La palabra revolución implica necesariamente cambios radicales, de hecho, todas las revoluciones que la humanidad conoce hasta el día de hoy, han estado impregnadas de transformaciones sociales, políticas o económicas, y las revoluciones industriales no han sido la excepción, me atrevería a decir que la más disruptiva ha sido la primera, por cuanto trajo consigo nuevas técnicas y medios de producción, a tal nivel que generó nuevas clases sociales.
A pesar de ello, no podemos desconocer la importancia de la denominada cuarta revolución industrial, un término que se viene usando hace cerca de una década y que posiciona al conocimiento como centro de las economías, y obviamente, como factor clave de diferenciación organizacional. Esta cuarta revolución implica para las organizaciones y los individuos cambios radicales; además de la generación de las políticas necesarias para adaptarnos a nuestro nuevo entorno emergente.
Tal vez nos parezca una película de ciencia ficción, pero los vehículos autónomos, las impresoras 3D, los nuevos materiales y el internet de las cosas son desarrollos cercanos a nuestra realidad, y cuando se dé su masificación, con toda seguridad, cambiarán la forma en que trabajamos e interactuamos con el mundo, en pocas palabras, generarán una transformación en nuestro estilo de vida.
Intencionalmente, en el anterior listado de desarrollos disruptivos, no mencioné el importante avance que han venido teniendo las ciencias biológicas, las cuales se han estado relacionando cada vez más con otras disciplinas, buscando principalmente el uso sostenible de los recursos vivos, con ello, hemos llegado a una importante disciplina emergente: la biotecnología.
Como Universidades, tenemos una gran responsabilidad desde nuestros ejes misionales de docencia, investigación y extensión, debemos mantenernos a la vanguardia del conocimiento, pero sólo lo lograremos en la medida en que conozcamos nuestros entornos y logremos leer sus necesidades de la mano de todos los grupos de interés, es por ello que la vigilancia estratégica debe ser una actividad transversal a todo el quehacer institucional, sólo así lograremos generar ofertas académicas más flexibles, pertinentes, y capaces de transformarse, que propongan alternativas de solución viables y sostenibles.
En el documento The future of jobs, emitido por el Foro Económico Mundial en el año 2016, la discusión se centró en el empleo, las competencias y la fuerza de trabajo estratégica requerida para la cuarta revolución industrial, en este informe, se pone de manifiesto en primer lugar, que muchas de las actividades que desempeñarán nuestros egresados aún no existen, y que para poder desenvolverse de manera exitosa, requerirán, además de una serie de conocimientos, las denominadas habilidades blandas, que no son más que esas habilidades personales, que se relacionan con la manera en que las personas interactúan con el medio, en que asumen las diferentes situaciones y retos profesionales.
Las soft skills se centran principalmente en la solución de problemas complejos, pensamiento crítico, creatividad, gerencia de personas, coordinación, inteligencia emocional, juicio y toma de decisiones, orientación al servicio, negociación y flexibilidad cognitiva; competencias que en resumidos términos, buscan que el joven logre identificar con total claridad qué hace, cómo lo hace y qué lo hace diferente, tres preguntas que hoy por hoy pocas personas se hacen y menos aún logran responder.
Me sorprende que cada vez profesionales de industrias naranja tomen cursos de programación, pero tiene un gran sentido: las bases de datos y las redes inteligentes ya no son sólo un tema que atañe a los Ingenieros, por el contrario, todo profesional puede encontrar en ellas una manera fácil de ampliar su círculo de clientes potenciales y acceder a ellos, con una caracterización clara de su perfil, necesidades, expectativas, entre otros.
Además de las competencias blandas, los nuevos profesionales deben ser conscientes de la necesidad de un ejercicio profesional ético, que garantice la sostenibilidad en el uso de los recursos y que genere la menor afectación negativa posible en sus entornos, preocupaciones que hoy por hoy tienen talla mundial, como prueba, tenemos los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, un llamado universal a la adopción de medidas para poner fin a la pobreza, proteger el planeta (velar por el clima y la protección de las especies animales y vegetales), teniendo en cuenta la seguridad y soberanía alimentaria y el goce de paz y prosperidad.
Esta cosmovisión constituye un factor diferenciador para los profesionales, pero a su vez, implica un gran reto para las instituciones que los forman, los modelos pedagógicos tradicionales proponen una serie de contenidos, no obstante, el contexto ha cambiado, y debemos centrarnos en lo que el estudiante sabe y es capaz de hacer.
Pero la gran pregunta es: ¿Cómo validar que un estudiante es capaz de trabajar en equipo, o de manera interdisciplinaria, o cómo medimos su creatividad y espíritu emprendedor? Esta pregunta invita a la reflexión académica sobre las metodologías y rúbricas de evaluación, a pesar de los cambios que cuatro revoluciones industriales han traído consigo, los procesos de formación han cambiado poco y los de evaluación menos aún.
