Tiene gran sentido de gratitud por la UTP. La biblioteca Jorge Roa Martínez ha sido su espacio durante más de 30 años. Una mujer que conoció en una buseta le recomendó que llevara hoja de vida a la universidad. Presentó su primera entrevista y esa misma tarde empezó a trabajar. Como muchos, se motivó a estudiar y su vida le cambió.

Mariluz Tafur Llegó a los 22 años, recién salida del colegio, con una hoja de vida bajo el brazo y sin experiencia en nada. Hoy, tres décadas después, habla de la UTP como lo mejor que le pasado en su vida. 

“Yo a la universidad la amo”, dice. Y cuando lo hace, no es una frase de cajón: es su forma de describir ese vínculo que ha construido día a día, entre libros, estudiantes y esa biblioteca que ha evolucionado como nunca lo imaginó, porque cuando llegó a trabajar siendo Pamela Slingsbi su directora, todo era manual. La mas avanzada tecnología eran las fichas de contenido y fichas bibiográficas, eran las herramientas con las que los estudiantes se ayudaban para sus consultas.

Una puerta que se abrió de golpe

Mariluz llegó a la UTP por esas casualidades que cambian destinos. Vivía en el Campestre, en Dosquebradas, y su mamá siempre llevaba una hoja de vida para entregarla donde pudiera. A Beatriz, una auxiliar administrativa de la biblioteca de la UTP la conoció en una buseta  entabló conversación con ella y le recomendó que pidiera trabajo allá.  .

Y así llegó Mariluz: madrugó, vino sin saber muy bien a dónde, la atendió una auxiliar, esperó un rato porque la directora estaba en reunión. Pamela Slingsby la recibió, le preguntó por la experiencia y obtuvo una respuesta honesta:

“No tengo experiencia, pero si usted me da la oportunidad, yo aprendo”.

La oportunidad llegó ese mismo día, Pámela entendió las ganas de trabajar de esta joven  y sin vueltas, sin trámites interminables. “Enganchada de una vez”,  “puede empezar a trabajar de una  vez”, le preguntó la directora y sin dudarlo, le dijo que sí. “Era 18 de octubre de 1994, lo recuerdo como si fuera ayer”. Dijo, mientras su mirada se hace evocadora.

La vieja guardia

En la biblioteca hizo escuela con todos: con Pamela, con Mario, con Doña Elvita, con Amalia, con don Iván. Esa “vieja guardia” que dejó un legado que ella aún honra.

Cuando Mariluz entró, la biblioteca quedaba donde hoy está Gestión tecnológica, Registro y Control, Mantenimiento y el CRIE. Tres pisos apretados, ficheros de tarjetas, fotos pegadas en las fichas de los estudiantes, formatos para multas con las que sancionaban a los estudiantes cuando no cumplían la entrega de libros, “Todo era manual”. Y lo dice con una mezcla de nostalgia y humor.

Prestó libros durante catorce años. Repetía clasificaciones, revisaba fichas, conocía el sistema cuando aún era un sistema de papel. Luego con OLIV, llegó la sistematización, llegó la transformación tecnológica. Y todo se aprendió sin prisa, paso a paso. “Fue mesurado”, recuerda. “Fuimos aprendiendo despacio”.

Volver a estudiar, crecer desde adentro

Pasó el tiempo y ya Margarita Fajardo era su jefe y ella  le dijo un día que estudiara. Que si estaba en una biblioteca, debía formarse. Mariluz lo hizo: se volvió bibliotecóloga. Estudiaba mientras criaba a sus dos hijas mellizas de dos años. Dice que fue duro, pero que valió la pena.

En su casa, la UTP es tradición. Su esposo es ingeniero industrial egresado de aquí. Su cuñado, ingeniero eléctrico. Su hija Valentina es ingeniera de sistemas. Y Mariana va en once semestre de medicina. Todos, familia UTP.

Ella lo cuenta con un orgullo que no cabe en su pecho: “Yo entregué el diploma de mi hija, la UTP me lo permitió”.

Una universidad que también creció

Mariluz ha sido testigo de todo: de la biblioteca pequeña y manual del pasado, a la biblioteca de hoy: moderna, con salas de lectura confortables, plataformas tecnológicas, con colecciones digitales y un flujo constante de estudiantes. De una universidad regional a una institución reconocida internacionalmente.

“La Universidad es un boom a nivel mundial”, dice. Y lo dice con la certeza de quien la ha visto transformarse durante 31 años.

El amor, la gratitud y la despedida que se asoma

Varias veces en la conversación se le quiebra la voz. Hablar de la universidad es hablar de su vida entera. De cómo aquí se formó, trabajó, vio crecer a sus hijas, se hizo profesional, encontró estabilidad, encontró sentido.

“Yo a la universidad le he dado mi conocimiento, mi sabiduría, mi respeto, mi gratitud. Y le he dado toda mi vida”, dice.

También siente la nostalgia de saber que ya se acerca su jubilación. Y aunque confiesa que le dará guayabo irse, tiene claro que es un ciclo que debe cerrarse: “Ya es hora de que entren nuevas generaciones. Que lleguen con nuevas energías, nuevas propuestas, nuevas tecnologías. Uno trabaja tantos años para una jubilación”.

Sobre quienes llegan, les deja un mensaje nacido de la experiencia:

“Que amen la universidad. Este es un buen vividero. Aquí se trabaja muy bueno. Que sean responsables, cordiales, respetuosos con el usuario”.

El refugio

Cuando piensa en todo lo vivido, Mariluz vuelve a la misma palabra: agradecimiento. Agradecimiento por aprender, por crecer, por encontrar estabilidad, por ser parte de un proyecto que siente suyo.

La UTP ha sido para ella un refugio. Un hogar que le enseñó a ser mejor persona, mejor mamá, mejor profesional. Un lugar donde vio pasar generaciones de estudiantes, colegas, directores, tecnologías.

Un lugar donde, a los 22 años, le dijeron: “Si quiere aprender, se puede quedar”.
Y ella se quedó.