Hace 48 años pisó la universidad como estudiante, buscaba pulirse para enfrentar los retos de la vida. Una situación curiosa lo vinculó laboralmente a la UTP. Hizo estaciones en el Almacén, publicaciones, Biblioteca y Bienestar Universitario. Con la gestión Cultural puso en alto el nombre de la institución. Recorrió el país con estudiantes inquietos por la danza, el teatro y el canto.

El 7 de septiembre Luis Alfonso Ospina cumplió 44 años de servicio oficial a la Universidad Tecnológica de Pereira. Pero, como él mismo lo aclara, su historia con la institución empezó mucho antes, cuando aún era estudiante de Español y Comunicación Audiovisual. “En la universidad yo llevo como más de 48 años, porque yo era estudiante y aquí terminé la carrera universitaria también”, dice.

Su carrera académica la construyó en paralelo a su trabajo, asistiendo a clases en la noche, mientras en el día cumplía con las tareas que le ponían en el Almacén general, Publicaciones o en Biblioteca. Ese esfuerzo silencioso, casi rutinario, se fue convirtiendo en parte de su carácter: la disciplina y el compromiso que luego marcarían toda su trayectoria en la universidad.

Su vinculación a la UTP

Dice el dicho popular, que la vida es de los atrevidos, de los arriesgados, y Luis Alfonso demostró eso cuando apenas estaba superando la adolescencia. Su ingreso a la UTP fue producto de su atrevimiento y no lo esperaba. Un impulso que hoy parece casi un acto de destino. Mientras estudiaba trabajaba en una tipografía para ayudarse con el sustento diario, en algún momento sintió la curiosidad de conocer de cerca a quien dirigía la institución que lo estaba formando. Pidió una cita con el rector, en ese entonces era Gabriel Jaime Cardona Orozco y, tras un mes de espera, se encontró frente a frente con él. “Rector, yo vengo por una cosa, yo quiero mucho esta universidad y quiero saber quién es el que la dirige”, le dijo con franqueza.

Se dió una improvisada conversación que derivó en temas de cultura, de deportes, en la pasión que ya se asomaba en él. Hasta que surgió la pregunta rectoral que marcaría el resto de su vida: “¿A ti te gustaría trabajar acá?”. La respuesta fue inmediata: ¡sí!. Esde ese día empezó una serie de agendamientos aplazados y a posponer su vinculación, con citas que parecían no llegar nunca: “Venga en un mes , venga en una semana, venga en 15 días, venga tres días, venga mañana. Hasta que, un día, me dijo sin rodeos.  Váyase, busque abajo en el primer piso a un señor Julio Marulanda que lo está esperando”.  Era el día de recibir el premio a la paciencia y a la persistencia, así, sin más ceremonias, empezó una vida entera dentro de la universidad.

Oficios y aprendizajes

Su primer destino fue el almacén general, un espacio en el que, como confiesa, no fue recibido con los brazos abiertos. Los sindicalistas lo miraban con desconfianza. Pero con el tiempo se ganó un lugar y aprendió a moverse en medio de esa dinámica. Luego llegó a publicaciones, donde pasó seis años en los que la universidad producía manualmente sus propios libros, revistas y guías. Después, se abrió una opción en  la biblioteca bajo la dirección de Gelsi Valencia, “un amor de persona, muy humana, muy buena administradora”, todo ese proceso de la mano de don Julio Marulanda (que fue contertulio de l fundador de la UTP, Jorge Roa Martínez), él se convirtió como dicen lasabuelas, en el ángel guardián de Luis Alfonso.

Sin embargo, el verdadero llamado lo esperaba en Bienestar Universitario, en el área de cultura. Allí encontró la vocación que lo acompañaría durante el resto de su trayectoria. “Ahí empecé a trabajar con grupos costeños que amaban el folclor y la chirimía, y de ahí pasamos a danzas, a teatro, a canción. Se fueron consolidando grupos representativos”.