Cualquier sistema de mejoramiento continuo que se desee proponer, debe basarse en una transformación estructural y un análisis epistemológico de las mejores estrategias de enseñanza y verificación de aprendizajes; en pocas palabras, debemos migrar a modelos de calidad centrados en el aprendizaje, y justamente este tema ocupará nuestra atención en las jornadas académicas que tendremos en el marco de este encuentro.
Y es claro que lo que aquí se denominan “las mejores estrategias”, es un concepto completamente subjetivo, que depende de las realidades y contextos de las instituciones, no podemos pensar en modelos que nos estandaricen, sino por el contrario, debemos propender por aquellos que potencien las fortalezas que radican justamente en la diversidad cultural, social, ambiental y económica de nuestros territorios.
Debemos lograr que el estudiante interactúe con el mundo real, que desde su proceso de formación logre identificar problemas y necesidades, y proponer e implementar estrategias factibles y sostenibles para su solución, es por ello, que las metodologías activas han tomado tanta relevancia en la discusión internacional en torno a la didáctica de las disciplinas.
Estamos frente a paradigmas que cambian a ritmos vertiginosos, y por ello, las Universidades debemos entender el cambio e ir más allá, generando estrategias y metodologías de enseñanza que se adecúen a los ritmos y maneras de aprender de las nuevas generaciones; ello implica incorporar en el proceso de formación nuevas herramientas.
Al respecto de nuevas herramientas, quisiera detenerme en la evolución que han tenido las llamadas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), la experiencia nos ha mostrado que no es suficiente contar con los recursos, debemos además garantizar su uso adecuado para el logro de los objetivos de aprendizaje trazados, y ello nos lleva a un nuevo concepto: Las TAC o Tecnologías del Aprendizaje y el Conocimiento, el planteamiento central entorno a estas es trascender el rol instrumental de la tecnología en los modelos educativos, y llevarla a posibilitar la creación de nuevos modelos de escuela que den respuesta a las necesidades de aprendizaje de la sociedad.
Un punto fundamental es garantizar que el estudiante egresa con un perfil que se adecúa a las características de su entorno, de tal forma que logre impactar de manera significativa en él; en virtud, se hace necesario afianzar la relación existente entre nuestras Universidades y los diferentes grupos de valor: empleadores, egresados, padres de familia, instituciones, entre otros, todos deben hacer parte activa del proceso de autoevaluación.
Ahora bien, ya hemos hablado de los grandes retos que el siglo XXI supone para la formación de profesionales, lo cual significa que debemos redefinir lo que significa ser un programa o una institución de calidad, como lo mencioné anteriormente, hemos migrado hacia modelos de calidad basados en el aprendizaje, y los factores principales que los caracterizan ya no son tan simples como número de doctores, o infraesructura, o proyectos de investigación en curso, el reto ahora es que esos doctores, espacios y proyectos logren el objetivo.
El Holandés Ronald Knust Graichen, asesor en temas de calidad de varias Universidades Latinoamericanas, señala cinco factores principales para la calidad de un programa de pregrado:
- Competencias pedagógicas, didácticas y disciplinares de los profesores
- Vinculación adecuada con la sociedad
- Infraestructura adecuada para lograr los resultados de aprendizaje esperados
- Pertinencia de la malla curricular
- Pertinencia del perfil de egreso frente a las necesidades de la sociedad
Los sistemas de aseguramiento de la calidad deberán enfocarse más en el fin que en el medio, y además, deben buscar alinearse a sistemas internacionales, toda vez que hoy por hoy hablamos de “ciudadanos globales”. Debemos avanzar como país hacia el reconocimiento internacional del Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la educación superior colombiana, y que a su vez, éste reconozca sistemas de aseguramiento externos, para articularse con los lineamientos internacionales correspondientes y promover la acreditación internacional de programas e instituciones; sólo así lograremos contar con procesos verdaderamente eficientes.
Emprender procesos de acreditación es una labor titánica para cualquier institución, implica en primer lugar entender lo que se pretende y a partir de ello, construir un modelo que se adecúe a la realidad del entorno en que actúa, de igual forma, este modelo debe ser apropiado por las directivas, pero luego debe ser difundido en todos los espacios institucionales tanto internos como externos, de tal forma que se logre permear toda la cultura institucional.
Esperamos que desde la Asociación Colombiana de Universidades, se facilite este cambio de paradigma de un modelo basado en contenidos a uno basado en aprendizajes, muchas de nuestras instituciones han emprendido este proceso, no obstante, todas debemos avanzar en esta dirección, y si recorremos el camino aunando esfuerzos y compartiendo experiencias, con toda seguridad, lograremos mejores resultados.
LUIS FERNANDO GAVIRIA TRUJILLO
Rector
Universidad Tecnológica de Pereira