Apenas se había graduado de la Universidad Nacional y ya esperaba ser padre. Cargó cables en una empresa cinematográfica para sostener a su familia. Allí se hizo amigo del director de cine, del director de fotografía y de toda la plana mayor de la empresa, era un Maestro en Bellas Artes con Especialidad en Escultura haciendo un trabajo de auxiliar, pero no le importaba. Hace 40 años es orgulloso profesor de la UTP y su legado artístico es numeroso.

El 25 de agosto de 1985, Gabriel Duque Guinard llegó a Pereira. Ese día, según cuenta, empezó una historia que no ha querido cambiar por nada. Desde entonces, su vida ha estado en un matrimonio indisoluble con la Universidad Tecnológica de Pereira, en la Facultad de Bellas Artes y Humanidades.

El inicio de su vida laboral

Bogotano de nacimiento, escultor formado en la Universidad Nacional, Duque trabajaba en la empresa cinematográfica Uno Limitada, bajo la dirección del maestro Ciro Durán. Allí, recién egresado y con la responsabilidad de un hijo que venía en camino, encontró en el cine una opción para vivir mientras buscaba mantenerse cerca del arte. Su labor era humilde —levantar cables, cargar equipos, manejar el camión—, “la pregunta era, ¿me dedico al arte o me dedico a conseguir cómo vivir para esta familia tan hermosa que estoy creando?

A su alrededor se movía un universo de maestros: Luis Cuesta, director de fotografía; Ciro Durán, cinematografista; Mario Mitrotti, cineasta elegante en la puesta en escena; y las esposas de ellos, Joyce y Bella Ventura, que completaban un mundo sensible y artístico.

En medio de ese aprendizaje inesperado, un aviso en el periódico El Espectador marcó el rumbo de Gabriel: la Universidad Tecnológica de Pereira buscaba un escultor. El maestro Durán que se convirtió más que su jefe, en amigo, le mostró la convocatoria y Gabriel no lo dudó. Viajó, presentó la entrevista con el rector Gabriel Jaime Cardona, la directora María Teresa de la Cuesta y el maestro Líbero Carvajal, y en cuestión de dos días estaba de vuelta a Bogotá para seguir cumpliendo su rutina y a esperar la llamada que lo llevaría de nuevo al arte.

Diez días después, el maestro Líbero Carvajal lo contactó y su vida tomó un giro definitivo. Con el apoyo generoso de sus jefes en Uno Limitada, que le animaron a seguir su destino, se trasladó a Pereira para empezar como docente en 1985.

Una vida en la UTP

El inicio fue impactante. Acostumbrado a que su grupo de estudio en Bogotá era de mayoría masculina, ya como docente se encontró con un grupo de estudiantes compuesto casi en su totalidad por mujeres, un choque que él recuerda con curiosidad. La facultad funcionaba en espacios improvisados: la terraza de la Casa Cural en el Lago Uribe, una casa en la octava y, más tarde, el edificio del Parque Olaya, cuya construcción culminó después de una simbólica toma de profesores y estudiantes.

Para Duque, enseñar se convirtió pronto en una forma de aprender. “Aprender es enseñar, y enseñar es aprender”, afirma. Esa convicción lo llevó incluso a cursar una maestría en Comunicación Educativa, buscando herramientas metodológicas que respaldaran lo que ya había comprendido en la práctica: que la docencia es un círculo de intercambio permanente entre generaciones.

Hoy, tras casi cuatro décadas de trabajo, dice haber cambiado tanto como lo ha hecho la universidad. Aunque se reconoce más flexible como docente, es exigente, conoce la naturaleza de los estudiantes y se volvió  más mañoso para administrarla a favor del aprendizaje y el rendimiento, le gusta la disciplina, el respeto y un orden ejemplar que se refleja en la acomodación de sus herramientas en su taller. Es un “Profe” tan experimentado que en los primeros segundos de conversación con un estudiante ya sabe para donde va la idea del alumno y lo va llevando hasta donde él quiere para sacar lo mejor su pupilo. 

Habla con orgullo de haber visto crecer a la institución desde los tiempos en que apenas tenía cuatro mil estudiantes y el campus no era más que unos cuantos edificios y mucha zona verde o de bosque , hasta la hoy ciudadela académica y universidad acreditada y reconocida como una de las mejores de Colombia.

Su orgullo es semejante al de un padre. “El orgullo que se siente al ver crecer a un hijo es el mismo que siento yo con esta universidad”, dice. Y aunque insiste en su visión crítica y en la necesidad de mejorar siempre, reconoce que la UTP le ha dado todo: conocimiento, familia, obra artística, sentido de vida.

Su producción artística es vasta, aunque un incendio doméstico le arrebató gran parte de los registros. Calcula entre 500 y 600 esculturas, además de centenares de dibujos, pinturas y piezas en distintos materiales. Su predilección es el hierro, aunque alterna con la madera y otros formatos, siempre atento a la creatividad que le demandan sus estudiantes.

De la UTP lo ha recibido todo

Su gratitud con la Universidad es inmensa, “eso que usted está mirando en este momento, eso es lo que me ha dado la universidad, todo, absolutamente todo”, y agrega que el conocimiento que traía lo ha ampliado muchísimo. Ha fortalecido una familia a la que ama. “La universidad me ha dado todo lo que pueda significar positivo en mi vida y también estoy seguro y convencido, que la universidad ha recibido de mí todo lo que yo soy, porque se lo he dado todo”.

Sus momentos de felicidad

Felicidad personal: 

“Graduándome como magíster, eso fue una emoción enorme. Había asistido a muchas graduaciones de estudiantes y viendo que mis estudiantes pasan por allá se siente feliz y sale y me emociono por ello, pero cuando soy yo el que pasa por ese sitio y recibo el diploma y el rector me da la mano, eso es una maravilla”. 

Felicidad como docente

“Cuando me encuentro por la calle con personas que fueron mis alumnos hace mucho tiempo y me gritan maestro y me abrazan con fuerza, eso es emocionante porque es el reflejo de una labor cumplida con amor.

Felicidad familiar

“Ver a mi familia consolidada, a mis hijos ya profesionales y poder llegar a mi casa rural hasta donde llegan también muchas aves en busca del banano que les pongo por todos lados”.

En lo personal, Gabriel vive en una finca pequeña, rodeado de su esposa, tres hijos, dos perros, dos gatas y pájaros de colores que llegan. Esa sencillez contrasta con la intensidad de su obra y de su vocación docente, que aún lo emociona cuando un exalumno lo llama “maestro” en la calle.

Cuando se le pregunta qué significa la Universidad Tecnológica de Pereira para él, Gabriel Duque la define como un puente: “El puente que une a una sociedad hambrienta de conocimiento con el saber, con el querer y con el creer”. Y al hablar de lo que ha recibido y entregado, resume con emoción: “Todo lo que soy se lo he dado a la universidad, y la universidad me ha dado todo lo que tengo”.