Pocas personas en la Universidad Tecnológica de Pereira pueden decir que han dedicado más de 50 años a construir vidas, transformar seres y facilitar sueños. Gonzaga Castro Arboleda es uno de ellos. Cumplió cinco décadas de servicio en abril, y detrás de ese tiempo hay una historia de oportunidades, estudio, amor por la docencia y profundo compromiso con la universidad.

“Yo me gradué en el 74 del colegio Deogracias Cardona. En ese tiempo, el bachillerato era suficiente para conseguir trabajo. Mi mamá me dijo: si quiere seguir estudiando, yo le pago. Pero yo, que me creía independiente, quería generar mis propios recursos”, recuerda Gonzaga. Fue entonces cuando un amigo le comentó que en la Universidad Tecnológica de Pereira buscaban un muchacho para algo. Y así, sin imaginarlo, comenzó un camino que no se ha detenido.

Su llegada fue sencilla y reveladora. Se presentó ante Julio Marulanda, quien lo condujo con Saúl Sánchez Toro, director de la biblioteca. Allí le asignaron su primera responsabilidad: manejar una fotocopiadora Xerox 3600.

“Toda la información institucional pasaba por mis manos. Y cuando don Juan, el vigilante, salía a tomar café, yo lo reemplazaba en la puerta”.
Su primer cargo fue Vigilante Biblioteca 1. Primero por contrato, luego en nómina. Pero su inquietud y curiosidad lo llevaron a aprender por cuenta propia los procesos internos de la biblioteca: clasificación, circulación, hemeroteca. Esto le permitió ascender a auxiliar de biblioteca y, más adelante, combinar trabajo y estudio como estudiante de Español y Comunicación Audiovisual.
“De 7 a 12 y de 2 a 5 trabajaba. A las 5 salía para clases”.

Tras obtener su título, se abrió un concurso para profesional de audiovisuales, que ganó. Así se convirtió en asistente audiovisual, operando lo que entonces era lo último en tecnología: proyectores de opacos, retroproyectores, diapositivas.

“Una sola proyección requería dos personas para cargar los equipos. Hoy, eso cabe en el bolsillo”, comenta entre nostalgia y humor.

Más adelante pasó al Centro de Recursos Educativos (CRE), donde su compromiso lo llevó a convertirse en director.

“El rector me dijo: si lo nombro, pasa a un cargo de libre nombramiento. Le respondí: el cargo lo hacen las personas. Me dijo: me gusta lo que acaba de decir, vaya y posesiónese”.

De allí pasó a la docencia, luego a la dirección de la Escuela de Español y Comunicación Audiovisual, después a la decanatura y finalmente a la dirección de la Maestría en Comunicación Educativa.

“Es que las oportunidades hay que aprovecharlas. Uno debe ponerse el listón más alto de lo que cree alcanzar”, afirma convencido de que la vida es un juego de corresponsabilidad.

Entre sus mayores logros, destaca la creación de dos programas clave: la Licenciatura en Comunicación e Informática Educativa y la Licenciatura en Español y Literatura, nacidas de la transformación del histórico programa de Español y Comunicación Audiovisual.

“Ahí pusimos a andar dos propuestas que fortalecieron la universidad”.

Pero su vida personal también ocupa un lugar fundamental. Padre amoroso y esposo comprometido, Gonzaga ha sabido equilibrar el trabajo con la familia.

“El amor que doy aquí en la universidad también lo proyecto en mi hogar”.
En sus clases insiste en valores como la honestidad, el respeto por el esfuerzo familiar y la ética del trabajo.

Hoy, tras cinco décadas en la UTP, Gonzaga lo resume sin titubeos:

“He compartido mi vida con la universidad. La mitad de mi vida ha sido aquí. La universidad me ha dado la oportunidad y yo le he entregado mi capacidad de trabajo, los logros, los procesos. Si a uno la universidad le ha dado la oportunidad, hay que corresponderle como mínimo”.

Detrás de su trayectoria están sus principios: disciplina, amor, comprensión, ética y, por encima de todo, corresponsabilidad. Porque, como él mismo dice, las oportunidades se presentan, pero es el compromiso lo que transforma los cargos y deja huella.