Desde que tiene memoria, Juan Esteban Tibaquirá recorre el campus de la Universidad Tecnológica de Pereira. Primero lo hizo de la mano de su padre, el profesor Miguel Ángel Tibaquirá, quien durante más de dos décadas enseñó en la Facultad de Tecnología y quien le hizo sentir el campus como su segunda casa. Luego como estudiante de Ingeniería Mecánica y como profesor y decano de esa misma escuela de formación.

Ingresó en 1992, luego de hacer su bachillerato en el colegio Instituto Técnico Superior. Cuando terminó su pregrado, no se quedó quieto. Se fue a Bogotá con una beca del programa Universidad-Empresa a cursar la maestría en Ingeniería Mecánica en la Universidad de los Andes. Allí entendió que la investigación y la docencia eran algo más que una ruta profesional: eran su vocación. “Fue la primera vez que salí de casa, me medí con gente de todo el país, crecí mucho como persona”, recuerda.

Juan Esteban es una clara demostración de lo que se puede hacer cuando se quiere y cuando se pone la disciplina y persistencia a los sueños. Aún recibía formación de maestría, cuando aplicó a una beca Fulbright (programa de becas en el exterior para post grados) y la obtuvo, para hacer el doctorado en Ingeniería Mecánica en Phoenix, Arizona (Estados Unidos). “Esa experiencia lo cambia todo”, afirmó. El idioma, la cultura, la exigencia académica, la distancia. Pero también fue la oportunidad de afianzar una familia: allá nació su primer hijo y también reafirmó su compromiso con una idea que nunca ha soltado: los títulos son un medio para servir, no una vitrina para presumir.

A su regreso a Colombia su enfoque fue la docencia y la investigación, creó el grupo en Gestión Energética, con el que ha desarrollado investigaciones de impacto nacional y trabajado en hidrógeno, movilidad sostenible, incluso con el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas.

También ha sido impulsor de semilleros de investigación, espacios en los que se alienta a los estudiantes a dar los primeros pasos en la gestión investigativa y recuerda con emoción aquel equipo de jóvenes que, en 2014, diseñó y construyó un vehículo para competir en la Fórmula SAE, una de las más exigentes del continente. Viajaron a Brasil, cargados de ilusión y disciplina. Fue una odisea. Y también una prueba de que, desde una universidad pública en Colombia, se pueden hacer cosas de primer nivel.

“Tenemos mucho talento en el país”, indicó. Y lo manifestó con el orgullo de quien ha visto a sus estudiantes ir más allá. Como Juan Camilo López, que empezó como semillerista, luego fue estudiante de maestría y hoy cursa un doctorado en la Universidad de California, también becado por Fulbright. “Hay muchachos que van a lograr cosas mucho más grandes que uno. Y eso me llena de felicidad”, expresó con humildad.

Ese es, quizá, el rasgo más visible de Juan Esteban como docente: su rigor con propósito. “Soy exigente, como lo fue mi madre conmigo. Me gusta el orden, la sistematicidad. Lo que más me conmueve es la injusticia social. Y creo que la educación tiene el poder de cerrar esa brecha”.

No se queda en la crítica: su vida es una apuesta por ese cambio. Les habla con claridad a sus estudiantes: “Nada grande se logra sin esfuerzo. Eviten la mediocridad. Encuentren su vocación. Solo así podrán trascender en un mundo tan competitivo”.

También se permite la nostalgia. Recuerda con cariño a profesores como Educardo Roncancio y Camilo Echeverry, a quienes conoció desde niño. “Muchos ya se han jubilado, otros se han ido a descansar. Pero eso me queda: los recuerdos bonitos de infancia, los vínculos que permanecen”.

Al preguntarle qué le ha dado la UTP, no duda: “Todo”. La posibilidad de estudiar, de trabajar, de hacer el doctorado, de crecer personal y profesionalmente. “Estoy profundamente agradecido. Esta universidad es mi segundo hogar y voy a tratar de hacer que aquí pasen las mejores cosas. La quiero de corazón y deseo verla siempre bien”.

Juan Esteban ha entregado lo mejor de sí: compromiso, liderazgo y trabajo serio. Y aunque dice que lo suyo es más bien la discreción que el protagonismo, los hechos lo avalan. Más de tres décadas de vida universitaria como visitante, estudiante, profesor, decano, gestor y soñador, lo convierten en testigo y arquitecto del crecimiento institucional. Pero, sobre todo, lo convierten en un referente de lo que significa ser coherente: hacer del conocimiento una herramienta para transformar; del aula, un espacio de esperanza; y de la UTP, un lugar donde se cultiva el futuro con el alma puesta.