Nació en Cali, creció en Tuluá y echó raíces en Pereira, donde encontró una vida completa. Wilson Arenas Valencia, actual vicerrector académico de la Universidad Tecnológica de Pereira, no llegó una sola vez a esta institución: llegó como estudiante, como funcionario, como profesor. Llegó y se quedó.

Aquel muchacho que prestaba su servicio militar recibió un telegrama de su padre: “Quedó en Ingeniería Industrial. Si quiere, yo puedo darle su estudio”. No conocía Pereira, no conocía la universidad, pero tenía un amigo que estudiaba Medicina en la UTP y fue él quien lo inscribió. De ese modo, con la timidez del recién llegado, empezó una travesía que lo llevaría a conocer la universidad desde casi todos sus rincones.
No fue un estudiante brillante al principio. Las matemáticas, duras y abstractas, lo golpearon. Venía de colegio público y de un entorno donde no abundaban los referentes académicos. Pero poco a poco se fue ajustando, hallando el ritmo y encontrando el propósito.

Arenas ha sido gomoso de los computadores desde siempre. Esa curiosidad lo trajo de nuevo a la universidad, esta vez como participante de un curso sobre el sistema 400. Allí conoció a Gloria, la entonces jefe de sistemas, y fue por ella que se enteró de una vacante en el archivo central. Desde ese lugar aparentemente discreto comenzó su carrera administrativa. “Archivo fue una gran escuela”, dijo. Lo fue porque desde allí vio la universidad desde la raíz: la norma, el acuerdo y la resolución. Y porque hubo quien lo acompañara, como Marta Cuadros, que no solo le enseñó el oficio sino que lo presentó por todas las dependencias.
Su tránsito por lo administrativo fue vertiginoso y plural: jefe de compras, jefe de servicios, luego tesorero y más adelante, concursante y ganador de un puesto como docente en su alma mater. Su vida se volvió cátedra, servicio, planeación y articulador.
No era nuevo en las aulas: desde muy joven había sido profesor, especialmente de adultos, una tarea que siempre le salió natural. Recuerda ese servicio social que prestó como profesor en su escuelita de Tuluá, que era requisito de grado 11.
Su estilo de enseñanza ha sido activo, participativo y siempre en diálogo con la realidad. “Por más complejo que sea un concepto, debe reflejarse en el mundo”, afirmó. Su aula ha sido escena viva: debate, actividad, aplicación, respeto y apertura. Exámenes con libro abierto si es necesario, compostura y honestidad como principios.
De sus padres aprendió el valor de la palabra. De la universidad y el poder de servir. Así fue también su largo recorrido como decano de la Facultad de Ingeniería Industrial —hoy Facultad de Ciencias Empresariales—, cargo que ocupó durante dos décadas. Allí no dejó su huella solo: fue un trabajo colectivo, una construcción pausada y compartida que se manifestó en transformaciones curriculares, fortalecimiento a las maestrías, la acreditación de programas y maestrías, acreditación internacional y diálogo constante con el entorno. Lo dice sin adornos: “Lo logramos porque lo hicimos juntos”.
Su vida ha estado tejida con las fibras de la transformación tecnológica. Del Apple II al chat GPT, Wilson Arenas ha sido un navegante curioso. No le teme al cambio, se asombra con él. La Inteligencia Artificial no lo intimida; lo atrae.
Pero si algo lo define, más allá de los cargos, los logros, los reconocimientos, es su papel como padre. Lo dice con el corazón en las manos: “Ingeniero, sí. Funcionario, también. Pero ante todo, padre”. Tiene tres hijas. Una es comunicadora, otra estudia ingeniería industrial y la más joven está por terminar el colegio. Su vida se enciende cuando habla de ellas.
La Universidad Tecnológica de Pereira ha sido su camino. La ha recorrido desde la tesorería hasta la docencia, desde el archivo hasta la Vicerrectoría Académica. Ha aprendido de ella, la ha acompañado en sus transformaciones y se ha transformado con ella. Todos sus sueños, aunque él no se considera un hombre de muchos sueños, se han florecido aquí.
“La universidad ha sido para mí el camino que me permitió florecer mi vida”, dijo para finalizar. Y uno entiende que en sus palabras no hay retórica, hay gratitud. Porque hay personas que no necesitan buscar más lejos: encuentran en un lugar todo lo que la vida puede ofrecerles. Wilson Arenas encontró eso en la UTP.