Por esas coincidencias que solo se entienden con el paso del tiempo, Manuel José Hurtado ha vivido a la Universidad Tecnológica de Pereira desde dos orillas: primero como funcionario administrativo y, luego, como docente. Más que un doble vínculo laboral, su historia refleja la de un hombre que ha recorrido los pasillos de la institución con la misma serenidad con la que conversa: pausado, cálido, con la claridad tranquila que deja la experiencia.



Su primer paso por la Universidad fue entre 1987 y 1992, cuando asumió como jefe de la División de Personal, bajo la rectoría del doctor Gabriel Jaime Cardona. Fue el primer abogado en ocupar ese cargo, por recomendación de su hermano, aunque él mismo no imaginaba estar en una posición tan alta. “Yo pensaba que eso era para gente con palanquitas”, recuerda con humor. Pero tras dos entrevistas con el doctor Leonel Zapata, secretario general, fue seleccionado. “Este muchacho tiene madera”, dijo Zapata al rector. Y ese fue el punto de partida.
De esa etapa recuerda una verdadera “maestría práctica” al lado del doctor Zapata. “Cada resolución que proyectaba tenía que pasar por sus manos. ‘Manuel, me pesa la mano para firmar’, era su forma de decir que algo no estaba bien. Me enseñó a revisar hasta las tildes. Aprendí muchísimo, incluso cuando me tocaba rehacer todo varias veces”. Además de las funciones administrativas, se ocupó de tareas jurídicas: responder demandas, defender a la universidad, analizar sentencias. “En esa época la universidad no perdió una sola demanda laboral”, afirma, reconociendo el trabajo conjunto con el Secretario General.
Pero 1992 marcó un punto de quiebre. Una sentencia de la Corte Suprema eliminó las primas extralegales de los docentes, lo que provocó una profunda crisis institucional. Ante la presión de los profesores por mantener los pagos, Zapata advirtió que continuar con ellos podría tener consecuencias penales para él, Manuel José y el rector. Así se decidió suspender los pagos y, con ello, la universidad fue ocupada por los docentes durante dos meses. El conflicto llegó incluso al entonces presidente César Gaviria, quien tuvo un papel clave en su resolución. Con la renuncia del rector Cardona, Manuel José cerró su ciclo administrativo en la UTP.
Durante años trabajó en litigios y como docente externo, hasta que en 2002, en un juzgado, se reencontró con un antiguo colega que lo invitó a volver a la Universidad. Esta vez como docente. Desde entonces, ha orientado cursos en la Facultad de Educación y en el Departamento de Humanidades, como Constitución Política, Ética y Humanidades. “Lo mejor de ser docente es tratar de aportar algo a esta juventud. Ayudarlos a entender qué es el Estado, el ser humano, el papel de las humanidades. Lamentablemente, hoy todo eso está en segundo plano”, señala con preocupación.
Desde las aulas ha sido testigo de muchos cambios. Recuerda, por ejemplo, la polémica que generó en 1989 la llegada del primer capellán a la UTP. “Fue un escándalo. Algunos decían que esto no era un convento. Hoy lo vemos con otros ojos, como una expresión más de la diversidad institucional”. También menciona cómo ideas como la del Jardín Botánico, impulsadas por el rector Cardona y en su momento consideradas excéntricas, son hoy esenciales en el campus.
Aunque ya podría hacerlo, no se ha jubilado, no por necesidad, sino porque la Universidad también se ha convertido en su espacio de compañía. “Aquí doy mis clases, converso con colegas, visito la biblioteca. La universidad me dio todo: estabilidad económica, formación académica, sentido de vida. Aquí aprendí a ser defensor de los derechos humanos y del respeto por las personas. Eso es lo que trato de transmitirles a mis estudiantes”.
Y cuando se le pregunta quién es Manuel José Hurtado, responde con sencillez:
“Un pereirano tranquilo, hincha del Deportivo Pereira, abogado, docente. Como diría mi mamá: una buena persona”.