Dice que conoció el Edén hace treinta años y que ese paraíso tiene nombre propio: Universidad Tecnológica de Pereira. Omar Iván Trejos no necesita metáforas para conmover. Le basta con nombrar lo que ama: su profesión, sus estudiantes, su vocación por enseñar y servir. En ese universo caben la tecnología y la poesía, los códigos y la guitarra, las bases de datos y las emociones.

Define a la Universidad Tecnológica de Pereira como a una segunda madre: “Todo lo que gira alrededor de Mamá UTP es razón de ser de mi existencia”, dice con una claridad que estremece. Llegó por el impulso de un colega Carlos Meneses, actual director del programa de Ingeniería de Sistemas y desde entonces asegura que ha encontrado su lugar en el mundo.

La suya ha sido una carrera forjada desde la pluralidad. Omar Iván ha sido profesor, investigador, decano. También escritor, lector apasionado, melómano, hombre de libreta y palabra. “Aquí encontré el mundo que soñaba”, dice al recordar los primeros semestres en la universidad pública, donde la libertad de pensamiento es más que un valor: es una forma de vida.

Se graduó en la Universidad Inca de Colombia, un espacio donde se hablaba de socialismo científico y se estudiaban las estructuras socioeconómicas para formar a un nuevo tipo de profesional. De allí trajo una consigna que aún lo gobierna: el amor por servir. Para él, enseñar no es solo transferir conocimientos eso lo hace cualquiera, sino compartir vida, sensibilidad, humanidad.
Fue pionero, como el primer decano de una facultad que agrupó varios programas de ingeniería, de la Facultad de Ingenierías, en un proceso que califica como político – administrativo. “La política bien entendida dice es el arte de lo posible. Y desde una decanatura se puede transformar mucho si se cultivan relaciones humanas y se trabaja con honestidad”.
Aprendió de sus aliados, pero también de sus contradictores. Recuerda especialmente al ingeniero Augusto Cano, quien fue oposición y consejero al mismo tiempo, prueba de que incluso la discrepancia puede ser fecunda cuando se pone al servicio de una causa mayor.
En estos treinta años, Omar Iván ha sido testigo —y protagonista— de la transición tecnológica. Llegó cuando apenas comenzaban los celulares, cuando los computadores eran máquinas enormes, exclusivas, sorprendentes, La UTP apenas tenía una o dos salas de sistemas. Hoy habla con solvencia de inteligencia artificial, de programación avanzada, de software educativo. Ha escrito 16 libros que circulan dentro y fuera del país. Pero nunca ha perdido la mirada crítica. “La tecnología es una gran herramienta, pero no reemplaza un abrazo, una charla, el café caliente que trae mamá”.
Y es ahí donde su discurso se vuelve entrañable. A las nuevas generaciones esas que nacieron con una pantalla en la mano les recuerda que el mundo sigue siendo humano, que no hay algoritmo que sustituya el calor de un encuentro, la compañía verdadera, la palabra dicha con ternura.
Siente nostalgia de algunas cosas que han desaparecido con el avance tecnológico, por ejemplo, la toma de apuntes en libreta y el directorio telefónico que cada persona llevaba en su memoria.
Quien lo ha tenido como profesor lo sabe: las clases de Omar Iván son también sesiones de vida. Hay chistes malos, música, consejos de padre, lecturas sugeridas, exigencia académica y compasión. “Les pido mucho durante el semestre, pero al final valoro el esfuerzo, no solo los resultados. Porque lo más importante no es la nota, sino el proceso que vivieron para llegar hasta ahí”.
Se sabe buen ingeniero, pero mejor maestro. Y se siente pleno cuando alguno de sus estudiantes le dice: “Usted me cambió la vida”. Es entonces cuando entiende que ha valido la pena cada clase, cada libro, cada abrazo.
La UTP ha crecido. Ya no son 3.500 estudiantes, como cuando él llegó, sino una comunidad enorme y diversa que supera las 18 mil personas de población universitaria. Le encanta sentarse al lado del planetario a leer, se emociona con cada logro de sus pupilos. Se considera un docente flexible, pero sin descuidar los niveles de aprendizaje de sus alumnos. “A mis estudiantes les exijo que trabajen durante el semestre, porque, ante todo el objetivo es que aprendan, que asimilen conocimientos. Tampoco sirve que nos abracemos y nos llenemos de muestras de cariño durante el semestre, si al final no han aprendido nada”, expresó.
Para Omar Iván, la UTP le ha dado todo: “Absolutamente todo. Desde el granito de arroz que me comeré hasta las satisfacciones más grandes, se lo agradezco a la Universidad. Me ha dado un hogar, una esposa, unos hijos y unos años dorados maravillosos que espero vivir con toda la intensidad”.
Sabe que el retiro poco a poco se acerca. Lo dice con la voz entrecortada: “Me va a doler el día que me corresponda despedirme. Esta universidad es mi madre, lo ha sido desde que se fue mi madre biológica”.
Y como buen hijo, le ha entregado todo: sus días, sus ideas, su voluntad de servicio, su defensa de la dimensión humana en un mundo que a veces olvida que detrás de toda máquina hay una persona.
“Treinta años no son nada”, repite, parafraseando un tango. Pero en su caso lo son todo. Una vida entera en el Edén.