Hace parte de un equipo brillante de la Biblioteca Jorge Roa Martínez, su dedicación permite el orden en las colecciones. Su sonrisa y buena atención son sinónimo de satisfacción de buen servicio. Su presencia en la brigada de Emergencias da cuenta de su compromiso solidario. Es deportista y lleva con orgullo la bandera de la Universidad, pero sobre todo, es madre cabeza de hogar comprometida.

Ella es Marisoler Vinasco Aricapa, quien desde hace diez años ha hecho de la biblioteca no solo un espacio de consulta académica, sino también un lugar donde la calidez humana se convierte en parte de la memoria universitaria.
Su historia con la UTP comenzó sin plan ni cálculo. Quince días haciendo un remplazo en Bienestar Universitario, bastaron para que sus raíces se pusieran en el terreno firme de la UTP. “Llegué a hacer un reemplazo porque la encargada del puesto entró en licencia de maternidad, mientras nombraban a la persona en propiedad”. Allí, atendiendo estudiantes y orientando consultas, Marisoler dejó ver una vocación que iba más allá de la tarea provisional. Después vendría el Instituto de Lenguas Extranjeras ILEX, donde consolidó su cercanía con la comunidad universitaria, hasta que la biblioteca apareció en su vida como una especie de destino natural. Desde entonces, se quedó a vivir en ella.



Su trabajo cotidiano trasciende lo visible. Marisoler está en el moderno mostrador de la recién remodelada sala principal. Desde allí atiende cada día a decenas de estudiantes que llegan con el afán de encontrar un libro que será referencia para el trabajo solicitado por un docente o para el trabajo de grado, de todas formas para nutrir el constructo académico de cada estudiante. Está también en las rondas por las estanterías, recogiendo con paciencia los libros que alguien dejó fuera de lugar, como si reconstruyera un orden secreto. “Es como un juego de ajedrez”, dice, convencida de que un solo movimiento equivocado puede alterar la armonía del tablero bibliográfico.


Pero su labor no se detiene en lo técnico. Ella sabe que detrás de cada consulta hay un rostro cargado de expectativas, cansancio o ansiedad. Y entonces su sonrisa se vuelve parte del servicio: no es un gesto accesorio, sino la manera de recordarle a quien busca, que en la universidad hay alguien dispuesto a escuchar y acompañar.
Más allá de los estantes, Marisoler también se mueve en otros escenarios de la UTP. Integra la Brigada de Emergencias, donde su capacidad de servicio se traduce en cuidado y protección. Y en las canchas universitarias, con el mismo entusiasmo con que ordena los libros, juega baloncesto y voleibol representando a la institución en los torneos interuniversitarios. Allí, entre saltos, pases y lanzamientos, se despliega otra faceta de su vínculo con la universidad: el deporte como una forma distinta de pertenencia, de orgullo y de entrega.
Su recorrido profesional empezó mucho antes de llegar a la biblioteca. Es tecnóloga en Contabilidad y Finanzas, formada en el SENA, y trabajó en distintos espacios: la Gobernación, el Área Metropolitana, la empresa Comeragro, un almacén en Mercasa. Dice que “empezó desde abajo”, y con ello resume una vida hecha de aprendizajes, de pasos pequeños y firmes, de experiencia acumulada que hoy le da solidez en lo administrativo y lo humano.
Su vida personal también está estrechamente ligada a la universidad. Vive con su madre y sus dos hijas, quienes avanzan en su propias rutas formación. Una ya es egresada de la UTP con doble titulación, la otra estudia Nutrición y Dietética. En ellas, Marisoler reconoce el eco de su esfuerzo y su amor por la educación. “La universidad también me ha formado como madre”, podría decir, porque ha sido escenario de los logros familiares tanto como de los personales.
Los cambios que ha presenciado en estos diez años son notables. La biblioteca ha crecido en espacios, ha incorporado nuevas tecnologías, se ha adaptado a la era digital. Desde los catálogos en línea hasta los primeros pasos para entender la inteligencia artificial, reconoce que las nuevas herramientas multiplican las posibilidades de acceso al conocimiento. Sin embargo, ella insiste: ninguna de esas innovaciones reemplaza el trato humano, el contacto directo, la empatía con quien necesita ayuda. Por eso se capacita constantemente, convencida de que la formación no es solo técnica, sino también emocional.
Cuando habla de lo que la UTP significa para ella, su respuesta es inmediata: “Es mi espacio de vida es mi segundo hogar,”. Y no lo dice como una metáfora ligera, sino como alguien que ha pasado más horas entre los estantes que en los espacios de su propia casa. Hogar porque allí trabaja, aprende, enseña, juega, cuida y acompaña. Hogar porque allí ha construido una vida hecha de servicio y afecto.
Así, en medio de libros y conocimiento incluso que desconoce y el murmullo discreto de la lectura, Marisoler Vinasco Aricapa sigue cumpliendo una misión que no aparece escrita en manuales: ofrecer humanidad en cada gesto, en cada orientación, en cada sonrisa. Hacer que la biblioteca sea mucho más que un depósito de libros, convertirla en un espacio de encuentro, de vida y de memoria compartida.
Diez años han pasado desde que llegó a la UTP. Y sin embargo, cada día parece nuevo, como si la biblioteca volviera a abrirse con la promesa de un comienzo