La historia de Alba Lucy Romero Cañaveral en la Universidad Tecnológica de Pereira está hecha de papeles mecanografiados, memorandos, horarios, llaves, conmutadores y máquinas de escribir, pero, sobre todo, de afecto y gratitud. Cuando se le pregunta desde cuándo trabaja en la Universidad, responde sin titubeos:

“Desde mil novecientos noventa y cuatro”, reafirmando con certeza que ha estado siempre en el lugar donde quería estar.

Sin embargo, su relación con la UTP comenzó incluso antes, cuando aún existía Bellas Artes en el parque Olaya Herrera y su padre, maestro de obra, le habló de ella a la entonces decana María Teresa de la Cuesta. Así llegó por primera vez, con apenas veinte años, recién egresada del colegio y con la ilusión intacta. Vivió los rigores del paro universitario bajo la rectoría de Gabriel Jaime Cardona, y tras cumplir su primer contrato, no fue renovada, al igual que muchos otros, por decisión institucional.

Un año y medio después, Alba Lucy buscó al jefe de personal, Diego Osorio, y le expresó su deseo de regresar. Desde entonces, no se ha movido. Su trayectoria está marcada por la insistencia, la disciplina y una lealtad sin límites.

Ha pasado por la Asociación de Egresados, el conmutador, el área de mantenimiento, y vivió una de sus experiencias más exigentes al lado de Gonzalo Montoya, un jefe riguroso que terminó convirtiéndose en un referente de aprendizaje.

“A lo último nos quisimos mucho”, recuerda, mencionando cómo él mismo le llevó rosas y chocolates al saber que la trasladaban. “No quiero que se vaya”, le dijo, reconociendo el valor de su presencia.

Más tarde, Alba Lucy llegó a la Facultad de Ciencias de la Educación, desde el primer periodo de María Teresa Zapata hasta la actual decanatura de Cecilia Luca Escobar Vekeman. Ha trabajado con diversos departamentos: Ciencias Sociales, Psicopedagogía, Comunicación y Pedagogía, siendo testigo de jubilaciones, cambios curriculares, digitalización de procesos y transformaciones administrativas.

Desde la máquina de escribir con papel carbón hasta el primer computador de letras verdes, lo ha aprendido todo con entusiasmo, sin miedo y con disciplina.

“Amo lo que hago”, afirma con convicción.

En cada oficina por la que ha pasado, ha dejado su sello: atención al detalle, organización, buen trato y una sonrisa constante, incluso en los momentos difíciles.

“He aprendido a tener paciencia, a ser tolerante, a adaptarme”, explica, como claves de su permanencia.

Aunque la vida le ofreció la posibilidad de enseñar, nunca quiso ser docente. Se declara feliz con su labor administrativa, espacio desde el cual ha vivido su realización personal y profesional. Estudió en la UTP, se graduó como tecnóloga en administración y finanzas, formó su familia, y ha estado donde se siente útil y feliz: en su escritorio, en su universidad.

Hoy, cuando sabe que su retiro se aproxima, lo que expresa es una profunda gratitud:

“Me voy muy feliz”, dice con sinceridad. Agradecida con sus jefes, compañeros, profesores y estudiantes, a quienes ha atendido siempre con responsabilidad y afecto.

Ha recibido reconocimientos oficiales, como los botones conmemorativos y menciones en el Día de la Secretaría, pero valora especialmente la confianza y el respeto de quienes han compartido con ella el día a día laboral.

Alba Lucy Romero es parte de esa memoria viva de la Universidad que no está en los libros ni en los archivos, sino en las personas. Conoce la historia reciente de la Facultad porque la ha vivido y construido con su trabajo silencioso y constante. La UTP es su casa: aquí ha reído, llorado, aprendido y crecido.

“Estoy aquí por mis méritos —afirma—, y todo lo que he hecho, lo he hecho con mucho cariño”.

La Universidad Tecnológica de Pereira reconoce en ella el valor de quienes, desde lo cotidiano, han contribuido a construir una institución humana, comprometida y llena de sentido.