos trabajar sin afanes espera que sea la Universidad quien le ofrezca respuestas a las necesidades de su diario vivir, debe entonces este claustro enfrentar el mañana sin timideces, creciendo sin temor y con firmeza, enseñando y entregando todo aquello que nos permitirá llegar a ser una sociedad más rica, más justa, más sabia.
Finalmente solo me queda dar gracias a mi ciudad que me ha honrado encargándome, en los momentos de dificultad y de compromiso, tareas que no han sido fáciles, a la Universidad que me educó y me ha distinguido una y otra vez, a los míos que me han acompañado y soportado y tolerado mis defectos y a ustedes que se sienten parte, a todos muchas gracias.


En archivo adjunto puede encontrar el discurso en .pdf.
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En la fotografía Juan Guillermo Angel en el reconocimiento hecho por la Universidad Tecnológica de Pereira, y el cual fue entregado por el Rector de la UTP, ing. Luis Enrique Arango Jiménez.