Cuarenta y tres años de docencia, rigor y afecto en la Universidad Tecnológica de Pereira

El 24 de febrero de 1982, Jorge Javier Santacruz Ibarra ingresó por primera vez a la Universidad Tecnológica de Pereira, recomendado por José Ignacio Moncayo, su hermano de la vida y compañero inseparable desde los años universitarios en Pasto y luego en Cali, donde cursaron juntos una maestría. Lo que comenzó como una coyuntura laboral, sin estar en sus planes, se convirtió en su proyecto vital más duradero.

Su llegada no fue fácil: dictó clase tres días y estalló un paro estudiantil que obligó a suspender el semestre. Aun así, aceptó el cargo, sin saber que aquel paso sería definitivo. “Nunca pensé venirme para acá. Ignacio Moncayo se enteró de una coyuntura docente en el área en la que me había preparado y me recomendó. Así fue como llegué”, recuerda con sencillez, esa misma con la que definió su trayectoria.

Entre la exigencia y la ternura

Durante más de cuatro décadas, en la Facultad de Medicina, Santacruz enseñó Parasitología y Micología, y su nombre quedó grabado en la memoria de varias generaciones. Fue el profesor que “castigaba el pastel”, el que no permitía copiar, usar celulares, poner los pies sobre las sillas ni mascar chicle en clase. Para él, el aula era un lugar sagrado.

“Yo me llevé muy bien con los estudiantes. Éramos amigos. Pero eso no quería decir que se pudieran sobrepasar. Si había que ajustarlos, se ajustaban. Y punto”, asegura. Su frase se volvió célebre: “el profesor toma tu cero”. Pero también era el docente que inventaba cuentos para aliviar la tensión antes de un examen. Entre la exigencia y la lúdica, entre el respeto estricto y la calidez, dejó una huella imborrable.

El investigador y el cónsul de Pasto

Junto a su colega y amigo José Ignacio Moncayo, lideró el primer proyecto de investigación de la Facultad, centrado en micosis en sintomáticos respiratorios, auspiciado por Colciencias entre 1983 y 1984. Más adelante, participó en otros proyectos, uno de ellos en alianza con la Universidad de las Naciones Unidas, que debieron declinar por las dificultades de desplazamiento al Amazonas.

Conocido como el “cónsul de Pasto”, fue guía y consejero para estudiantes de su tierra natal, orientando a jóvenes y tranquilizando a padres de familia. Como cuando, entre risas y firmeza, reprendió a un estudiante que mentía sobre su etapa académica: “Ve, vos sinvergüenza, estás engañando a tu papá… Quítele el celular, la Tablet y el televisor, y solo dele lo justo para estudiar”.

La Universidad es mi casa

En esta universidad, Santacruz construyó su hogar y su vida entera. Allí conoció a su esposa, Blanca Elena Pareja Gómez, con quien lleva 36 años. Allí nacieron sus hijos, Juan Sebastián y Santiago, hoy ingenieros en Medellín, y allí desarrolló su última gran obra académica: el Atlas de Parasitología Médica, coordinado junto a la profesora Yina Marcela Guaca, su cómplice en esta publicación presentada en la Feria del Libro.

“Aquí estuve la mayor parte del tiempo. A mi casa iba en la noche, consciente solo unas tres horas; en cambio, aquí más de diez horas al día llenas de vivencias”, dice con nostalgia. En sus palabras, la universidad fue su hogar principal.

¿Qué le dio a la universidad?

“Mi vida. Qué más”. No llegó tarde a clase, no improvisó una lección, no incumplió su palabra. “Mi tutor, el doctor Donald Greer, me dijo: ‘el día que no prepares una clase, ese día se retira’. Y yo eso lo cumplí siempre”.

Hoy, ya jubilado como profesor titular, sigue vinculado como docente catedrático, con la tranquilidad del deber cumplido. Desde su laboratorio, ve con orgullo que su legado continúa: su sucesor es uno de sus discípulos de Microbiología.

Para Santacruz, la Universidad Tecnológica de Pereira fue mucho más que un empleo: fue su proyecto de vida, su familia, su casa elegida sin pensarlo, pero jamás dejada de lado.