Acababa de terminar estudios en la Universidad de Manizales, cuando se presentó a un concurso en la UTP. Primero estuvo en archivo institucional y después hizo parte del equipo de Registro y Control. Su historia de 39 años como funcionaria está marcada por anécdotas y vivencias en las que la Universidad le aportó a su crecimiento de vida.






Olga Olivia Álvarez es una mujer enamorada de la Universidad Tecnológica de Pereira un lugar que la acogió en el momento más difícil de su vida, la separación en su matrimonio, y terminó convirtiéndose en su segunda familia. “He cumplido 39 años de estar aquí y no siento que haya pasado todo ese tiempo”, dice con una mezcla de orgullo y nostalgia.
Llegó en 1984, recién salida de Manizales, sin conocer nada de Pereira más allá de la Séptima y la Octava. Llegó a atender un compromiso que le daría un rumbo a su vida, que ni se lo imaginaba. Se entrevistaría con el rector de entonces, Gabriel Jaime Cardona. “cuando llegué en un taxi para ir al edificio 1, lo primero que vi fue la belleza verde del campus… me pareció hermosa esa universidad tan grande. Me llamó la atención el parque de los sapos, todo era impactante”.
Venía de la Universidad de Caldas, con el título de licenciada en Desarrollo Familiar, y se presentó a un concurso en el área de archivo. No lo imaginaba, pero sería la escogida. “Yo no lo creía, porque para el cargo, entre los aspirantes estaba concursando una persona que ya estaba en la posición en juego”, recuerda.
Se regresó a Manizales y talvez dos días después una llamada del propio rector la sorprendió para darle la noticia que había sido seleccionada: “Dios santo, bendito, ¿qué es esta dicha? Y el rector me dijo: yo te escogí por ser profesional, porque quiero que mis empleados empiecen a ser profesionales”.
Aprender desde el archivo


Fue todo un reto para ella llegar a Archivo. Allí aprendió con rigor, disciplina y paciencia, bajo la guía de jefes exigentes como Inder Campiño y Wilson Arenas. “Con Inder aprendí la perseverancia, con Wilson la parte humana. Y luego llegó Berta Lucía Arango, que transformó el archivo con su conocimiento en archivística. La universidad tiene mucho que agradecerle a ella”.
Olga recuerda el paso de lo manual a la tecnología: “Vimos los primeros computadores con letras verdes, luego los de pantalla blanca, los llamados culoncitos. Pasamos de las primeras radicaciones manuales, con las que sufrí una lesión, a las digitales. la tecnología me alivió”. En archivo, Olga aprendió lo que no se imaginó, entre eso, la atención al público, la clasificación de documentos y el cuidado para poner cada correspondencia en la “bolsa” que la llevaría a cada dependencia.
El salto a Registro y Control
El destino la llevó después a Registro y Control Académico. El director era de Diego Osorio Jaramillo. Allí encontró el espacio para aplicar lo que había estudiado en Desarrollo Familiar, pero era un ejercicio no estructurado. Su gran satisfacción fue que el jefe creyera en ella para perfilar el puesto que ostenta actualmente. “Me dio la oportunidad de demostrar para qué servía. De ahí nació el puesto que hoy ocupo: Promoción, Asesoría y Orientación a Programas Académicos. Entendí que no solo debía orientar a los estudiantes, sino también a sus familias. Ahí fue cuando empecé a sentir que estaba ejerciendo mi carrera”.
Su tiempo transcurre entre estudiantes y padres de familia. En colegios de Pereira y de todo el territorio de Risaralda, porque su misión es promover los programas de la Universidad entre la población próxima a graduarse. “es muy gratificante cuando uno puede ayudar a los estudiantes de grados10 y 11 para que tomen la mejor decisión a la hora de escoger carrera. Porque explicamos de que se trata cada oferta, los perfiles profesionales. Los padres me llaman para que les explique también, es que es el futuro de los jóvenes” agrega Olga. También atiende visitas guiadas con estudiantes y profesores de colegios que llegan a la Universidad.
Olga reconoce que su vocación siempre estuvo ligada al servicio: “Me encanta estar con la gente, escuchar, acompañar. Ese es mi lugar, ahí está mi profesión”.
Alegrías y huellas
Al mirar hacia atrás, sus mayores alegrías tienen un tono íntimo. La primera, haber sido seleccionada en la UTP en medio de una separación difícil. “Este regalo de Dios me dio claridad y tranquilidad para el futuro de mis hijos”.
La segunda, haber cursado la Especialización en Desarrollo Humano y Organizacional, prácticamente gratuita gracias a la universidad. “Eso me abrió puertas, me dio más confianza”.
Y la tercera, haber dejado huella con el cargo que ayudó a estructurar. “Siempre dije: quiero salir por la puerta grande, no por la de atrás. Y siento que lo logré”.
La UTP como familia
Para Olga, la UTP no es solo el lugar que soluciona lo laboral. Es su familia especial. Allí terminó de formarse, allí vio crecer a sus hijos, incluso allí nació el menor, que años después también se graduó en la universidad. “La UTP me lo dio todo. Hasta a mi hijo menor, que es otro hijo de la UTP y la adora”.
Su vida está atravesada por anécdotas que hablan de esa época en que la universidad era más pequeña, más familiar. “Éramos unos mil estudiantes y cien empleados, nos conocíamos todos. Y estaban los buses amarillos que nos recogían… ir en el bus de la UTP por el centro era un honor, la gente nos miraba con admiración. Era una dicha”.
Los recuerdos se mezclan con nombres entrañables: el conductor Abelardo, los compañeros que compartían risas y complicidades en el bus, las integraciones, las fiestas, la sensación de comunidad. “Yo me disfruté la UTP al 100%. Aprendí que tener amigos es muy valioso”. Entre los nombres que salen en la espontaneidad de Olga, aparecen además de quienes fueron sus jefes, que además eran amigos, los de Victor Hugo del Crie, Gussie también de esa área, Edgar José (ya jubilado).
Vida personal y gratitud
Madre de tres hijos y abuela de tres nietos, hoy ve cómo la historia se repite: uno de sus nietos estudia en la UTP. Su familia, dice, también es beneficiaria de lo que la universidad le ha dado. Recuerda, por ejemplo, los programas y convenios de bienestar laboral que le permitieron a su familia vacaciones inolvidables. “La primera vez que fuimos a la costa, fue a Santa Marta, el viaje en un Renault 4 y un Renault 12. Toda mi familia recuerda ese paseo con cariño. Fue a unas cabañas que se alquilaban muy barato en un convenio, ahí estuvo la universidad
En su vida también estuvo el amor. Conoció en la UTP al padre de su hijo menor, un hombre alegre y carismático, era más conocido como “Telaraña”. “Donde se sentaba reunía gente, alegraba hasta un velorio. Se fue muy joven, pero dejó una huella en la universidad”.
Lo que la UTP significa
Hoy, a punto de cerrar su ciclo laboral, Olga lo resume con el corazón en la voz: “Por la UTP siento un gran amor, mucho agradecimiento. Es mi segundo hogar, lo mejor que me pudo pasar en la vida”.
En cada palabra se refleja su entrega: “En estos 39 años le he dado todo mi empeño, mis ganas, mi calor humano. Y lo que más quiero seguir dando es esa bienvenida a las familias y a los chicos que llegan. Eso me hace feliz”.
Y cuando le preguntan si ha vivido la UTP, no duda: “Ufff, sí. Me la he disfrutado al máximo. Y la llevo en el corazón”.








