La pasión por la pintura nació con él aunque tuvo antojo por la música. Medellín, Cartago y Pereira son las ciudades que permanecen en su corazón, a partir de ahí el mundo estuvo en sus manos. La UTP se convirtió en su ambición laboral y lo logró empezando el siglo XXI.

Hace 25 años Carlos Alberto Hoyos llegó a la Universidad Tecnológica de Pereira después de terminar sus estudios de primaria y secundaria en Cartago y su formación superior en Medellín. Su espíritu libre lo ha llevado a conocer el mundo a partir del arte de la pintura en territorios de Suramérica y Europa.

Pero el gusto por la pintura es innato, desde muy joven, Carlos Alberto Hoyos descubrió que su vida estaría unida a las formas, los colores y los silencios que habitan en el arte. A los diecisiete años, mientras terminaba su bachillerato en el Colegio Académico de Cartago, realizó su primera exposición. “Fue memorable”, recuerda. Los estudiantes del colegio fueron su primer público, y en ese encuentro con las miradas ajenas se encendió una certeza que lo acompañaría toda la vida. 

Su legado artístico es tan grande, que hoy no lo tiene cuantificado, lo único que sabe es que en cada obra hay un pedazo de su corazón, un pasaje de su historia familiar y una sonrisa que siempre marca su expresión.

Su infancia y juventud transcurrieron entre la música y el comercio familiar. Su padre, un hombre trabajador, le permitió estar cerca del valor del esfuerzo; y su formación musical en el conservatorio —donde estudió armonía con el profesor León Cimar y se inició en el piano— le dio una sensibilidad que, aunque no lo llevó a ser músico, marcó su manera de ver el arte. “Mi corazón me decía que mi vida no era la música, que era otra cosa”, dice hoy, después de entender y recorrer sus propios caminos.

Después de terminar el bachillerato, la vida lo llevó a Brasil, país que recorrió durante trece meses. Allí vivió una historia sentimental que marcó su juventud, pero su destino —como él mismo afirma— no era quedarse. “Mi destino no era quedarme en el Brasil”, repite, con un tono de gratitud por lo vivido.

De regreso a Cartago, el joven que soñaba con ser arquitecto descubrió que existía la carrera de Artes Plásticas. El viaje siguiente lo llevó a Medellín, donde ingresó a la Universidad Nacional. Su formación en ese lugar fue decisiva: allí encontró un lenguaje, una disciplina y una comunidad que lo reconoció pronto. Tanto, que comenzó a enseñar grabado antes de graduarse. “Me llamaron cuando faltaban dos meses para tener el título”, cuenta. Fue el inicio de una vocación que se consolidaría con el tiempo: la docencia.

Durante dos años enseñó en la Universidad Nacional y luego trabajó un semestre en la Universidad de Antioquia, antes de trasladarse a Manizales, invitado por la Universidad Autónoma. Allí, en 1989, comenzó a integrar la enseñanza del arte con los saberes de otras disciplinas, en la Facultad de Ingeniería de Sistemas, donde se impartían cursos de música, literatura y pintura. Manizales sería también el escenario de su formación académica posterior: realizó una especialización en Teoría del Arte y distintos diplomados en historia, escultura y cine, porque —como confiesa— “siempre he tenido un interés constante por el universo académico”.

La llegada a la UTP y su creación de vida

Fue en el año 2000 cuando llegó a la Universidad Tecnológica de Pereira, la apertura de un concurso para suplir una plaza docente fue la motivación . Más que una decisión racional, lo movía una convicción íntima. “Tenía una fuerza interior que me decía que yo iba a estar en este lugar, en esta universidad, por una razón que excede mi comprensión”. Desde entonces, su vida y su trabajo han estado ligados a la institución, en un recorrido que él mismo define como una experiencia de “gran valor en lo que uno puede llamar proyecto de vida”.

Para Carlos Hoyos, la Universidad Tecnológica ha sido más que un lugar de trabajo: ha sido un espacio de crecimiento humano y artístico, un laboratorio donde confluyen la docencia, la creación y la exploración visual. “Llegué a la universidad con una carrera que me permitió tener presencia en el ámbito artístico y fui muy consciente de lo que significaba mi labor creativa, mi labor como explorador visual y mi labor como un ser integrado a unos procesos culturales de la región”. Esa conciencia se tradujo en un compromiso con su entorno y con sus estudiantes.

Su obra ha viajado y se ha nutrido de otras geografías. Francia y España fueron etapas de aprendizaje y confrontación. En Francia vivió siete meses, vendiendo pequeñas obras para sostenerse, y descubriendo que su destino no era ser extranjero. “Me di cuenta de que ese no era el mundo que yo quería”, recuerda. Más tarde, ya siendo profesor de la Universidad Tecnológica, cursó un máster en Obras Gráficas en el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea de Galicia, España. Ese periodo lo llevó a recorrer Europa —Francia, Alemania, Hungría, Italia, Austria, Checoslovaquia— y nutrir su mirada. “Eso me permitió viajar por toda Europa durante esos tres meses. Me amplió la frontera mental”, dice con una sonrisa leve pero llena de picardía, como queriendo decir que los viajes son también interiores.

Su concepción del arte no se separa de la vida. Para él, cada experiencia, cada paisaje, cada afecto, se transforma en materia creativa. “La geografía siempre ha sido una constante en mis intenciones como ser, como humano, con la vida”, dice, evocando el Amazonas, las montañas, los ríos, las quebradas, los caminos recorridos. Su obra —como su palabra— está llena de esa naturaleza que lo habita.

Carlos Hoyos como docente

En su oficio docente, Carlos Hoyos se reconoce como un hombre atento, disciplinado y siempre dispuesto a aprender. “Uno se construye como docente —dice—, uno no es un producto acabado”. Para él, el aula es un espacio de exploración donde el aprendizaje es mutuo. “El mundo del arte no te pone en el escenario de ser rajador. Te pone en el escenario de concebir. Mi labor como docente es un laboratorio donde uno aprende cómo hacerlo mejor cada vez”.

Lo que es la UTP para Carlos Hoyos

De la universidad, dice haber recibido mucho más que estabilidad. “Me ha dado la posibilidad de vivir en un contexto con mucha seguridad y me ha permitido ser consciente del entramado complejo que hay entre lo disciplinar y lo humano”. Para él, el arte, la docencia y la vida forman una misma corriente. “En la universidad encontré un laboratorio humano que liga las expectativas de una persona que vive, que padece el mundo. Detrás de la vida están los amores, las incertidumbres, la familia, los contextos”.

Y ahí, en su voz, aparece el recuerdo más íntimo: su madre, quien falleció durante la pandemia a los 97 años. “Mi mamá es pilar fundamental de mi vida”, dice. La frase queda suspendida, como una línea de dibujo que no necesita explicación.

En la suma de sus años —los viajes, la docencia, la creación, los afectos—, Carlos Alberto Hoyos ha hecho del arte una forma de permanecer. Un lenguaje que no termina en la obra ni en la palabra, sino que se prolonga en la enseñanza, en los rostros de sus estudiantes, en la vida que eligió vivir con pasión.

Su vida en exposición

Desde hace varias semanas permanece abierta su vida artística, a través de una exposición que ocupa varios espacios de la Universidad. Un recorrido que vale la pena hacer.