Llega a su puesto de trabajo cuando apenas tenía 21 años. La vida la ha llenado de privilegios, como reconocimiento a su labor, a la entrega, al compromiso y a la sensibilidad por el otro. Su mundo ha girado en Gestión del Talento Humano. Allí ha hecho toda la carrera, desde auxiliar Administrativa, hasta hoy directora en propiedad. Su entorno familiar también impregnado de UTP.





Su primer contacto con la Universidad Tecnológica de Pereira fue en 1989 cuando ingresó para estudiar, para formarse. Primero como estudiante de Tecnología Industrial, luego como auxiliar administrativa y, con el tiempo, como técnica, profesional, líder de nómina y ahora directora. Siempre en el mismo lugar: la oficina de Gestión del Talento Humano, un espacio al que ha marcado con su huella durante 32 años. ¡Es su casa laboral y vital!
Su historia está profundamente ligada a la UTP. “Yo ingresé a la universidad en el año 89, hice tecnología industrial, terminé clases, me vinculé con la universidad y luego, ya vinculada como auxiliar administrativa, hice la profesionalización en la licenciatura en áreas técnicas. Fue una apuesta muy bonita de la Facultad de Ciencias de la Educación en su momento, que nos permitió a los tecnólogos, dar un paso más. Me gradué en el 97 y ya con el título de profesional pude acceder a la especialización y luego a la maestría en Desarrollo Humano Organizacional. Todo producto UTP”.
La memoria de Claudia Alicia está llena de recuerdos de una universidad más pequeña, casi íntima. “La Universidad era desde donde ahora es la Facultad de Ciencias de la Educación, que ahí quedaba la Facultad de Medicina y el anfiteatro. La biblioteca quedaba donde hoy está Sistemas. El Bienestar, que no se llamaba así sino Servicios Estudiantiles, funcionaba en el galpón y tenía un odontólogo, un médico y una enfermera. La universidad iba hasta la cancha de fútbol, al lado de La Julita, y llegar allá era lejísimos”.
Recuerda también los buses amarillos y el famoso bus habano que recogían a empleados y docentes en rutas fijas. “Era un espacio de encuentro. Nos íbamos juntos, conversábamos en el bus y uno llegaba desestresado a la casa”.
En su voz aparecen nombres, detalles, escenas que hoy nos evocan ese otro tiempo: la librería UTP donde se vendían los libros de los profesores, el servicio médico con médicos y especialistas reconocidos, la natación que se practicaba en la Villa Olímpica. Todo con una característica, dice ella: “eran servicios pensados en los estudiantes, con mucho amor”.
Su primer cargo fue en la entonces División de Personal. Hacía certificados laborales a máquina, elaboraba contratos de monitores en WordStar y archivaba hojas de vida en anaqueles repletos de papeles. Vivió la transición completa: de la máquina de escribir al Word, de no tener mouse a perderlo en el escritorio. “La anécdota más común era que el ratón se nos perdía”, recuerda entre risas.
El tiempo la fue llevando de auxiliar a técnica, luego a líder de nómina y, con los años, a ocupar la dirección. “La mayor felicidad ha sido el crecimiento como persona y como profesional. Yo a la Universidad le debo todo”. Y no es una frase cliche, la expresión sale de su corazón. En la UTP se formó, se casó, tuvo a sus dos hijos, vio a su hija graduarse, compartió la vida laboral de su esposo como catedrático, y guarda vínculos profundos con hermanos y sobrinos también egresados. “Yo llevo la UTP en el alma”, afirma con convicción.
El crecimiento de la universidad ha sido, en sus palabras, “vertiginoso”. Cuando llegó había menos de mil personas en nómina; hoy son más de 2.500, sin contar contratistas. De 3.000 estudiantes se pasó a 18.000. “Ya a veces ni nos reconocemos, porque somos como un municipio”, comenta.
Pero más allá de los números, su pasión ha sido siempre el trabajo con las personas. “Trabajar en talento humano es algo muy bonito. Todos los días aprendemos. Claro que es complejo, porque somos diversos, con formas de pensar distintas, y no siempre es fácil relacionarnos. Pero esa diversidad también nos enriquece”.
Uno de los programas que más satisfacción le ha dado es el acompañamiento en la transición laboral hacia la pensión. “Es un tránsito de la vida en que el trabajo deja de ser lo primero, y uno empieza a pensar que lo primero es uno mismo. Hemos visto cómo, sin preparación, muchos pensionados no sabían qué hacer y eso los llevaba incluso a etapas de depresión. Acompañarlos en ese proceso ha sido una tarea muy linda, y sé que quienes lo han vivido se han llevado un recuerdo bonito de la Universidad”.
Tiene muy claros los valores que la guían: el servicio y la solidaridad. “Creo que eso es lo que gobierna mi vida”, dice. Desde ahí se entiende su forma de dirigir: con amor, con pasión, con un deseo profundo de servir.
Cuando se le pregunta qué significa la universidad, responde sin dudar: “Yo no te diría que es mi segundo hogar, yo creo que es el primero. Es que a este campus llego de La Virginia, donde vivo, a primera hora y me regreso a las 7:00 pm. La universidad lo ha sido todo para mí, me ha dado mucho y siento que le he dado más de la mitad de mi vida”.
En la voz de Claudia Alicia hay gratitud, hay memoria y hay una certeza: todo el que llega a la UTP se enamora de ella. Lo difícil, confiesa, es no enamorarse.








