A Juan Carlos Castaño Benjumea no lo contrató la Universidad Tecnológica de Pereira: la universidad lo adoptó desde niño. Su primer recuerdo en la institución no fue una clase, ni una ceremonia de grado, ni una matrícula. Fue un regalo: un carro de cuerda que recibió en una fiesta para hijos de empleados. Tenía apenas cinco años.



Infancia entre pasillos universitarios
Su madre trabajaba para la Contraloría General de la República y prestaba servicios a la UTP. Esa relación laboral permitió que Juan Carlos participara desde niño en las actividades de bienestar universitario. Así comenzó a recorrer los pasillos de una institución que, sin saberlo, sería su casa por el resto de la vida. Integró la selección infantil de fútbol de la UTP, asistía a las actividades del Planetario —cuando estaba ubicado donde hoy funciona Ingeniería Eléctrica— y compartía con estudiantes y docentes como uno más de la comunidad.
Estudió en el Colegio Técnico Superior, vecino de la Universidad, y en su adolescencia cruzaba los límites del campus para tomar el “algo” en la cafetería del galpón, sintiéndose parte de un mundo que ya era suyo. “En la cafetería de la Universidad uno se sentía grande y ahí empieza uno como a mirar, aquí yo tengo que llegar”, recuerda.
Estudiante con vocación de liderazgo
Ingresó al programa de Tecnología Mecánica y, tras graduarse, sus profesores Humberto Herrera y Ricardo Orozco lo animaron a continuar en Ingeniería Industrial. “El mundo se divide en dos —le dijeron—: los que hacen y los que dirigen”. Ese consejo despertó en él un nuevo propósito académico.
Vivió sus años de estudiante en un contexto institucional agitado. La Universidad salía de uno de los paros más extensos de su historia, y Juan Carlos fue parte activa en ese proceso. Integró una comisión estudiantil que viajó a Bogotá a buscar apoyo institucional. Con creatividad y determinación, logró una cita con Carlos Humberto Isaza, alto funcionario del Gobierno, apelando a una anécdota de juventud: “Dígale que vine a tomarme un tinto con él”. El recuerdo funcionó y fueron recibidos.
Profesor antes de graduarse
En octavo semestre de Ingeniería Industrial, fue llamado para reemplazar a un docente en Tecnología Mecánica. Así comenzó su carrera como profesor, siendo aún estudiante. Esa experiencia le abrió el camino hacia su verdadera vocación: la docencia.
Paralelamente, ya participaba en espacios de gestión pública, como la junta directiva del Área Metropolitana Centro Occidente, donde se discutían proyectos estratégicos para la ciudad, como el viaducto y las dobles calzadas hacia Cerritos.
Comprometido con la transformación social
Tras obtener su título como ingeniero, trabajó en entidades como la Cárder, el Seguro Social y el Consejo Municipal. Pero la Universidad siempre estuvo presente. Primero fue catedrático, luego docente transitorio, y finalmente, en 1997, ingresó como profesor de planta.
Durante este tiempo, cursó la Especialización en Desarrollo Humano y Organizacional, haciendo parte de la primera cohorte. Años más tarde, cuando el programa evolucionó a maestría, asumió su dirección tras el retiro de su fundador, William Ospina Garcés.
“Yo no veía la docencia como una actividad laboral —confiesa—. Yo la disfrutaba. Y la sigo disfrutando”. Para Juan Carlos, ser docente es tener el privilegio de tocar vidas, como aquella estudiante que desde Alemania le atribuye su rumbo profesional a una idea sembrada en primer semestre.
Su ética se resume en cuatro pilares: compromiso con la vida, honradez con el estudiante, amor por lo que se hace y búsqueda del crecimiento personal. Habla desde la experiencia, no desde las etiquetas.
Una vida entera con la Universidad
Juan Carlos se ha formado en la UTP como tecnólogo, ingeniero, especialista, magíster y doctor. Pero más allá de los títulos, reconoce en la Universidad un espacio de crecimiento integral. Durante la pandemia participó en un diplomado sobre mente, cuerpo y espíritu, y actualmente cursa una capacitación sobre ordenamiento del sistema familiar. “Todo me lo ha dado la universidad —dice—. Trabajar aquí es una maravilla”.
También es un hombre de familia. Comparte su vida con su esposa, Marta Jeanette Velázquez, y sus hijos, quienes comparten su vínculo con la UTP: una de sus hijas es docente, el otro avanza en su formación profesional.
“¿Qué significa la UTP para usted?”, le preguntaron. Y su respuesta, sin artificios, lo resume todo: “Es todo. Es un mundo de oportunidades. Es transformar vidas”.
En su historia personal se entrelazan todas las etapas posibles dentro de la Universidad: niño en el campus, estudiante curioso, joven profesor, egresado agradecido, líder académico y formador de nuevas generaciones. Juan Carlos no solo ha vivido en la UTP: la UTP también ha vivido en él.