Beatriz Helena Fernández Serna llegó a la Universidad Tecnológica de Pereira cuando tenía apenas 21 años. Han pasado más de tres décadas transitando sus pasillos, aprendiendo, sirviendo, encontrando en la institución algo más que un lugar de trabajo: para ella, la UTP es su primer hogar.

Ingresó a la universidad para cumplir labores de aseo en El Galpón y sus zonas aledañas: los baños, el servicio médico y algunos talleres. Era un contrato transitorio, pero Gonzalo Montoya, jefe de mantenimiento de entonces, no permitió que se quedara sin empleo. Antes de que expirara un contrato, ya la estaba llamando para firmar el siguiente. Así se mantuvo hasta que llegó el paro de 1992.

Con la huelga indefinida declarada por los profesores, la universidad suspendió a los contratistas. Beatriz no se cruzó de brazos. Junto a su compañera Sofía Álvarez, buscó a los líderes del paro —Santiago Gómez y Tomás Jiménez— y les propuso ayudarles con la limpieza y otros oficios, a cambio de un pago. Ellos aceptaron. Durante ese tiempo, barrió pisos, limpió baños, preparó tintos. Y algo más valioso: se hizo visible.

Cuando el paro finalizó y las actividades se reanudaron, fue llamada por el jefe de personal de la época, Diego Osorio Jaramillo. Le ofrecieron un contrato como trabajadora oficial, con una condición: presentar una referencia laboral. Beatriz, con honestidad, explicó que su única experiencia era en la misma universidad. Fue entonces cuando Santiago Gómez intervino: si la UTP era su único lugar de trabajo, ¿cómo no iba a ser la misma universidad quien le diera la referencia? El argumento bastó. Beatriz fue vinculada oficialmente. Desde entonces, no se ha ido.

La asignaron a la Facultad de Medicina, donde permaneció once años, haciendo el aseo con compromiso y sin poner “pereque”. “Servir es lo que a mí me gusta”, afirma. Se ganó el cariño de estudiantes, profesores y médicos. Perdió el miedo a la sangre, a los cuerpos, y comenzó a enamorarse del mundo de la salud.

Fue entonces cuando decidió volver a estudiar. Terminó el bachillerato desde cero, pues lo que había aprendido años atrás lo había olvidado. Luego se matriculó en un técnico en enfermería. Todo esto mientras sus hijos eran pequeños. Trabajaba de día, los recogía en la escuela, los dejaba en casa y salía a estudiar o hacer prácticas —muchas de ellas en el Hospital Santa Mónica— de noche. Llegaba a casa en la madrugada. No fue fácil, pero lo logró.

Su formación en salud fue clave para el siguiente giro en su historia. En 2009, dejó de estar en servicios generales y asumió el rol de auxiliar en los laboratorios de la Facultad de Medicina. Gracias a sus conocimientos, fue elegida por los propios docentes José Javier Santa Cruz y el doctor Moncayo para desempeñar ese nuevo rol. Aunque su contrato no cambió, su labor sí. Desde entonces, ha sido parte esencial del soporte cotidiano en la enseñanza de las ciencias de la salud.

En todo este tiempo, Beatriz también estudió una licenciatura en Español y Literatura. Le faltan cinco asignaturas y el trabajo de grado. No está segura si la retomará, pero valora profundamente todo lo aprendido. A pesar de momentos difíciles —como varias cirugías recientes—, sigue con la determinación de siempre.

Para ella, la universidad ha sido, en sus palabras, “su casa”. Es el lugar donde pasa todo el día, su verdadero hogar. Le conmueve que una institución tan grande se tome el tiempo de enviarle una tarjeta por su cumpleaños o por su aniversario laboral. “Eso, para mí, tiene mucha validez”, dice.

Huérfana de madre desde los ocho años, Beatriz asumió desde niña responsabilidades de adulta: cuidar hermanos, planchar, cocinar, trabajar. Se casó a los 16 años, fue madre de dos hijos, y nunca dejó de buscar oportunidades para aprender, avanzar y servir.

Ahora, cercana a la jubilación, sueña con tener un pequeño restaurante por encargo, donde pueda compartir su sazón —que muchos en la UTP ya conocen— y seguir prestando servicios de salud de forma independiente. Asegura que aún no quiere irse, y aunque podría hacerlo este mismo año, no está lista. La universidad, esa que la acogió desde los 21 años, sigue siendo su lugar en el mundo.