En la más reciente ceremonia de entrega de escudos por tiempo de servicios que realiza la Universidad Tecnológica de Pereira, Educardo Roncancio Huertas recibió su prenda que le reconoce los 50 años dedicados a la docencia en la institución.





Este tiempo sumado a los que estuvo como estudiante, logra un acumulado de 55 años viviendo la universidad, es decir que más de 3 cuartas partes de su vida han transcurrido en la UTP.
En la ceremonia estuvo acompañado por quienes también han acumulado 10 – 15 – 20- 25 – 30 – 35 y 40 años de vinculación laboral y sus familias.
Son 55 años marcados por aprendizajes, experiencias y saberes compartidos, que hoy relata el mismo Educardo, quien tuvo su centro de operaciones en la Facultad de Ingeniería Mecánica, hoy Mecánica Aplicada.
Su historia
Nació en Líbano, Tolima, en las entrañas de una familia a la que muy temprano la violencia política de mitad del siglo pasado le arrebató a su padre. Desde entonces conformaron una familia unida que se hizo a punta de esfuerzo y mucho amor. Reconoce a su tío como el benefactor que lo impulsó a estudiar hasta terminar su bachillerato en el pueblo.
De su madre aprendió la entereza. “Ella tomó la decisión de abrirnos camino”, recuerda. Y ese camino los trajo a Pereira en 1968, junto a su hermano, buscando estudiar, con la esperanza metida en una maleta pequeña.
Presentó examen de admisión en la UTP
El Líbano quedaba atrás, y adelante se abría una ciudad amable, y una universidad que le pronosticaba un futuro aún desconocido. En la época la universidad aplicaba examen de admisión para todos sus programas que eran solo de ingeniería y tecnologías. La aventura la inició con 5 de sus amigos que salieron del colegio y aplicaron esa prueba, solo 3 la pasaron y matricularon.
En su primer semestre vivió en el Parque de la Libertad en el centro, donde el bullicio de los cafés y los billares convivían con las ilusiones juveniles. Desde allí tomaban el bus de la ruta 4, que subía por la 14 hasta la hacienda Julita, “al principio nos miraban raro, pero cuando supieron que éramos estudiantes, nos cuidaban”, dice. De aquel tiempo conserva una gratitud sencilla: la de haber sido acogido por pura coincidencia por quien también era administrador del restaurante estudiantil de la universidad.
A los pocos meses su madre decidió trasladarse definitivamente a Pereira. Primero vivieron en el barrio Cuba, en una habitación cerca de los bomberos, donde aprendieron lo que significa “guapear” la vida: en muchos casos caminar hasta la universidad porque no siempre había dinero para el bus, abrirse paso por potreros y senderos, y no rendirse. Luego se mudaron a la 30 con 10, más cerca del centro, desde donde tomaba la ruta que lo llevaba hasta el campus, que era en ese entonces de tres edificios y una cafetería.
“Solo existía el bloque administrativo, el de mecánica y el industrial en construcción. El resto era monte, cafetales, potreros. Pero era nuestra universidad”, dice con una sonrisa.
Allí cursó Ingeniería Mecánica y fue, además, deportista. Jugó fútbol, voleibol, básquetbol, tenis de mesa y ajedrez, porque en los Juegos Interfacultades no había más remedio que ser atleta múltiple. “El fuerte mío fue el fútbol. Alcancé a estar en las reservas del Pereira, pero cuando el técnico César López Fretes nos dijo que ser del equipo era un honor, pero sin sueldo, preferí estudiar. Fue la mejor decisión”, recuerda entre risas.
Su vida laboral
 En 1973 se graduó y comenzó su vida laboral como jefe de mantenimiento en Renault. Dos años después, un encuentro fortuito con dos de sus antiguos profesores, Javier Arroyave y Ricardo Orozco, lo llevó de regreso a la universidad. “Ellos iban al taller, y siempre les atendía con especial cuidado sus carros. Un día me invitaron a un tinto en la cafetería de Industrial y me preguntaron si me gustaría ser profesor. Dije que sí. A la semana ya estaba en una terna”. Es que para ser docente se requería ser ternado y un comité de admisiones decidía el futuro del candidato a ser profesor.
El 1 de abril de 1975 inició su vida docente. El rector era Juan Guillermo Ángel. “Desde entonces  me anclé aquí”, dice.
Siendo docente continuó participando en diferentes deportes, jugaba voleibol y en el equipo estaba el propio rector. “Yo le levantaba los balones y él remataba. Hicimos buena dupla. Desde entonces, por lo menos, sabía cómo me llamaba”. Ese vínculo deportivo, cuenta, fue también la puerta a una oportunidad académica. En 1976 la universidad recibió cupos para la beca LASPAU, de formación postgraduada en EEUU, faltaba un docente para aprovechar la totalidad de los cupos, el decano Mario Hoyos explicó la situación al rector y le dijo que tenia un candidato, pero que le faltaba cumplir el requisito de dos años como docente . “Quien es, quien es” preguntó Juan Guillermo Angel. “Es Educardo rector” respondió el decano. “Ese es, cuando el próximo año aplique pruebas ya tiene los dos años”, seguramente Ángel recordó que era el que le levantaba el balón en voleibol para anotar puntos y ganar.
Así viajó a Estados Unidos, donde completó su maestría. “Lo que más me marcó fueron mis profesores: todos doctores, investigadores, escritores… y la gente más humilde que he conocido. Aprendí que entre más sepa uno, más sencillo debe ser. Eso me marcó y lo aplico hasta hoy”.
Promotor de desarrollo en Mecánica
De regreso en la Tecnológica, su carrera docente fue larga y fecunda. Dos veces decano de la Facultad, impulsó la creación de maestrías, el fortalecimiento de la investigación y la proyección internacional del programa académico. Durante su gestión, en los años noventa, organizó el primer Congreso Mundial de Robótica, Fábrica del Futuro y Accesorios, que trajo a Pereira cien investigadores extranjeros y más de doscientos cincuenta nacionales. “Fue un hito para la universidad y para la ciudad”, dice con orgullo.
Desde su decanatura, promovió comisiones de estudio para profesores, programas de doble titulación y proyectos de investigación de gran alcance, como el convenio E20 con Ecopetrol y el Ministerio de Minas sobre biocombustibles, que marcó una época en la UTP. “Nunca se había manejado un proyecto de seis mil millones. Lo hicimos bien, con transparencia. Fue un logro colectivo”.



