Carlos Fernando Castaño Montoya llegó a la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP) en 1983, con el aliento fresco del bachillerato cursado en Marsella. Como muchos jóvenes de entonces, llegó más por necesidad que por plan, pero con la certeza intuitiva de que su camino era la administración.



Inició como supernumerario en la biblioteca, y poco a poco, como quien recorre una casa desconocida, fue descubriendo los pasillos administrativos: archivos, correspondencia, documentos. Sin títulos aún, pero con empeño, se fue abriendo camino en la Universidad que lo vio crecer.
Una historia paralela al crecimiento instituciona
Carlos Fernando no necesita muchos preámbulos. Su historia está entretejida con la UTP como pocas. Hablar de su trayectoria es también hablar del proceso de evolución institucional, un camino que recorrió con resiliencia, rigor y compromiso.
La Universidad le brindó oportunidades, y él respondió con trabajo y estudio. Se formó como contador público en la Universidad Libre, superó concursos internos, logró ascensos y se consolidó profesionalmente, hasta llegar a ser director financiero de la UTP.
Pero lo notable no es solo el cargo, sino lo que representa: Carlos Fernando fue testigo y protagonista de la transición del sistema manual al digital, del tiempo en que la contabilidad se hacía en libros físicos y máquinas de escribir, a la era de los sistemas integrados y los documentos electrónicos.
Y en medio de esos cambios, tres valores permanecieron intactos:
honradez, transparencia y respeto.
Del papel al sistema: una transición con memoria
Recuerda las tareas paralelas en las que lo digital y lo análogo convivían con desconfianza. Todo debía registrarse tanto en el sistema como a mano, “por si acaso”.
“No había confianza aún”, comenta. Todo cambió con el año 2000, el llamado efecto Y2K, que trajo consigo la certeza de que el futuro ya no era opcional.
Una vida entre cifras y afectos
Carlos Fernando habla en cifras en la institución, pero en vínculos en su familia, que también respira ambiente UTP.
Su esposa, Margarita Fajardo, es la directora de la biblioteca; cinco de sus siete hermanos son egresados; su hijo está por graduarse, y su hija, aún en noveno grado, ya se siente parte del entorno académico.
“Universidad igual vida, vida igual universidad”, dice sin afán de sonar poético. Solo dice la verdad.
Un legado que trasciende el cargo
Tiene diplomas, cursos internacionales, experiencias en congresos y anécdotas contadas con humor y calidez. Pero si se le pregunta por su legado, no duda:
honestidad, respeto, entender la diferencia y saber escuchar.
Por eso, aunque el tiempo pase, en la División Financiera su voz sigue resonando. No como la del funcionario que lleva décadas en la Universidad, sino como la de alguien que supo hacer de su labor un relato digno de ser contado, y que hizo de su paso por la UTP una verdadera línea de vida.