La cultura como bandera

Con los años, esos grupos se convirtieron en orgullo institucional. Trietnias, en particular, se volvió emblema de la universidad y del folclor nacional. “Donde se para Trietnias, donde se paran los grupos de la universidad, la gente los mira con respeto”, asegura. La agrupación no solo ha sido campeona nacional en varias ocasiones, sino que ha llevado la camiseta de la UTP a escenarios tan diversos como el Carnaval de Barranquilla, el de Negros y Blancos en Pasto y numerosos festivales culturales en todo el país.

Aun así, reconoce que la cultura ha sido siempre la cenicienta dentro de los procesos universitarios, no solo en la UTP. “Muchas cosas las hacemos con las uñas y con las ganas, pero no se han caído, ahí están los procesos”, afirma. A falta de los recursos soñados, existió una voluntad inquebrantable entre los integrantes de los diferentes colectivos.. Y eso fue suficiente para sostener los proyectos. Hoy confía en que, con la nueva Vicerrectora de Responsabilidad Social y Bienestar Universitario a cargo de Jessica García, se logren nuevos aires para la cultura y esté en el lugar que merece.

Alegrías y heridas

Cuando recuerda sus momentos más felices, menciona tres que lo marcaron profundamente: el día en que fue nombrado oficialmente en la universidad, el día en que se graduó como profesional y las veces en que los grupos culturales de la UTP fueron reconocidos a nivel nacional. “Eso fue demasiado grande, porque es llevar la universidad plasmada en la piel y en la camiseta 10”, dice con emoción, haciendo referencia a esa camiseta simbólica que identifica al mejor jugador de un equipo.

Pero también hubo instantes dolorosos. “Alguna vez cometí un error, que me lo cobraron feo, por confiar en la gente, por apoyar los grupos. Tuve un fracaso maluco, y me sancionaron por eso. Eso me afectó mucho, anímicamente y económicamente fue muy duro”. Esa herida no lo apartó de su labor, pero le enseñó la fragilidad de los procesos y lo mucho que pesa la responsabilidad de cargar con la confianza de los demás.

La vida entera con la camiseta puesta

Hoy, cuando se acerca el momento de pensionarse, Luis Alfonso habla de la universidad como de una segunda piel. “Ya no es marcado, es tatuado. Está forrado, mejor dicho”, dice entre risas. Todo lo que ha construido en lo profesional y en lo personal está atravesado por la UTP. “La universidad es un todo. Aquí nacimos prácticamente, aquí crecimos, y aquí vamos a terminar muchas cosas”.

Se define como alguien transparente, comprometido, buen amigo, amante de la vocación de servicio. “Si a nosotros nos dicen que hay que estar a las 5 de la mañana, ahí estamos; que hay que salir a las 2 de la mañana, ahí salimos”. Y no habla solo por él: esa ética de trabajo también se la ha transmitido a su familia. Tiene cuatro hijos; dos de ellos viven en España, uno es ingeniero de sistemas y otro ya piensa en ingresar a la universidad.

Un legado vivo

Cuando le preguntan qué hará después de pensionarse, no habla de nostalgia, sino de continuidad. Planea viajar, compartir con amigos, disfrutar de la vida, y de algún modo seguir vinculado con la universidad que le dio todo. “Yo lo que hice aquí ya quedó aquí, ya dejamos una huella. Lo miro como un proceso que va terminando, como todos los procesos de la vida”.

Si intenta resumir lo que significa la UTP, sus palabras se quedan cortas: “Satisfacción personal y oportunidades de cambio”. Pero esas frases, que parecen simples, condensan casi medio siglo de vida entregado a una institución. Una vida en la que trabajo, estudio, cultura y familia se mezclaron hasta ser inseparables.

Luis Alfonso Ospina Pulgarín es, en definitiva, parte de la memoria viva de la Universidad Tecnológica de Pereira. Y en cada danza, en cada canción, en cada festival en el que un grupo cultural de la UTP se haga presente, quedará resonando su huella, como quien lleva tatuada en la piel la camiseta de su equipo de toda la vida. El lleva tatuada su vida con la UTP.