Una vida dedicada a la docencia, la formación y el compromiso con la Universidad Tecnológica de Pereira

Este año, cuando agosto llegue, se cumplirán 44 años desde que Pompilio Tabares se convirtió en docente de la Universidad Tecnológica de Pereira. Y si se suman sus años como estudiante, el número asciende a casi medio siglo de vínculo con la institución.

Son cuarenta y nueve años viendo crecer la universidad: en número de estudiantes, en edificaciones, en nuevas carreras. Pero también, siendo testigo de cómo lo esencial permanece.

Una vida entre aulas

Cuando se le pregunta cómo ha visto el crecimiento de la universidad, responde sin rodeos: ha sido inmenso. No solo en cifras —que de por sí impresionan— sino en complejidad, en responsabilidad y en impacto. De aproximadamente 360 profesores a más de 1.300. De 2.000 estudiantes a casi 18.000. Una expansión no solo cuantitativa, sino también cualitativa: un cambio en la manera de enseñar, de investigar y de asumir el compromiso con la región y el país.

En ese tránsito, Pompilio ha visto la universidad desde múltiples ángulos. No solo como docente, también como directivo. Fue director del programa de Ingeniería Eléctrica y participó en procesos de transformación institucional. Aun así, se refiere a todo ello sin adornos.

La docencia como vocación

Quizá porque su verdadera pasión no está en los cargos, sino en la constancia del aula. Es la docencia lo que verdaderamente ilumina su voz. Lo afirma con la serenidad de quien no necesita convencer:

“Si volviera a nacer, volvería a ser profesor. Y lo haría sin dudarlo.”

Su compromiso con la enseñanza permanece intacto. Después de cientos de clases dictadas, sigue creyendo que puede hacerlo mejor, que puede prepararse con más rigor, que puede acompañar con más humanidad. Conserva ese deseo profundo de aprender, transmitir, formar.

Reconoce que la educación superior enfrenta desafíos, en especial la gestión del tiempo de pantalla en el aula.

“Actualmente, muchos estudiantes tienen dificultad de concentración porque se dejan seducir por distracciones en clase, provocadas por el celular.”

Aun así, defiende la labor docente asumida con responsabilidad, ética y coherencia, no como una exigencia distante, sino como una convicción cotidiana.

Entre lo análogo y la inteligencia artificial

Pompilio ha sido testigo de tres épocas: la análoga, la digital y ahora el auge de la inteligencia artificial. Vivió el tránsito de la tiza al proyector, de la máquina de escribir al procesador de texto, del tablero verde a la virtualidad. Recuerda con especial cariño un computador Apple 12 de 64K, que en su momento parecía un lujo. Hoy, esa capacidad apenas sirve para una calculadora.

Pero lo importante no ha sido la máquina, sino su disposición para aprender.

En él no hay nostalgia que se cierre al cambio. Al contrario, asume los nuevos retos con curiosidad, disciplina y serenidad. Eso sí: insiste en que la tecnología solo será útil si se asume con responsabilidad.

“Enseñar no es solo transmitir datos. Es formar criterios. Es acompañar procesos. Es sembrar preguntas.”

El rostro humano de la universidad

Detrás del académico riguroso hay un ser humano profundamente agradecido. Recuerda con orgullo sus inicios: la escuela Manuela Buitrago, el colegio Deogracias Cardona, la carrera de Ingeniería Eléctrica cursada en la UTP, y su posgrado en la Universidad de los Andes. Pero siempre habla de su formación desde la gratitud, nunca desde la vanidad.

—¿Y usted qué le ha dado a la universidad?
Quisiera haberle correspondido de la mejor manera. Haber transmitido lo poquito que he aprendido.

Y lo dice con una humildad que conmueve. Porque quienes han compartido aula con él saben que no ha sido poco. Sus estudiantes, colegas y egresados llevan algo de su legado: no solo fórmulas o conceptos, sino maneras de ser, de asumir el conocimiento con responsabilidad y de vivir con integridad.

Los días inolvidables

—¿Tiene algún recuerdo que considere inolvidable?
Todos los días —responde—. Todos han sido inolvidables.

Y en esa respuesta sencilla se condensa todo. Porque no hay un solo gran momento. Hay una vida entera hecha de pequeños gestos: una explicación paciente, una clase bien dictada, una duda resuelta, una sonrisa al final del semestre. Todos los días. Todos.