En el corazón de los Andes colombianos, donde convergen la selva húmeda tropical, los bosques de niebla y la riqueza hídrica del Chocó biogeográfico, avanza un ambicioso proyecto que promete redefinir la relación del país con su patrimonio natural: la Expedición BIO Risaralda.

Impulsada con el respaldo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, esta iniciativa se convierte en un hito para la ciencia nacional al reunir a biólogos, ecólogos, geógrafos, estudiantes, guardaparques y comunidades locales en un esfuerzo conjunto por explorar, documentar y conservar la biodiversidad excepcional del departamento.

El proyecto cuenta con la articulación de instituciones clave como la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), UNISARC, la Universidad de Caldas, Parques Nacionales Naturales de Colombia y, como socio estratégico, el Parque Nacional Natural Tatamá, cuya participación ha sido esencial para las labores científicas en esta área protegida.

Uno de los ejes centrales de la expedición es el estudio del mono araña negro (Ateles fusciceps), especie emblemática del occidente colombiano y en peligro crítico de extinción. Este primate, vital para la regeneración natural del bosque por su rol como dispersor de semillas, funciona como indicador de salud ecológica en los ecosistemas andinos.

Pero la biodiversidad no se limita a la fauna. La expedición también rescata y valida el conocimiento tradicional sobre plantas medicinales, saberes transmitidos por generaciones y ahora integrados al diálogo entre ciencia y medicina natural mediante análisis de laboratorio que reconocen y potencian su valor terapéutico.

Otro componente clave es la restauración ecológica mediante la siembra de especies nativas de árboles maderables, lo cual busca no solo recuperar ecosistemas degradados, sino también ofrecer alternativas productivas sostenibles para las comunidades rurales.

En este proceso, las comunidades locales —en especial la población afrodescendiente— han sido actores protagónicos. Líderes y sabedores acompañan al equipo científico en el reconocimiento de especies, interpretación del paisaje y transmisión de saberes territoriales, enriqueciendo la investigación con una mirada intercultural e histórica.

A esta labor se suma el Centro de Ciencia en Biodiversidad de Risaralda (CIBI), que cumple un papel clave en la divulgación científica, la educación ambiental y la comunicación pública del conocimiento. A través de talleres, contenidos multimedia y actividades pedagógicas, el CIBI conecta la investigación con los habitantes del territorio, apostando por una ciudadanía crítica e informada.

“El conocimiento no puede quedarse en el laboratorio. Debe llegar a las escuelas, a las familias campesinas, a los tomadores de decisiones, para que tenga un verdadero impacto en la conservación”, señalan desde el equipo del CIBI.

La Expedición BIO Risaralda va más allá de la exploración científica: es una apuesta ética y política por un modelo de desarrollo sustentado en la sostenibilidad, el respeto por los ecosistemas y el trabajo colaborativo. Cada registro, bitácora o testimonio local se convierte en parte de una red de conocimiento que trasciende los datos para alimentar sueños colectivos sobre un futuro en armonía con la naturaleza.

Este esfuerzo también impulsa decisiones públicas informadas, el diseño de estrategias educativas territoriales y el posicionamiento de Risaralda como un laboratorio vivo para la conservación.

La ciencia se abre camino en Risaralda no como un ejercicio aislado, sino como una movilización colectiva que une academia, Estado, comunidades y saberes tradicionales en torno a un mismo propósito: proteger lo que somos.

La Expedición BIO no es solo una actividad académica. Es una declaración de principios y una invitación a creer en un país que se reconoce, se cuida y se proyecta desde su riqueza natural.