Lo que significa la UTP para él
 Cuando se le pregunta qué significa para él la universidad, responde sin titubeos:
“La UTP es mi hogar. No diría que el segundo, sino el primero. Aquí aprendí todo lo que soy. Aquí me formé y aquí he entregado lo mejor de mí”.
Su historia es también una lección de gratitud. “La universidad me dio mucho —dice—, y yo he tratado de devolverle con cariño. Ser docente no es solo enseñar. Es orientar, acompañar, entender a los muchachos. Yo los veo hoy ocupando cargos importantes y me siento feliz. Siento que algo quedó”.
 Su vida, como la de tantos que llegaron jóvenes a Pereira buscando futuro, se fundió con la historia de la Tecnológica. Tal vez por eso, cuando mira atrás, no habla de años ni de cargos, sino de vínculos.
“La universidad —dice— es lo máximo. Porque aquí uno encuentra cariño, amistad, hermandad. Todo lo que lo impulsa a hacer siempre lo mejor”.
Hoy Educardo a pesar de haberse pensionado, sigue siendo profesor, conserva su cubículo como docente donde exhibe muchos de sus galardones. Lucas, como le apodaron desde infancia acogiendo el personaje bíblico (Lo iban a mandar al seminario y un tío no dejó) , ha hecho de su vida un aula, y de la universidad, su casa.
 
			 
		
	 
			







