Cada madrugada, cuando el reloj marcaba las 3:30 a. m., Daniela Mejía Miranda se levantaba con un mismo propósito: ir a estudiar a la UTP. Mientras muchos aún dormían, ella emprendía un viaje de más de dos horas desde Apía (Risaralda), hasta la Universidad Tecnológica de Pereira, junto a otros compañeros que también viajaban desde su municipio para ir a estudiar, todos se iban en un bus viejo pero entrañable, como Daniela lo describe, al que todos llamaban ‘el pescuezo’. Allí, entre madrugadas frías y las ganas imparables de cumplir sus sueños, Daniela comenzó a escribir una historia de perseverancia y transformación.












Hoy, Daniela se gradúa como Licenciada en Bilingüismo con énfasis en inglés de la facultad de Bellas Artes y Humanidades de la UTP, y su historia encarna el espíritu del eslogan “Aquí empieza lo que soñaste”. No fue un camino fácil, antes de llegar a la universidad, su vida estaba marcada por el trabajo pesado: fue ayudante de obra, trabajó en la vía y soñó incluso con manejar maquinaria pesada. Estudiar no era una posibilidad cercana, hasta que una conversación con su madre cambió el rumbo de su historia y aplicó a la beca de Risaralda Profesional. “Al inicio lo veía como imposible… estudiar una carrera, con las dificultades que tenía, y aun así lo logré”, recuerda Daniela. Llegó a la universidad después de tres años sin estudiar, sin saber inglés, ingresando incluso un mes después del inicio de clases, lo que hizo que el comienzo fuera duro, pensó muchas veces en abandonar, pero decidió quedarse y no rendirse.
El viaje diario desde Apía se convirtió en una prueba constante, pues muchas veces ‘el pescuezo’ se varaba, “a veces era pensar entre la comida o el transporte cuando no teníamos el bus, si tenía para el pasaje, no tenía para comer”, cuenta. El bus no solo fue un medio de transporte, fue refugio, sala de estudio y espacio de compañía. Don Jorge, su conductor, se transformó en una figura protectora y familiar para todos: “siempre nos cuidó, era como un papá para nosotros… Incluso una vez que el bus se varó, por arreglarlo rápido y que nosotros no llegaremos tarde a la universidad, se quemó las manos”.
Mientras avanzaba en su formación universitaria, Daniela también trabajó en una heladería de su municipio, donde fue mesera durante varios años. Encontrar una balanza entre el estudio y el trabajo no fue sencillo, pero para ella significó una oportunidad de crecimiento y dignificación. En un entorno donde muchas veces fue juzgada por su oficio, Daniela rompió estigmas y demostró que el esfuerzo no define límites. “La gente no creía que yo estudiaba; en un pueblo a veces te miran con desprecio por ser mesera”, recuerda. Sin embargo, su constancia la llevó a transformar esas miradas en inspiración, convirtiéndose en un ejemplo de superación y mostrando que, con disciplina y convicción, cualquier sueño puede abrirse camino, sin importar el punto de partida.
“La universidad fue un reto y una maravilla”, así define Daniela su paso por la UTP. Aprendió inglés desde cero, enfrentó miedos, se transformó y también transformó a otros. “Lo más hermoso que me llevo de aquí es que logré transformarme y logré transformar a otras personas también en el camino”, afirma. Entre sus recuerdos de los espacios más preciados de la U están la cafetería del bloque 12 y el parqueadero del 13, espacios donde rió, lloró, esperó el bus y construyó lazos que hoy forman parte de su historia, “el bus también se convirtió en parte de la universidad, era nuestro hogar”, dice con una sonrisa.
Hoy, al recibir su título, Daniela no solo celebra un logro personal. Celebra cada sacrificio, cada madrugada, cada persona que la acompañó, “este cartón no es solo mío, es de todos los que pusieron un granito de arena para que yo llegara hasta aquí”, asegura.
Su sueño continúa. Daniela quiere transformar vidas desde la docencia, regresar a su municipio y demostrar que no hay límites cuando se cree, se persiste y se deja huella. A quienes hoy dudan, les deja un mensaje claro, “no solo no se rindan, dejen su huella en todo lo que hagan. Ser diferente abre otros caminos”. La historia de Daniela Mejía, la UTP no fue solo una universidad: fue el lugar donde, definitivamente, empezó lo que soñó.








