Su vida laboral de más de 30 años ha estado en Gestión de Tecnologías Informáticas. Fue uno de tantos jóvenes  que para estudiar trabajaba los fines de semana. Es un emprendedor que aprovecha las horas libres y fines de semana para trabajar con su hijo. Próximo a pensionarse, pero quiere seguir como profesor catedrático. La gratitud que siente por la UTP no tiene límites.

Era monitor en la oficina de Planeación  y le ayudaba a una funcionaria a resolver un problema de sistemas, cuando un jefe que pasa, mira una pantalla y le dice: “¿A usted le gustan los sistemas?” Para  William López García, ese segundo le partió su vida en dos.

Hoy lleva 33 años como funcionario administrativo de la Universidad Tecnológica de Pereira, más un año como transitorio. Toda una vida. “La Universidad me lo ha dado todo”, dice con agradecimiento. Estudió Tecnología Industrial, después una licenciatura en áreas técnicas y más tarde una especialización en Gerencia de Tecnología. Su camino académico y laboral se trenzaron siempre en el mismo lugar: la División de Sistemas, hoy Gestión de Tecnologías Informáticas y Sistemas de Información.

Su formación secundaria

William estudió en el INEM Felipe Pérez. Promoción del 84, modalidad industrial. Hijo de un conductor de buseta que logró darle estudio a su hermano en Manizales. Él, mientras tanto, trabajaba los sábados con un amigo haciendo encargos para floristerías para poder sostenerse. Soñaba, como él dice, “como una persona popular”, con estudiar en la universidad. Entró de inmediato después del colegio. Y ese paso le cambió la vida para siempre.

Como monitor manejaba un programa de bases de datos. Una arquitecta necesitaba un informe y él, sin pensarlo, se lo hizo. Justo en ese instante pasó Jesús López, el jefe de Sistemas. Le vio el trabajo, le preguntó, y ahí nació todo. No era el mejor en sistemas, ni era lo que él imaginaba en su vida laboral, pero la oportunidad se cruzó con el conocimiento. “El éxito es la intersección entre oportunidad y conocimiento”, repite William, casi como una consigna para sus estudiantes.

Un semestre después, Jesús López lo invitó a trabajar en el área. Luego se ganó el concurso. De cinco personas que eran al principio, hoy es un equipo robusto, con una estructura apenas comparable con el crecimiento de la Universidad, con ingenieros jóvenes y herramientas que entonces parecían impensables. William ha visto toda la evolución.

Aprender cada día y agradecer

Para William, su área de trabajo es esa familia extendida, porque la propia se ha diesmado, solo cuenta con un hermano, su hijo y su pareja y en la Universidad: la jefa Patricia Jurado, los compañeros y un ambiente laboral envidiable. “Es un área muy unida”, repite. Y uno entiende que esa unión ha sido parte de su sostén, sobre todo cuando recuerda lo más difícil: la pérdida de su hija, de su hermana, de su papá y de su mamá.
Cuenta que lo sostuvo la oficina. El trabajo. El ambiente. La gente. “El hombre más feliz no es el que tiene más plata, sino el que se siente bien en su trabajo, con su familia y con sus amigos”, dice William. Y él, a pesar de las heridas, se siente feliz porque sus compañeros fueron ese refugio y de ellos recibió el consuelo y el ánimo para seguir adelante.

Participa en el comité de convivencia, donde ha aprendido que no todos tienen la fortuna de trabajar en ambientes sanos. “Hemos cambiado vidas”, dice. Ha visto cómo a veces los conflictos nacen de cosas pequeñas y cómo un diálogo puede aliviar la carga. De ahí que valore tanto lo que tiene.

El maestro, el deportista, el emprendedor

Gracias a la especialización —y a un profesor que considera su mentor, Carlos Arturo Botero— hoy William también es docente. Da clases en la Escuela de Industrial y en Jornadas Especiales en el programa de Administración Industrial. Le enseñan a los estudiantes ofimática, Excel, bases de datos, incluso algo de código. Para él, ser catedrático es una de las mayores satisfacciones de su vida. Sabe que cuando se retire del cargo administrativo, la docencia será su manera de seguir ligado a la Universidad.

Y está también el deporte. Treinta años jugando baloncesto y compitiendo en billar tres bandas en los juegos de Ascún y Sintraunicol. Representar a la Universidad en los Juegos Nacionales ha sido para él un privilegio y una alegría constante.

Además, emprendió con su hijo —egresado de Turismo Sostenible de la UTP— un proyecto de software y capacitación. Una aplicación construida entre los dos y un negocio que mezcla tecnología y turismo. Su hijo hoy organiza tours para extranjeros y vive entre montañas, rutas y visitantes maravillados con el Eje Cafetero. William lo cuenta con orgullo: la Universidad también le ayudó a sacar adelante a su hijo.

Lo que hace en la UTP

Hoy William trabaja en el área de soporte: asignación de salones, inventarios, acompañamiento logístico. Desde su oficina ve el Jardín Botánico y sus visitantes sorpresa: ardillas y pájaros, ah y el verde que le transmite frecura. Es un lugar privilegiado, dice. Así como la Universidad entera, que ha crecido en edificios, estudiantes y cobertura. Para él es una institución moderna, cuidada, hermosa. “Parece una universidad privada”, comenta, aunque reconoce los retos: los parqueaderos insuficientes frente al aumento de usuarios. Pero está seguro de algo: la Universidad es su hogar.

Su entorno familiar es pequeño: un hermano, su novia en Manizales, y su hijo profesional. Su hermana Norela, también trabajadora de la UTP, falleció por cáncer de seno. El amor y el dolor lo han acompañado siempre, pero también la fortaleza.

Un espacio lleno de oportunidades

Cuando se le pregunta qué significa la Universidad, William no duda:
“Es todo. Es mi casa, mi familia.”

De la UTP ha recibido oportunidades laborales, académicas, deportivas y personales. Ha recibido estabilidad, proyectos, aprendizajes, afectos, una vida entera.

Por eso participa en todo lo que puede: delegaciones deportivas, comités, sindicato, bienestar. Representa a la Universidad con la pasión que produce llevarla en el corazón. Porque en cada paso, en cada fase de su vida, la Tecnológica ha estado ahí.

Al final, William resume sus valores: respeto, puntualidad, gratitud, amistad. Lo que ha aprendido en 33 años lo repite con sencillez:
“Ir a trabajar feliz es un regalo.”.